El caso de los “bautismos” en Gimnasia y Esgrima no es exclusivo del equipo platense. Tampoco lo es del fútbol. Y ni siquiera lo es del deporte. El ritual violento de “bienvenida” al nuevo, al debutante, sucede también en otros ámbitos laborales. Machismo, derecho de piso, abuso de poder. Podría ser llamado de muchas otras maneras que podrían describir mucho mejor ese anacronismo. Pero siempre se lo llamó “bautismo”. Limpiarse de impurezas con el agua. Incorporarse a la fe.
Pelar al debutante era en cierto modo el “bautismo” más ingenuo. Tanto que, en el caso de algunos debutantes, era inclusive una distinción. La marca de inicio del nuevo camino. “Llegué a Primera”. Y aquí estoy. Pelado. Lo trabajó, por ejemplo, el rugby cuando comenzó a revisar muchas de sus prácticas más violentas luego del asesinato en Villa Gesell del pibe Fernando Báez Sosa.
La Unión de Rugby de Buenos Aires fue acaso la más activa. Creó la Comisión Fimco, realizó casi un centenar de talleres y en algunos de ellos participaron hasta cuatrocientos pibes. Allí surgió el tema de los bautismos como uno de los debates principales. Se escucharon testimonios de violencia insólita hacia el nuevo. Y también los de aquellos que pidieron no erradicar todo. Algunos de los jóvenes rugbiers querían exhibirse pelados en su debut. Hubo acuerdos. No más imposiciones.
Humillar al homenajeado
Como todo tema tabú, el “bautismo” era un secreto de la comunidad. Los más viejos debían hacerle sentir el rigor a los nuevos. “Hacerlos hombrecitos”. Y los más jóvenes aguantar lo que fuera. Caso contrario, no serían hombres. No podían tener lugar en la comunidad. Y, mucho menos, quejarse públicamente. Denunciar el rito violento (entrenadores incluidos, ¿no son ellos acaso los formadores, los mejor preparados para ayudar a crecer al grupo, no solo deportiva, sino también humanamente?). El agasajado merece castigo. ¿No sucede lo mismo en despedidas de solteros? Humillar al homenajeado.
El rugby precisó el dramático homicidio de Fernando para poner fin a muchas de sus prácticas violentas, incluyendo las salidas nocturnas, la acción en patota. “Si tocan a uno nos tocan a todos”. Tanto dentro como afuera de la cancha. Sin importar si es uno contra ocho. Y tampoco si ese uno no es un rugbier de 120 kilos y casi dos metros. Si no está acostumbrado a los golpes naturales del juego. Los consumos, claro, influyen. Nada puede terminar bien.
Por eso, como le sucedió (y le sucede) al rugby, la corporación se fastidia cuando desde afuera llegan las voces que advierten que esa práctica no es natural. Que no está bien. Mucho más popular, el fútbol naturalizó otra clase de violencias. La violencia barra es la más conocida. La de los “bautismos”, si bien escuchada en ciertos ámbitos, era mucho más silenciosa. Ojalá el caso Gimnasia ayude a poner fin a tanto atraso. A decirle al más joven que hay muchas otras maneras más saludables de ayudar su difícil ingreso a Primera. Ayudarlo a crecer.