El seis por ciento de suba del IPC en enero fue una mala noticia, pero no debió sorprender porque el gobierno sigue haciendo lo que siempre se hizo y salió mal. Es cierto, hubo factores al alza de los precios como las vacaciones, estacionalidad típica, alguna recuperación del precio de la carne (que influirá sobre todo en febrero) y los ajustes de tarifas. Pero no fue sólo eso. Hay demasiada concentración en el corto plazo cuando la inflación es un fenómeno de largo plazo.
Véanse los Precios Justos. Nada nuevo. Un esquema de poca cobertura relativa en bienes y comercios, sucesor del fracasado Precios Cuidados. Bueno, había una novedad, un funcionario dijo que no era para combatir la inflación sino para moderar las expectativas. Igual fracasó. Tal vez porque la formación de expectativas pasa por otro lado. Tal vez porque es un acuerdo de precios que no integra un plan consistente y fue lanzado por gobernantes sin credibilidad. Nada nuevo. Y culpa de ellos mismos, claro. Fue el Presidente de la Nación quien dijo que no creía en los planes y quien, entre otras cosas, pide sacrificios al pueblo y aunque durante la cuarentena impidió trabajar, rechazó bajar su propio sueldo a pesar de que no paga alquiler, impuesto inmobiliario, electricidad, gas, nafta, comida, y así. No es que tal erogación pese mucho en el presupuesto nacional, se trata del ejemplo, del gesto de acompañar a la población. Nada nuevo, al menos en la Nación. Se debe recordar que en Tucumán sí hubo renuncia a sueldos oficiales.
Tampoco son nuevos los malos diagnósticos. Un ejemplo lo dio hace varios días una diputada cuando dijo que la Corte Suprema de Justicia también tiene culpa de la inflación por rechazar que Internet sea un servicio público y así habilitar que los prestadores del servicio suban las tarifas. Hay dos errores allí. Primero, la incidencia de Internet en el IPC es mínima. Segundo, si fuera servicio público con seguridad tendría pérdidas porque el gobierno no dejaría subir las tarifas, habría mala calidad porque las empresas no recuperarían lo suficiente para siquiera hacer mantenimiento y para peor habría que dar subsidios que implicarían más emisión de dinero y eso sí llevaría a más inflación. Otro ejemplo: la vocera del Presidente dijo que la inflación es culpa de los formadores de precios (eso solo ya es un error) y mencionó entre ellos a los comercios de proximidad, o sea los almacenes y así. Que es un sector en su inmensa mayoría de pequeños y medianos comercios, competitivo, y por lo tanto no formador de precios. Nada nuevo en cargar culpas a los demás excepto al déficit fiscal y la emisión de dinero.
Frase bíblica
Por cierto, la frase de que no hay nada nuevo bajo el sol tampoco es nueva. Aparece en la Biblia, en el Eclesiastés. “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará, y nada hay nuevo debajo del sol”. Tal vez su calidad literaria (inspiración para “Libros Sapienciales”, de Vox Dei) haya entusiasmado a los políticos y se quedaron con los primeros capítulos, que suenan a una oda al pesimismo y el corto plazo. Pero hay que seguir leyendo. No todo se trata de esfuerzos vanos, de la “vanidad de vanidades”.
Como si contradijera la repetición del pasado, Gabriel Rubinstein dijo en una nota periodística que el Ministerio de Economía se caracteriza por el ingenio, y citó como ejemplo los planes Soja I y II útiles para aumentar las reservas del Banco Central, y por la calidad de gestión, que incluyó pedir menos adelantos a dicho banco. Pero no dijo que los primeros son anticipos de exportaciones y lo segundo esconde que el BCRA compra de manera indirecta títulos públicos para seguir financiando al gobierno. Nada nuevo. Como tampoco lo es pedir dólares prestados al exterior para cumplir los compromisos de reservas tomados con el FMI.
Al menos no cayó en un “ah, pero Guzmán”. Porque la emisión demora unos meses en hacer efecto sobre los precios, con lo que bien podría el equipo de Sergio Massa decir que la actual es inflación heredada, que pronto se verá lo positivo. Algo es algo. Y nada más. Porque sí se trabaja en reducción del déficit fiscal, lo que es correcto, pero mal. No sincerando cuentas, reduciendo el número de empresas estatales o mejorando la calidad del gasto público sino bajando ingresos reales de jubilados, salarios públicos y subsidios sociales. Es, de nuevo, ajuste sin plan. Por eso, si bien es acertada, la quita de subsidios por los servicios públicos sirve mientras el ahorro no se redirija a otros destinos. Como más empleados estatales, por ejemplo. Que se siguen tomando, en año electoral. Nada nuevo. Habrá que ver si el Ministro resiste la presión por los votos y no comienza a demorar las subas de tarifas como en ocasiones se posterga la actualización del dólar oficial. Ya se hizo en otros años. ¿Y lo mismo se hará?
Todo vanidad
Lo de nada nuevo bajo el sol sería positivo si se repitiera lo que hacen los países, casi todos, que hace décadas no sufren una inflación como Argentina. Es que en ellos se aceptó que es un fenómeno monetario (al decir de Milton Friedman). O fiscal, con el Banco Central como cómplice monetario (al decir de Thomas Sargent). Y cada uno a su manera, de acuerdo a sus condiciones, historia y restricciones políticas, lo solucionó aceptando esa base. Pero cuidado. Rubinstein también dijo que hoy Argentina da para una inflación de cuatro por ciento mensual. Sin empeorar expectativas, equivale a la variación anual del agregado monetario M2 menos el crecimiento del PIB pretendido por el gobierno. ¿Un funcionario que sabe lo que pasa pero dice o hace otra cosa? Nada nuevo. Para Argentina sí pareciera que “todo es vanidad y correr tras el viento”.