Una gran capital implora por una identidad

Una gran capital implora por una identidad

PLAZA INDEPENDENCIA. El corazón del Microcentro y de la capital, aunque su entorno tiene edificios inapropiados. HORIZONTE DRONES PLAZA INDEPENDENCIA. El corazón del Microcentro y de la capital, aunque su entorno tiene edificios inapropiados. HORIZONTE DRONES

No todo progreso depende de la obra pública. Si bien en territorios tan atrasados y arrasados como el tucumano, las carencias en infraestructura, servicios, acceso a bienes, educación y empleo, y el caos generalizado, que va desde el tránsito hasta la inseguridad, son urgencias que claman atención, hay otras variables esenciales para el desarrollo.

La identidad es una de ellas. No hay prosperidad en un pueblo sin identidad. No hay autoestima ni orgullo con lo propio, no hay sentido de pertenencia con la cosa pública, ni privada, no hay proyectos en común, no hay inclusión, no hay empatía con el vecino o con quien vive a diez cuadras, y menos a cien.

La identidad es un patrimonio con múltiples abordajes: la historia, la raza, el idioma, la geografía, la cultura, los edificios emblemáticos, los clubes, la gastronomía, o la ciudad y el barrio.

Exceptuando a la Casa Histórica, que es un monumento nacional; a lo poco que queda del parque 9 de Julio; a algunas iglesias e instituciones y a parte del entorno de plaza Independencia -la otra parte la integran edificaciones de poca monta que no deberían estar allí-, ¿cuál es la identidad de la capital tucumana?

En este sentido, la Ciudad de Buenos Aires siempre fue un ejemplo a seguir, incluso a nivel mundial. No hacemos referencia a su riqueza, ni a su centralidad política y económica, ni a su monopolización de los bienes y servicios, ni a su envidiable transporte público subsidiado por todos los argentinos, aún los más pobres.

Buenos Aires forjó una fuerte identidad, de trascendencia internacional, y no hizo falta dinero para lograr ese objetivo, o no hizo falta tanto.

El tango, la mejor carne argentina, el fileteado, ese emblema iconográfico y arte popular que mejor representa a esa ciudad en el mundo, son algunos ejemplos que tienen más de arraigo y propaganda que de grandes inversiones.

Por supuesto, también están algunos edificios emblemáticos de fama global, como el teatro Colón, el Obelisco o Plaza de Mayo. De paso, no hay quioscos ni locales con espantosas fachadas frente a ese paseo histórico.

No obstante, consideramos que los cimientos de la identidad porteña son sus barrios, algunos con vuelo propio, que hasta parecen países aparte. En la pobreza o en la abundancia, no hay porteño que no sienta orgullo y raigambre con su barrio. Desde la opulencia de Recoleta, la nostalgia de San Telmo, el cosmopolita y tan verde Palermo, o el populoso comercio de Balvanera (Once). Más populares, las ferias y mercados de Mataderos, la gastronomía de Chacarita, o el presente y pasado inmigratorio de Villa Crespo, donde judíos y árabes ofrecen lo mejor de sus colectividades.

Poco a poco

Pese al vals “Cien barrios porteños”, que popularizó Alberto Castillo a mediados de los 40, la ciudad está conformada por 48 barrios (en esa época eran incluso menos), bastante ordenados y simétricos. Hay además 115 barrios “no oficiales”, que en realidad son sectores o sitios representativos ubicados dentro de los barrios oficiales, como por ejemplo el Abasto (Almagro y Balvanera), barrio Charrúa (Nueva Pompeya), barrio Chino (Belgrano), Constitución (San Cristóbal), barrio Inglés (Caballito), barrio Norte (Recoleta y Retiro), Las Cañitas (Palermo), así como un par de decenas de villas de emergencia que fueron adquiriendo nombre propio.

Estos 48 barrios oficiales distribuidos en 203 kilómetros cuadrados no surgieron por azar o porque así fueron cayendo los naipes. Fue producto de una ciudad que se fue pensando a sí misma y mediante decretos, ordenanzas y consultas vecinales se fue ordenando en torno de sus diferentes identidades, su historia, ubicación, características poblacionales, color, estilo y costumbres únicas. Y también por conveniencias urbanísticas.

De hecho, no fue sino a partir de la ordenanza municipal 23.698, de 1968, en que comenzaron a organizarse administrativamente, hace apenas 55 años.

