La fecha pasó, por poco, inadvertida. A pesar de que fue un aniversario redondo. Más bien, “esférico”. Ayer se cumplieron 550 años del nacimiento de Nicolás Copérnico, cuya obra cambió la manera en que vemos al universo. Y, en especial, a nuestro planeta. El suyo fue un pensamiento revolucionario, lo cual en su caso es notable: era doctor en Derecho Canónico.
En los tiempos de Copérnico (nació el 19 de febrero de 1473) las ideas imperantes, heredadas de colosos de la historia del conocimiento como Aristóteles y Ptolomeo, daban cuenta de que los planetas, el sol y el resto de las estrellas giraban alrededor de la Tierra.
Casi 30 años dedicó Copérnico a sustentar una hipótesis, simplemente, más sencilla: la Luna, en efecto, se movía alrededor de la Tierra, pero nuestro planeta y los vecinos, en realidad, giraban alrededor del sol. Su tesis y sus observaciones fueron plasmados en la obra “Sobre los movimientos de las esferas celestes”. No era un libro perfecto, ni remotamente. Hay errores groseros en algunas mediciones. Y, por caso, postula que los planetas describían órbitas circulares alrededor del sol. Habría que esperar un siglo más para que otro genio, Johannes Kepler, diera con la definición precisa: las órbitas son elípticas.
Sin embargo, las bases de la astronomía moderna ya habían sido cimentadas. Y, con ella, nacía toda una revolución en plena Edad Media. Si la Tierra no era el centro del universo, toda la concepción antropocentrista entraba en crisis (y todo el poder encaramado en ella, también), porque entonces cabía dudar que Europa fuera el centro de la Tierra. Y que Roma fuera el centro de Europa. Y que el hombre (el Papa incluido) fuera el centro de Roma. Y de la creación.
Inicialmente a Copérnico le fue mejor con la Iglesia de Roma que con el protestantismo. Él, consciente de lo controvertida que era su concepción, decidió no publicar su trabajo. Sólo mandó su investigación a imprenta el mismo año en que perdió la vida: 1543. El volumen lleva una dedicatoria al papa Paulo III, en la que cita a los clásicos que lo precedieron que ya citaban que la Tierra se movía (se remontan a los tiempos de Pitágoras). Roma no se opuso a la nueva teoría en un inicio, a diferencia de Lutero. Pero luego, durante la Contrarreforma, el catolicismo incluyó el trabajo de Copérnico en su “Índice de Libros Prohibidos” y ahí lo mantuvo durante más de 200 años: entre 1616 y 1835.
Su mirada de un cosmos en el cual no se puede determinar que haya un “centro del todo”, sin embargo, nunca fue tan discutida como por estos días en la Argentina. En este país, 2022 terminó con una inflación del 95%. Enero comenzó con una variación de precios del 6%. Si la cifra se mantiene durante este mes, la inflación interanual habrá superado el 100%. En coincidencia con estos índices, el cuarto gobierno kirchnerista reunió el jueves (48 horas antes del aniversario de Copérnico) a unos pocos gobernadores, a los máximos referentes del kirchnerismo y La Cámpora (el diputado Máximo Kirchner y el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro), al ministro de Economía, Sergio Massa, y al presidente, Alberto Fernández. Pero no fue para debatir políticas que alivien la dramática situación de la mesa de los argentinos (la inflación de los alimentos fue del 6.8% en enero), sino para debatir estrategias electorales y candidaturas del oficialismo para los comicios de este año.
Es decir, la Argentina es el centro del universo. La Casa Rosada es el centro de la Argentina. El kirchnerismo es el centro de la creación. Y Copérnico, por supuesto, era gorila.
Ni se mueve
No hay telescopio en los tiempos de Copérnico: por entonces faltaba una centuria hasta que aparecieran. Lo suyo era disciplina, observación, trigonometría y lógica. Al canónigo, razonablemente, le parecía que los astros deberían moverse a velocidades descomunales para completar un giro alrededor de nuestra roca cada 24 horas, tal y como lo proponían desde hacía siglos los clásicos que él había estudiado. Pensar en ello respecto de los planetas vecinos ya era difícil. Y la idea daba vértigo respecto de las lejanas e “inmóviles” estrellas.
¿No era más sencillo suponer que en lugar de el sol, los planetas y las estrellas dibujaban órbitas sobre órbitas dentro de otras órbitas, era la Tierra la que se movía como un elemento más en el contexto de la mecánica universal? Para Copérnico, evidentemente, sí.
En cambio para el kirchnerismo, a escala de la realidad, tal hipótesis es insoportable.
¿No es más fácil asumir que el kirchnerismo propone un modelo que es imposible de sostener por ningún programa? No. Entonces insisten con “Precios Justos”, cuyos resultados son cada vez peores. Comenzó en noviembre, y la inflación dio ese mes 4,9%. En diciembre, fue del 5,1%. En enero, del 6% redondo. Febrero ya pinta para terapia intensiva.
¿No es más fácil asumir que una política sustentada en un aumento geométrico del gasto público, fundado en la idea de que el Estado debe pagarlo todo, absolutamente todo, es un error trágicamente comprobado? No. Según el presidente, la inflación sólo es un producto psicológico de los compatriotas. Algo así como el resultado de mucha gente que piensa feo. “Gran parte de la inflación es una que los economistas llaman 'inflación autoconstruida', que es la inflación que está en la cabeza de la gente”, sostuvo el mandatario. “La gente lee en el diario que va a subir el combustible entonces empiezan a aumentar por las dudas”.
