Nuestra alternativa del diablo

Nuestra alternativa del diablo

12 Marzo 2023

Frederick Forsyth publicó en 1979 La alternativa del diablo, un éxito de ventas cuya trama apasionante se ha convertido en un modelo para muchas novelas de intriga. El argumento presenta protagonistas de la alta política que, ante una compleja crisis internacional, debaten las dos únicas respuestas posibles, ambas con graves consecuencias para terceros. Alguien inocente resultará dañado por la acción de los personajes y no habrá forma de evitarlo. Este mismo esquema de conflicto, con variantes de contenido, se repite en innumerables obras y siempre con un tratamiento similar, porque la decisión racional ante dos alternativas malas e inevitables es siempre la misma: elegir el mal menor, cosa que harán los protagonistas y acaparará la atención de los lectores.

Pero existen también opciones distintas, en las que operan sobre la trama los cantos de sirena del pensamiento mágico y donde se pretende, no enfrentar, sino eludir artificiosamente el conflicto. La novela romántica, de aventuras o de ciencia ficción (muchas de ellas) suelen utilizar este tipo de atajos argumentales que los griegos llamaban «Deus ex machina». Apelan a una vuelta más de tuerca en la «suspensión de la incredulidad», ese pacto tácito entre autor y lector que se presupone en toda obra literaria. Allí las soluciones fáciles existen y son posibles sin daño a terceros. En buena medida esto es hacer trampa: se nos presenta una «alternativa del diablo» que luego resulta no ser t al, ya que había una solución posible que mantuvieron oculta. Estas alternativas argumentales no apelan a la racionalidad del lector, sino a su costado lúdico, a la fantasía y el lirismo.

Y como la realidad imita al arte, en política se dan situaciones muy parecidas.

El caso argentino

La actual novela de la Argentina presenta protagonistas de la alta política que, ante la compleja crisis nacional, debaten las dos únicas respuestas posibles: continuidad o ajuste, ambas con graves consecuencias para terceros. ¿Cuál es preferible? ¿La continuidad de un modelo en progresivo deterioro, una especie de Frankenstein que sobrevive a fuerza de mutaciones e injertos, o un ajuste que se parece demasiado al lecho de Procusto, y que amenaza cortarnos las piernas a muchos? ¿Frankenstein o Procusto? No sabemos cuál es peor, ni hasta cuándo se prolongaría una, ni cuán profundo debería ser el otro. En esta compleja y apasionante discusión racional, que consiste en encontrar un punto de equilibrio entre ambos (el mal menor), intervienen, además, las distorsiones propias de la política: demagogia, intereses espurios, y la propia naturaleza incompetente de sus protagonistas.

Pero existe también una opción distinta, que es casi una tradición vernácula: la tentación de eludirla. Argentina viene esquivando con recurrencia estas diabólicas alternativas realistas y prefiriendo otras de apariencia benévola o inocua: «civilización o barbarie», decían antaño; «liberación o dependencia», clamaban luego. Y ahora: «solidaridad o ajuste», por un lado, y «totalitarismo o república», por el otro. Son consignas maniqueas que no constituyen auténticos dilemas: cualquiera en sus cabales elegiría una república civilizada, solidaria y libre, si realmente se tratara de eso. Estas alternativas, en las que todas las soluciones caen de un solo lado, ¿no son formas del «Deus ex machina», como lo son también las salidas fáciles del caudillismo?: Ni Frankenstein ni Procusto, mejor un Salvador de la Patria, un príncipe azul o una princesa que solucione de un plumazo todos nuestros problemas y que desde el poder nos haga felices; y si no resulta, unos buenos chivitos expiatorios para asar en la parrilla de las frustraciones, piensa el público desprevenido, crédulo y reacio a los esfuerzos colectivos, y sospecha que algo nos están ocultando, que sigue habiendo una posibilidad secreta y milagrosa de resolverlo todo.

Pero no hay tal posibilidad: solo nuestra alternativa del diablo. Y la tentación de eludirla otra vez sería alentar esperanzas vanas, hermosas solo al principio, como tantas otras que acaban con el tiempo en humo, en polvo, en sombra, en nada.

© LA GACETA

Juan Ángel Cabaleiro - Escritor

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