Algunos son centenarios, otros tienen unas décadas y otros son nuevos, como Puerto Madero, creado por decreto en 1996, o Parque Chas, que se delimitó en 2005. Este último, en respuesta “al reclamo de los vecinos” que querían separarse de Agronomía.

Los porteños no son producto de su inevitable destino, sino que lo fueron y lo siguen moldeando bajo una premisa muy fuerte: generar identidad y a la vez organización, hacia adentro y para el foráneo.

El vals de los 309

La capital tucumana, con 90 kilómetros cuadrados, menos de la mitad de la superficie de la Ciudad de Buenos Aires, tiene 309 barrios -más de seis veces más-, según la Dirección de Planificación Urbanístico Ambiental municipal.

De esos 309, menos de 20 cuentan con identidad propia, o con algunos sesgos de identidad, o al menos con ciertos edificios simbólicos o sectores característicos.

Entre ellos se pueden mencionar el Microcentro, El Bajo, Barrio Norte, Barrio Sur, Villa 9 de Julio, Villa Urquiza, Ciudadela, Floresta, Don Bosco, Villa Luján, Villa Alem, Villa Amalia y tres o cuatro más.

El resto es un desordenado amontonamiento de nombres y números . Al desplegar el plano sobre la mesa, se humedece con lágrimas.

El último barrio nomenclado, el 309, se llama Santo Tomás Apóstol, ubicado a pocas cuadras al este del Parque Guillermina. Tiene sólo cuatro manzanas y está dentro de otro barrio un poco más grande, el San Carlos, que tiene otros dos minibarrios en su interior: Gente de Prensa (cuatro manzanas) y Alperovich II, que es muy curioso, porque ocupa en dos cuadras, media manzana de cada una. Es decir, son cuatro medias manzanas enfrentadas entre sí en dos cuadras.

Pese a esto está lejos de ser el más pequeño. Hay más de 30 barrios en la capital que tienen menos de cuatro manzanas, y varios de ellos de sólo media, una o dos hectáreas. Y casi 200 barrios, dos tercios del total, poseen menos de diez manzanas.

El barrio más chico de la capital se llama Christie y ocupa un cuarto de manzana (hay cientos de viviendas particulares más grandes que este “barrio”) y está sobre calle Delfín Gallo, entre 25 de Mayo y Muñecas, en el interior de Villa 9 de Julio.

Más tucumano que “el ampliación”

Si la construcción de identidad en Buenos Aires, a nuestro criterio, se cimentó sobre la identificación, personalización y delimitación de sus barrios, la falta de un norte urbano en la llamada “capital del norte” se debe precisamente a este motivo.

Hay 11 barrios cuya denominación es apenas el número de casas que poseen: 80 viviendas, 260 viviendas, 70 viviendas (ex Refinor), 128 viviendas (Ciudad de Dios), 40 viviendas, 72 viviendas, y 314 viviendas, entre otros.

Hay otros 25 barrios cuyos nombres son “ampliación de…” aunque incluso no sean contiguos. Algunos casos son Ampliación Villa San Jorge, Ampliación Obispo Colombres, Ampliación El Parque, Ampliación Tiro Federal, Ampliación Sarmiento, Ampliación Obispo Piedrabuena, etcétera. En Tucumán se dice “el ampliación tal” y así nos ahorramos el sustantivo.

Hay incluso uno que es ampliación de una segunda versión, como Ampliación Sitravi II. Es decir, erigieron Sitravi, luego Sitravi II, y después Ampliación Sitravi II. Saque número, dirían los urbanistas.

La capital tiene además 75 barrios con más de una versión, como SEOC I, II y III (uno en el sur de la ciudad, otros en el norte), AGEF I y II, San Miguel I, II y III (dos al este y uno al oeste), El Gráfico I y II (y hay otro barrio El Gráfico que nada tiene que ver con estos dos), Policial I, II, III y IV, ubicados lejos unos de otros, o como el Alperovich I y II que no son contiguos, o al revés, Fede Villa I, II, III, IV y V, que están todos juntos y nadie sabe por qué no se llaman simplemente Fede Villa, lo mismo con El Manantial I, II y III. Porque una cosa son las carpetas catastrales, la burocracia, y otra es la identificación pública. Un dislate.

Están los Smata I y II, aunque hay otro Smata en la zona noroeste pero que le dicen “Sanidad”, o como Los Tarcos I y II, que se encuentran a 10 kilómetros del popular club Los Tarcos.

