El tucumano que llevó nuestra bandera a la cima del Aconcagua

El tucumano que llevó nuestra bandera a la cima del Aconcagua

Hugo Amarillo es médico cirujano y se define como montañista no profesional. Hace unos meses se propuso ir de expedición al Aconcagua. Llegó hasta la cumbre. Experiencia y nuevos sueños

EN LA CIMA. Luego de 12 horas de caminata, el 18 de diciembre finalmente Hugo Amarillo pisó cumbre. EN LA CIMA. Luego de 12 horas de caminata, el 18 de diciembre finalmente Hugo Amarillo pisó cumbre.

“No fui buscando una cumbre; la montaña me ha permitido honrarla llegando hasta arriba”, resume a LA GACETA Hugo Amarillo, médico cirujano y montañista no profesional (aclara). Hace un año, más o menos, empezó a sentir que su vida debía dar un giro; quería encontrar algo diferente que lo ayudara a saber qué hacer en “la segunda parte” de su paso terrenal. Un día la televisión le dio la respuesta: había allí un audiovisual de una expedición al Cerro Aconcagua. “Tengo que ir”, dijo. Y así comenzó a inmiscuirse en un mundo que, hasta ese momento, le era ajeno. Algunos meses más tarde (y luego de una largo entrenamiento) se embarcó en esa tarea. Mucha gente no lo creyó, pero lo hizo. ¡Y cómo! Sin pensar -dice- llegó hasta la cumbre dónde, por supuesto, hizo flamear la bandera de Tucumán. Ah, y también festejó ahí la victoria de la Selección Argentina en el Mundial.

“Es mucha la preparación, física y mental. Yo tengo tres hijos, y fui con la idea de preservarme; de ir hasta donde pudiera. En ningún momento pensé en hacer cumbre, ni tampoco quería volverme un problema para el grupo. Fui a conocer el Aconcagua, y la montaña me ha permitido más”, relata para explicar lo acontecido. Lo que pasa -cuenta- es que en este tipo de terrenos la tasa de éxito en un grupo siempre es de entre el 15 y el 30 %. “Yo fui con la idea de ser del 70 % restante, el que no lo logra”, indica.

El acontecimiento fue en diciembre, pero aún tiene algunos vestigios en el cuerpo. Por la hazaña perdió las uñas de los pies y estuvo algún tiempo con poca sensibilidad en esas extremidades; para nuestra entrevista, todavía tiene la cara lastimada del frío, pero porque, además, acaba de volver de subir tres de los Seismiles, en Catamarca. No para. Y tiene más objetivos: quiere volver al Aconcagua en algún momento.

Cómo se hizo

No tenía ninguna experiencia en altura, y menos en alta montaña. Cuando vio en la tele la expedición, no lo dudó. Empezó a comunicarse con agencias de Mendoza hasta que se decidió por una de las más tradicionales y de las más serias, advierte. ¿La excursión? Duraba 20 días, para lograr una mejor aclimatación. Le enviaron un plan de entrenamiento “muy fuerte” y también algunos pedidos de elementos a llevar. Y así se preparó, con cerros de Tucumán -recuerda-, ante la incredulidad de los que lo conocían. “La travesía empezó el 5 de diciembre; yo era el más grande de mi grupo, y eso me estresaba mucho. Había gente de Francia, de Inglaterra, de Estados Unidos, de la India y hasta de Pakistan, lo que me daba más nervios. Estaban todos recontra entrenados y yo era el más viejo y el que menos experiencia tenía”, relata.

Repite, otra vez, que su objetivo no era llegar arriba. Sólo quería vivir la experiencia de caminar por el Aconcagua. Pero nada lo frenó: llegó a Confluencia (el primer campamento) a 3.300 metros sobre el nivel del mar (msnm), luego subió a Plaza de Mulas (4.350 msnm), pasó a Canadá (4950 msnm), luego Nido de Cóndores (5.500 msnm) y finalmente a la Cumbre (a 6.962 msnm). Aunque parece fácil, todo ese recorrido les tomó más de dos semanas, puesto que era necesario hacer pernoctes de un día (o más) y caminatas de aclimatación para preparar el cuerpo. Y un dato importante: a medida que iban subiendo, sus compañeros de grupo (eran ocho, más dos guías) comenzaron a desistir en el camino. A la cumbre sólo llegaron él, un andinista de Buenos Aires y los dos guías. “Y encima llegamos un día antes. Los guías, todos los días controlaban el clima. Para el 19, que era el día de cumbre, anunciaban mucha nieve y vientos de 45 km/h. El día anterior, no iba a nevar, había sol y vientos de 15 km/h. Era perfecto. De a poco nos fueron preparando mentalmente, porque íbamos a perder un día de excursión”, explica. Ese día de la cumbre se levantaron a las 3 y a las 4 empezaron a caminar “como muñequitos Michelin”, dice.

Abrazo “cumbrero”

Al poner un pie en la cima (sin usar oxígeno en ningún momento) Hugo hizo flamear la bandera de nuestra provincia. “Es maravilloso llegar; los guías definen lo que pasa como ‘abrazo cumbrero’. Y no hay nada que supere ese abrazo entre guía y montañista cuando llegás, particularmente en el Aconcagua, que es tan difícil. La vista te transporta a otro mundo -describe-; es un desafío tremendo y un logro en equipo. No llegás, ‘llegamos’ todos; es indescriptible, es como que tu vida finalmente tiene sentido. Eso me ha enchufado más y ya ahí he organizado mi próxima expedición”.

Al llegar arriba, la alegría fue doble. “Cuando estábamos en la Cueva (6.650 msnm, un lugar para resguardarse), nos dijeron que en la final del Mundial Argentina iba 2 a 0. Más arriba, en el Desfiladero del Guanaco (6.800 msnm) ya íbamos 2 a 2. Arriba nos avisaron que habíamos ganado”, comenta Hugo. Así, algunos medios titularon la hazaña como “el festejo argentino más alto del mundo”.

Un paseo en dificultad

El riesgo del Aconcagua no es menor. Y se ha visto cabal en los últimas semanas; en lo que va del año, tres personas han fallecido ya en la montaña. “Tenés que estar con gente que sepa; nunca sólo, y tenés que tener respeto por la montaña. No podés considerar que algo allí es fácil; el Aconcagua es uno de los Seven Summit (uno de los siete picos más altos del mundo), su temperatura atmosférica es parecida a la de las montañas de 8.000 metros; la dificultad es muy alta. Nunca hay que considerar que un cerro es más o menos difícil”, reflexiona. Por supuesto, en ese cerro hay de todo. “Lo que te lleva es el grupo, pero ves ascensiones en soledad; gente que se larga con un papelito y sube... Nosotros nos encontramos dos franceses que iban con un folleto con la ruta -ejemplifica-; hay riesgos, sí, pero se controlan. Lo único que no podés controlar son los fenómenos naturales; es lo mismo que cuando tratás a un paciente crítico. Hay un riesgo y tenés que saber hasta donde llegar”.

Para este punto de la charla, aparece nuevamente el médico. Es que el doctor volvió tan contento de la experiencia, que quiere dar un pasito más. “Me entusiasmé tanto que ya terminé el curso introductorio de Médico de Alta Montaña, y quiero ahora hacer la carrera completa -dice firme-; me interesa por lo que podría aportar en una expedición de montaña. Es muy interesante la fisiopatología de la salud en la montaña”. Eso quiere decir que esto es sólo el comienzo...

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