A San Martín esta ciudad con alma de pueblo le sienta bien. Ayer, en su cuarta visita a Agropecuario, tampoco se fue con las manos vacías (acumula tres empates y una victoria en el historial). Ya se sabe: “Agro” es un producto más del espíritu emprendedor de los “Grobo”, la familia que “reina” sobre la soja de la Pampa Húmeda argentina. Bernardo Grobocopatel es su fundador y actual presidente.
El club no completa aún una docena de años de vida y ahí está, habitualmente merodeando la cima de la Primera Nacional a fuerza de los dólares de la preciada commodity.
Es curioso, e imposible de soslayar. Un partido en el estadio “Ofelia Rosenzuaig” (homenaje a una abuela de los Grobocopatel) se ubica en las antípodas de un encuentro en La Ciudadela.
Lejos, lejísimo de la pasión que suscita San Martín en Tucumán, el “sojero” apenas metió unos 300 espectadores en el empate 0-0 de este sábado.
Es cierto, la programación del partido en horario de la sagrada siesta y en un fin de semana largo tampoco ayudó. Pero, hinchas más o hinchas menos, Agropecuario es, seguramente, el equipo de la segunda división del fútbol argentino que recibe menos apoyo en cancha.
Aun así, hay iniciativas fuera de lo común. Como no existe una barra brava ni nada que se le parezca, su lugar es ocupado por un racimo de chicos autodenominados “Los pibes de Agro”.
Sin apoyo popular
Ellos y ellas (aunque casi no hay niñas), de entre 10 y 14 años, ocupan el centro de la tribuna y debajo de tirantes rojos y verdes intentan hacerse oír con un par de tambores que parecen de juguete.
Interesante y para aplaudir. Difícil de emular en otros lugares. Pero perfectamente compatible con el alma de esta localidad del noroeste bonaerense, con menos de 25.000 habitantes y un pulso de vida cotidiana sumamente tranquilo.
Aquí, los lugareños mantienen el hábito de sentarse en las veredas y saludarse entre ellos y a cualquier desconocido que pase por allí (al que observan con cierta cautela).
Fuera de la bandera de los niños, apenas cuelga un “trapo” más del alambrado del estadio al que se llega por una calle de tierra. “La barra de la Alvarado está siempre, en las buenas y las malas”, en alusión a una barriada de la ciudad.
Pasan cosas extrañas en Carlos Casares. Como que se juegue un partido con el bramido de los motores del autódromo vecino como sonido de fondo (y que este incluso “se meta” en la transmisión televisiva).
Así pasó antes, durante y después de Agropecuario-San Martín con las pruebas libres del TC 4000, una categoría de automovilismo zonal con muchísimos adeptos, que hoy habrán de colmar el emblemático circuito “Roberto Mouras” para la clasificación y la etapa final. Se trata del Campeonato 2023 de la Asociación de Pilotos Turismo del Centro (APTC), que se corre sobre tierra.
“Ni hablar. Acá los ‘fierros’ llevan mucha más gente que el fútbol”, aclara a LG Deportiva un empleado de Agropecuario. Reconoce, incluso, que el “sojero” tiene menos hinchas que otros clubes que participan en la Liga Regional y que gozan de una mayor inserción en la sociedad casarense.
Además, los Grobocopatel, como toda familia poderosa, han sabido ganarse enemigos y cosechar envidias. En ese sentido, el “sojero” es visto como una “rara avis” en el concierto deportivo local.
En un segundo plano
Su raid hacia la Primera Nacional (ascendió en 2017) y la victoria sobre Racing en 2022 por Copa Argentina fueron logros que se celebraron en la “capital nacional del girasol”, pero siempre guardando moderación.
Situada a la vera de la ruta 5 (que conduce de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hacia La Pampa y luego hasta Bariloche), Carlos Casares es su riqueza agropecuaria y el recuerdo omnipresente del hijo pródigo Roberto Mouras, ganador de 50 carreras y tricampeón de Turismo Carretera en la década del 80. El fútbol aparece muy por detrás de otras prioridades.