Sorpresa, intriga y hasta sospecha. Algunas de estas sensaciones son las que despertó en la opinión pública global la carta en la que un grupo de expertos de Inteligencia Artificial advirtió sobre las posibles consecuencias negativas de este avance tecnológico. Nombres como los de Elon Musk (fundador de Tesla y Space X, entre otras compañías), Steve Wozniak (cofundador de Apple), y el historiador Yuval Noah Harari son algunos de las personalidades que sobresalen en el comunicado firmado por más de 1.000 expertos. Un futuro apocalíptico es el horizonte que avizoran los firmantes, quienes llaman a los laboratorios a pausar “durante al menos 6 meses el entrenamiento de los sistemas de IA más potentes como GPT-4”. Sin embargo, en el documento no precisan con detalle qué acciones se deberían hacer durante dicho período ni tampoco explican por qué son seis los meses necesarios para dicha pausa.
Esta alerta por ahora es más bien una declaración que una propuesta de acción, pero sin dudas ha conmocionado por la envergadura de quienes suscriben dichas advertencias. Sin embargo, por este lado del mundo, también se publicó un reciente comunicado sobre Inteligencia Artificial, con menor impacto público pero quizás con algunas precisiones que invitan a una mayor reflexión sobre las transformaciones que estamos viviendo y que están por venir. Entre el 6 y 10 de marzo de este año, se desarrolló el Encuentro Latinoamericano sobre Inteligencia Artificial en Montevideo, Uruguay. Este evento también fue organizado por una organización sin fines de lucro llamada Khipu, que tiene como objetivo promover y apoyar el intercambio de conocimientos y la colaboración de investigadores acerca de la Inteligencia Artificial en América Latina. Al finalizar el encuentro, se presentó la Declaración de Montevideo sobre la Inteligencia Artificial, un documento más que interesante porque convoca a los gobiernos y a las empresas a trabajar con el fin de que la IA esté al servicio de las personas y que reflejen las particularidades de la región y sus problemáticas. Lejos de pedir una pausa en el desarrollo tecnológico, reconocidos académicos y expertos en la materia están elaborando un horizonte de trabajo con medidas concretas y asumen -paradójicamente a contramano que los expertos del primer mundo- que el impacto de la IA es un “tema ineludible”.
En la Declaración de Montevideo, más de 100 especialistas trazaron los lineamientos con los que se debería trabajar la IA en la región, atendiendo los principios democráticos, los derechos humanos, la integración de la región, el medio ambiente y el bien común de las personas. Pero además, hicieron énfasis en un aspecto que tampoco está advertido en la carta firmada por Elon Musk y que está relacionado al sesgo y la diversidad. Los modelos de IA deben ser entrenados por grandes volúmenes de datos y en esas instancias existe el riesgo de que se omitan las diferencias socioculturales o características de personas que no responden a los estándares hegemónicos. Ya existen numerosos casos de aplicaciones de IA que no reconocen la voz de personas con alguna dificultad lingüística o que señalan como sospechosos de hechos criminales a quienes tengan determinados rasgos étnicos. Ese es realmente un riesgo importante y no del futuro de la IA, sino de su presente y que las empresas deben advertir y corregir.
En futuro apocalíptico solo generará negación y rechazo, dos actitudes que debemos evitar en este momento, para dar paso a la reflexión crítica sobre los avances en cualquier materia de la tecnología. Necesitamos más diálogo y más transparencia. En ese cruce seguramente estará la oportunidad de un trabajo colectivo que involucre a expertos, empresas, instituciones de la cultura y organismos gubernamentales para acordar una agenda acorde a las necesidades de cada región pero con una mirada global.