Era sábado a la mañana. Apenas se despertó, Jesús Emanuel Valdez no se sintió bien. Tenía fiebre. La mamá, Ana, lo llevó el lunes hasta el CAPS que queda en la esquina de su casa, en el barrio Ejército Argentino. Ya lo sospechaban, pero el médico lo confirmó: era dengue. Tres días después, el joven de 21 años no podía respirar bien y le salía sangre de la nariz y de la boca. Lo internaron. La hemorragia nunca paró. Y su cuerpo finalmente colapsó.
En la casa de los Valdez se respira tristeza e impotencia. Ha pasado una semana desde que se despidieron para siempre de Jesús. “El era la alegría de esta casa; era un chico tan feliz”, dice la mamá, con sus ojos inundados. Asegura que su hijo era un joven sano, que jamás se enfermaba. “No puedo creer que ese bicho lo haya matado; fue fulminante el dengue. Duró solo ocho días”, relata Santiago, el papá.
Jesús era el último de los cinco hijos del matrimonio. Había nacido el día de la primavera, en 2001. Tenía Síndrome de Down. Concurría a un instituto de educación especial (Inpea), le gustaba andar en bicicleta y hacer las compras. Amaba la música y su pasión era bailar.
La muerte de este joven es el primer deceso notificado por el Ministerio de Salud local este año, en el marco de la epidemia por el virus que transmite el mosquito Aedes aegypti. Tucumán suma más de 4.000 contagios y es la provincia más afectada del país.
El peor final
Sobre la mesa cubierta con mantel de hule hay varias fotos de Jesús en las que aparece sonriente. Hay papeles con indicaciones médicas, un termómetro y tres botes de repelente. Una síntesis de la pesadilla que vivieron los Valdez. “Perdón por el desorden; ha sido la peor semana de nuestras vidas”, dice Santiago, luego de abrirnos la puerta de su casa en Matheu al 2.900. Acaba de llegar del centro, donde fue a imprimir una invitación para la misa que la familia hará el lunes. Luego, empieza a contar cómo empezó todo.
En febrero, apenas volvieron de disfrutar sus vacaciones en familia, se enteraron de los primeros casos de dengue en el barrio. “Después esto se agravó; en todas las casas había contagios. Compramos repelentes y limpiamos todo. Incluso sacamos una planta enorme, y de ahí salieron un montón de mosquitos”, detalla Santiago.
El jueves 10 de marzo, uno de los hermanos de Jesús, Lucas, empezó a tener fiebre. El médico le dijo que era dengue y que tomara paracetamol. También la mamá, Ana, se contagió. Pero ellos dos evolucionaron bien. “Jesús era el más débil. No imaginamos que este bicho podía hacer tanto daño”, repite una y otra vez Santiago.
Ana se aferra a un papelito con las indicaciones que le dio el médico a su hijo. Allí le puso que estuviera atenta si había sangrado. “Y eso es lo que hice, lo llevé enseguida a internar cuando eso pasó”, recuerda con la voz temblorosa.
Santiago tiene una imagen que no puede borrar de su memoria. “Estaba acompañando a mi hijo en la terapia del hospital Padilla y me dijo que no le gustaba la comida del hospital. Él amaba el sandwich de jamón y queso; así que fui a escondidas y le compré tres. Comió solo uno y medio; no tenía hambre. Es lo último que comió”, relata.
Después, el cuadro empeoró y decidieron trasladarlo al Hospital del Este, contó. “Lo atendieron muy bien, pero ya los médicos nos decían que estaba complicado. De alguna forma, nos anticipaban lo que iba a pasar. Lo durmieron y lo intubaron. La hemorragia ya era masiva en su cuerpo y no podía ni respirar solo. En pocos días, este virus le causó una hemorragia masiva”, cuenta.
Ana, que aún se siente débil por haber sufrido dengue, confiesa que no se dio cuenta cuando el mosquito la picó. “No hay que estar ni un minuto sin repelente. Es preferible prevenir que después estar lamentando. Es tremendo lo que nos pasó. Además, estamos rodeados de casos. Hicieron fumigaciones, pero evidentemente no alcanza”, se queja el papá.
De hecho, el barrio Ejército Argentino se encuentra en el área de la capital (al sudoeste) más afectada por la epidemia. En casi todas las casas hay alguien que se enfermó. Según manifiestan los vecinos, la zona está plagada de mosquitos. En las calles y veredas se ven botellas tiradas con líquido acumulado, recipientes de todo tipo y hay basura, malezas y pérdidas de agua.
Traumados
Liliana Gallardo, que vive en Matheu al 3.100, cuenta que en su casa viven seis personas y todas tuvieron la enfermedad. “Todos mis vecinos también padecieron. La muerte de este joven no es la primera; ya hay otra persona que falleció por dengue”, asegura, mientras mira de reojo un insecto que se mueve cerca de su brazo. “Quedé traumada”, reconoce. “La pasé muy mal, me deshidraté, tuve fiebre altísima y dolor de cuerpo”, apunta.
Según su opinión, el gran problema del barrio es la falta de mantenimiento: calles en mal estado, pérdidas de agua, cacharros en las veredas y basura que se acumula en las esquinas, ya que tienen recolección de residuos solo tres veces por semana. “Ahora nos ponemos limón en el cuerpo para cuidarnos. Somos muchos y no hay plata para gastar tanto en repelente”, remarca.
La enfermedad los deja tirados en una cama no menos de una semana, cuentan. Norma Romano es paciente de riesgo. “Estuve muy mal. Bajé cinco kilos. Todavía no me puedo recuperar”, cuenta.
María Eugenia Contreras se muestra abatida mientras responde las consultas de LA GACETA en la puerta de su casa. “Es terrible. Empecé con dolor de cintura y luego en todo el cuerpo. No me podía mover. También me dio picazón, dolor de cabeza y fiebre”, detalla, apenas con un hilo de voz. En su casa hubo tres contagios.