De la ilusión al derrumbe. Del entusiasmo a la hecatombe. En apenas dos meses, el derrotero de San Martín de Tucumán y de su (ahora ex) entrenador Iván Delfino pasó de un extremo a otro, hasta llegar a la extinción del ciclo el miércoles en Zárate.
En la noche del sábado 11 de febrero, el “Santo” derrotó 2-1 a All Boys en La Ciudadela, su segunda victoria en otros tantos partidos. Con semejante arranque de torneo y los pergaminos de Delfino, los hinchas confiaban en que su equipo se convertiría en gran protagonista de la Primera Nacional.
Pero como dice el refrán “una golondrina no hace verano”. Aparentemente, tampoco dos. Después de vencer a domicilio a Estudiantes de Río Cuarto en el debut, San Martín remontó ante el “Albo” y festejó ante su gente. Es cierto que no convencía en el juego, pero tenía puntaje ideal y miraba al resto desde la cima de la Zona A.
Todo se precipitó a partir de la caída frente a Nueva Chicago en Mataderos en la tercera fecha. Delfino nunca terminó de encontrar su once. De hecho, de los titulares frente a All Boys en febrero, solo cuatro repitieron en la dura derrota por 1-0 ante Defensores Unidos este miércoles a orillas del Paraná.
Todo un síntoma: hasta por el puesto de arquero desfilaron tres hombres (Nicolás Carrizo, Juan Tinaglini y Darío Sand), algo poco común más allá del regreso del último tras superar una grave lesión.
El experimentado entrenador nunca repitió formación y por ende vivió modificando intérpretes y sistema táctico. Tales mudanzas de nombres y de dibujo no redituaron en puntos, más bien lo contrario: en los siete cotejos que siguieron a aquella victoria sobre el equipo de Floresta, apenas cosechó cinco unidades, una menos que en el furioso arranque del certamen.
De hecho, hasta podría decirse que la tabla de posiciones lo muestra mejor de lo que merece teniendo en cuenta sus insuficientes y/o padrísimas prestaciones. El nivel del “Santo” ante Chicago, San Telmo, Guillermo Brown y CADU rozó lo lamentable. Y en varios otros partidos fue apenas mediocre.
Quizá lo más curioso fue que el cuerpo técnico llegó precedido de la fama de construir equipos rocosos, sólidos defensivamente, pero ni siquiera lo consiguió cuando sobre en las postrimerías de su ciclo apostó a una línea de cinco atrás. De hecho, solo en tres de los nueve partidos no le convirtieron.
También se suponía una marca registrada de Delfino el juego directo y la efectividad en ataque. Pero no se terminó plasmando una identidad nítida. De hecho, de la mitad de campo hacia adelante el equipo fue la nada misma: ni fútbol asociado, ni triangulaciones… ni apuesta clara por la segunda pelota.
Ante la falta de volumen de juego colectivo, el equipo también careció de agresividad: casi nunca tuvo intensidad ni cambio de ritmo como para al menos inquietar al rival en un mano a mano o en una jugada sorpresiva.
Al contrario, el San Martín de Delfino fue un equipo lento, pesado, previsible e insulso.
Es que sin un “Tino” Costa o sucedáneo que pudiera manejar los hilos, los delanteros quedaron muy aislados en todos los partidos. Solo Emanuel Dening, a fuerza de insistencia, dio la talla, aunque sin descollar tampoco.
A Delfino tampoco lo salvaron las individualidades, más bien los bajos rendimientos estuvieron a la orden del día.
En particular el cuerpo técnico y el mánager comparten responsabilidad porque fueron los encargados de armar un plantel que comparativamente al de la temporada 2022 parece haber perdido calidad.
Responsabilidad compartida de cuerpo técnico y mánager –más allá del intento dirigencial por exculpar a Alexis Ferrero-, quienes armaron un plantel que en principio perdió calidad en relación a los que fueron protagonistas en certámenes anteriores.
Enorme desafío para quien o quienes sucedan a Delfino, ya que deberán potenciar jugadores desde los recursos futbolísticos y las respuestas anímicas (no solo por el impacto de la mala campaña, sino también porque no mostraron demasiada rebeldía en campo).
Delfino, además, no pareció elegir una política comunicacional adecuada. Cada vez que las cosas no salieron como esperaba –que fue la mayoría de las veces- el técnico expuso a sus jugadores ante los micrófonos, con afirmaciones tales como “no han hecho lo que practicamos, no me entienden, no desarrollan la idea que nosotros queremos”.
No es lo que se espera de un líder de grupo. Se sabe, sacar los trapitos al sol no ayuda, las cosas malas o insatisfactorias conviene ventilarlas dentro del vestuario. Y Delfino no lo hizo, con lo cual algo se quebró muy pronto en su relación con los jugadores.
A esta altura, la temporada se ha transformado en un doloroso Vía Crucis para el “Mundo Santo”. Lo (único) bueno quizá es que restan más de dos tercios de torneo por jugar, tiempo suficiente para plasmar una “resurrección” del equipo y eventualmente celebrar una Pascua (un paso) de la segunda a la primera categoría, que sigue siendo el objetivo para este año.