Se definía como un marginal de la literatura argentina. Era un colaborador permanente de LA GACETA Literaria. Fue reconocido como uno de los mayores escritores de habla hispana. A los 89 años murió Abel Posse, autor de libros que recibieron varios de los más destacados galardones y más de una veintena de traducciones.
El destacado novelista y ensayista, académico de número de la Academia Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española había nacido en Córdoba el 7 de enero de 1934.
"Viví muchos años fuera de Argentina. Creo que me tratan como a un extranjero. Pero sería injusto olvidarme que gané aquí mis premios por la novela Los Bogavantes y el premio de la SADE al poema "En la tumba de Georg Trakl", dijo en una entrevista con LA GACETA Literaria, en noviembre de 2021.
Se había recibido de abogado por la Universidad de Buenos Aires (donde fue docente en la Facultad de Derecho, en la cátedra de Derecho Político del doctor Carlos Fayt, a la que renunció en 1966, tras el golpe de Estado del general Onganía) y doctor en Ciencia Política por la Universidad de la Sorbona, de 1966 a 2004 se desempeñó como diplomático en forma ininterrumpida. Fue ministro plenipotenciario de la Argentina en Israel, y embajador en Checoslovaquia, Perú, Dinamarca y España.
Sus pensamientos sobre el país
También fue cónsul general en Venecia (donde recibió la visita de Jorge Luis Borges y María Kodama en 1974) y director de la Casa Argentina en París. En esa ciudad conoció a quien sería su futura esposa, la estudiante Sabine Langenheim, que lo guió en la literatura y la filosofía alemanas (con ella tradujo El sendero del campo, del filósofo alemán Martin Heidegger, con quien mantuvo correspondencia).
En aquel momento de noviembre de 2021, Abel Posse habló sobre Argentina. ¿Qué pensás sobre el futuro como país? se le consultó. "Sólo puedo decir que la palabra futuro se había caído del diccionario -dijo-. Creo que este país comprendió que sin Patria desapareceríamos todos. Creo que estamos en puertas de una salvación, que no es la del FMI, sino de la estupidez política atomizada que superaremos pronto. Estuvimos exiliados soportando la Peste. Ahora nos llega otra vez esa maravilla, ¡la Argentina!", afirmó.
Algunos de sus ensayos aparecen en Argentina, el gran viraje (2000), El eclipse argentino. De la enfermedad colectiva al renacimiento (2003), En letra grande (2005) y La santa locura de los argentinos (2006). Publicó la primera de sus catorce novelas, Los bogavantes, en 1969; dos años después, La boca del tigre. Fue uno de los primeros autores argentinos en ficcionalizar la violencia política de la década de 1970 en la Argentina.
Mirada sobre Malvinas (Publicado en LA GACETA Literaria)
Publicado en LA GACETA Literaria
Por Abel Posse
Recuerde, lector: Pierina Dealessi, los donativos y colectas en las oficinas, el postre Malvinas, las señoras de Barrio Norte tejiendo los pulóveres marciales, aquellos gritos en las redacciones y en los cafés cuando se hundía al Sheffield o a algún otro exponente de la “perfidia inglesa”. Malvinas fue el único grito que superó al de algún gol de Maradona en el Mundial. Se aclamó a Galtieri en la Plaza de Mayo y fuera de ella. El acto de fuerza justiciera y nacional se sobrepuso a la conducción de una dictadura cuya “guerra antisubversiva” también fue aprobada tácita o expresamente por una mayoría significativa. En todo caso, en aquellos días esto no frenó el entusiasmo y la cohesión nacional. Hoy, dada nuestra doblez, resulta difícil recordar que nuestra explosión fue de país sano y fuerte. Una reacción honestamente patriótica que dejaba en el plano secundario la ilegitimidad esencial del poder. Habría que ser muy hipócrita para fingir olvido de aquél entusiasmo nacional, unánime y unitivo y desentendernos de la derrota atribuyendo el resultado al general Galtieri como el autor de una travesura.
Pronto la fiesta de la guerra viró en contra de nuestra inexperiencia. La táctica diplomática de “las tres banderas” era una sutileza inaplicable para nuestra euforia de advenedizos del azar bélico.
Nuestros pilotos navales y de la aeronáutica conmovieron al mundo con sus proezas. Pero el aparato de conducción militar siguió estúpidamente dividido. El comandante en las islas que había jurado vencer o morir terminó rindiéndose. Los ingleses habían conseguido de los norteamericanos el arma clave para acabar en horas con nuestra aeronáutica. El hundimiento del Belgrano por un submarino nuclear puso en evidencia nuestra endeblez e indecisión en el arma naval. Este hecho concluyó con las esperanzas de soluciones diplomáticas. (Los ingleses demostraban que siguen a Churchill: En la guerra, determinación…)
Después, la enfermedad argentina: dicen avergonzarse de semejante hecho, lloran oblicuamente y fuera de fecha a sus muertos, descubren que los gobernantes eran de facto y dictadores. Se olvidan minuciosamente de aquel fervor... Es la Argentina pequeña, incapaz de concederles la palabra gloria a sus muertos por la Patria. Tan eufóricos en aquellas victorias como ambiguos después, en la derrota. Lo más grave del episodio Malvinas no es haber perdido lo que con el tiempo sólo será una batalla, sino la enfermedad de no saber defender lo que hicimos con la frente alta y con júbilo de convencidos de una verdad histórica y casi andar susurrando disculpas a los usurpadores, los enemigos…