¿No habría que aceptar ya que el gasto público desembozado lleva al déficit, y que el déficit genera deuda, y que como no hay crédito para la Argentina ese desfase se cubre con emisión, y que esa emisión desenfrenada tiene consecuencias nefastas? No. Desde que era ministro de Economía de la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, el ahora gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, sostiene (junto con su coro de repetidores) que la inflación no es un fenómeno vinculado con la emisión. El único caso en que emitir puede no generar inflación es el de países que crecen económicamente de manera sostenida, pero que no han ampliado su base monetaria durante esa bonanza. La Argentina hace exactamente lo contrario.
La “patria subsidiaria” es una aberración que, dentro de su contexto de anormalidad, creó monstruosidades, como la corrupción. Esta semana, el juez Julián Ercolini (subrogando el despacho del fallecido Claudio Bonadio) dio por terminada la investigación de uno de los expedientes de la megacausa “Cuadernos de la Corrupción” y elevó a juicio oral el caso referido a la recaudación ilegal de dineros de empresarios beneficiados con contratos y subsidios públicos para la campaña de 2013. Monto estimado: 4,8 millones de dólares.
Pero el kirchnerismo discute hasta los cuadernos de Centeno, cuando hay hileras de empresarios “arrepentidos” que confesaron haber coimeado a mansalva. ¿No será más sencillo suponer que la Justicia viene reuniendo sistemáticamente pruebas de la corrupción de algunos funcionarios “K”, antes que suponer que todos (Corte Suprema, Ministerio Público Fiscal, medios de comunicación, y diputados y senadores opositores) están complotados?
“Lawfare”, dice el oficialismo. Se traduce como “guerra judicial”, cuando en realidad “guerra” es la que el kirchnerismo libra contra la Justicia: en su intento por doblegarla, quiere destituir al Superior Tribunal. ¿No será más fácil admitir que había elementos probatorios para condenar en primera instancia a la Vicepresidenta de la Nación por presunta administración fraudulenta en el caso “Vialidad”? ¿No hay ni una sola irregularidad en el hecho de que a Lázaro Báez le adjudicaran el 80% de la obra pública vial para Santa Cruz financiada por la Nación durante las presidencias de Néstor y Cristina? ¿Ni tampoco en que consiguiera $ 1.500 millones en redeterminaciones de precios, a pesar del tiempo récord entre la adjudicación y la firma del contrato? Era de 29 días para las obras de Austral Construcciones, contra los 210 días que demoraban las demás. ¿Tampoco es anómalo que la empresa de Báez consiguiera para las 51 obras adjudicadas unos 700 meses de prórroga (son 63 años de aplazamientos), y que pese a ello fueran abandonados 24 trabajos, es decir, la mitad de las contrataciones? No para los “K”.
Para el kircherismo, todo se reduce a una estrategia que busca “proscribir” a Cristina. “Lawfare” y “proscripción”, se ha explicado, es una pretendida estrategia de las derechas denunciada por gobiernos populistas imbatibles en las urnas. No es el caso del kirchnerismo y su derrotismo reincidente: ha perdido los comicios nacionales de 2009, de 2013, de 2015, de 2017 y de 2021.
Sin embargo, la “mesa política” del Frente de Todos que se reunió hace unos pocos días emitió un comunicado pidiendo “unidad sin proscripciones”. A la vez, se lanzó una pegatina de afiches promocionando “Cristina 2023”. Es decir, el kirchnerismo se contesta a sí mismo: si la Vicepresidenta de la Nación puede ser candidata a un cargo electivo este año, entonces no está proscripta. Y si dentro de varios años queda firme la condena a seis años de prisión e inhabilitación a perpetuidad para el ejercicio de cargos públicos, en la causa “Vialidad”, tampoco estaría proscripta, sino condenada por corrupción.
Ni es redonda
La insistencia oficialista en el negacionismo y en el repudio contra una proscripción inexistente, son un intento desesperado (pero no por ello desprovisto de violencias institucionales como el juicio a la Corte) por resistir una verdad incontrastable: el kirchnerismo no es, ni remotamente, el centro alrededor del cual gira toda la política en este país. Apenas dos gobernadores peronistas acudieron a la mesa del jueves: el entrerriano Gustavo Bordet y el santiagueño Gerardo Zamora. A los mandatarios, el gobierno nacional les “resta” electoralmente. Y ninguno delira por el operativo clamor para que la candidata presidencial sea Cristina. Más aún: Alberto Fernández triunfó en su pulseada para que al próximo candidato del peronismo lo definan las PASO. Cristina ya no es todopoderosa. Y su dedo decisionista, tan incontestable en 2019, ahora se ha devaluado como la moneda nacional.
Claro está, el Presidente seguirá actuando como si la política económica de su gestión no fuera un fracaso y mantendrá sus inexplicables aspiraciones reeleccionistas. Massa seguirá proponiéndose presidenciable pese a que su plan económico está a la deriva (lo de la inflación del 3% anunciado para abril ya pasó para “fin de año”). Y los “K” seguirán actuando como si no fueran los socios políticos de este Gobierno ni los corresponsables de sus desaciertos.
Es decir, para el kirchnerismo la Tierra no solamente no se mueve. Además, es plana.