Existen dos 260 Viviendas, uno en el vértice noroeste de la capital y otro en la punta opuesta (Manantial II). ¿Los habrá diseñado el mismo arquitecto?

Otros, pobres, apenas se llaman “loteos”, como Loteo Pita, al este, o Loteo Las Américas, al oeste, pero que desde hace años son barrios.

Lamentamos informar que el conocido barrio Diza es un bastardo, porque su verdadero nombre es Irigoyen.

La populosa Villa Amalia es un caso de diván. Está literalmente partida al medio por el barrio Soldado Guanca, entre Américo Vespucio y Coronel Olleros, y desde 9 de Julio hasta Ayacucho. Quienes allí residen ahora saben que no son de Villa Amalia.

El Barrio Torres 25 de Mayo es una manzana que forma una herradura entre Villa 9 de Julio y Barrio Norte (avenida Sarmiento al 500). Originalmente fueron cuatro edificios, que en una época estuvieron ocupados en gran parte por militares. A ese barrio se le sumó en 2012 un quinto edificio: la Legislatura.

Quizás pocos saben que hay un barrio que se llama Evangelina Salazar, está a dos cuadras del Canal Sur, tiene tres manzanas, y es el barrio nomenclado 101.

Menos es más

El barrio más pequeño de Buenos Aires es San Telmo, con 1,2 kilómetros cuadrados (120 manzanas), y el más extenso es Palermo, de 15,9 km2 (1.590 manzanas). Le siguen en tamaño Villa Lugano (9 km2); Villa Soldati (8,6); Flores (7,8); y Barracas (7,3).

En Tucumán el barrio más grande es Villa 9 de Julio, con 196 manzanas, pero se le deben restar cinco manzanas por cuatro microbarrios en su interior: Los Pinos (dos manzanas), ATEP I (dos manzanas); Torres 25 de Mayo (una manzana) y el minibarrio Christie.

De los 48 barrios porteños, 42 son más extensos que Villa 9 de Julio.

Ciudadela fundacional cuenta con 90 manzanas, aunque luego se le agregaron Ampliación Ciudadela (20 manzanas) y Ciudadela Sur (16), que está cruzando avenida Roca hacia el sur, junto a la Quinta Agronómica, con lo que totaliza 126 y es el segundo distrito más grande de la capital.

Curiosamente, Ciudadela tiene la nomenclatura 69 y su ampliación, la 19.

Le sigue Villa Alem, que aunque posee 80 manzanas, hacia el sur está Ampliación Villa Alem, con 40 manzanas, y totaliza 120, aunque tiene dos barrios internos, 70 viviendas (ex Refinor) y Villa Sargento Lay.

El cuarto es Barrio Sur, con exactamente 100 manzanas, aunque varias de ellas divididas en dos por pasajes, con lo que técnicamente serían algunas más. Cuenta con tres plazas: Yrigoyen, Belgrano, San Martín y Los Decididos de Tucumán (estas últimas son el mismo verde separado por calle Bolívar).

Barrio Norte tiene 94 manzanas, 12 de las cuales pertenecen al ferrocarril. Tiene dos plazas, Urquiza y Alberdi.

El sexto en extensión es Barrio Don Bosco, con 81 manzanas. Desde avenida Belgrano hasta Mate de Luna y desde avenida Mitre hasta Ejército del Norte.

Otros barrios de dimensiones importantes, aunque más chicos, son Villa Urquiza, Echeverría, Villa Luján, Floresta, Victoria, Manantial Sur y Ejército Argentino.

El microcentro tiene 54 manzanas, desde Santiago hasta General Paz y desde Salta-Jujuy y Las Heras-Virgen de la Merced (Rivadavia).

Un dato: en las 269 manzanas que suman Microcentro, barrios Sur y Norte, y El Bajo hay sólo cinco plazas.

Un futuro realizable

Con 90 km2 la capital no debería tener más de 20 barrios, ordenados, con cierta simetría -que no es lo mismo que cuadrículas-, con nombres propios de peso e historia, delimitados por idiosincrasia, ubicación, desarrollo comercial y conveniencias urbanísticas.

En general, en el mundo se utilizan calles o avenidas neurálgicas para marcar fronteras. En no pocas ciudades la señalética cambia de color según el barrio. Los carteles son azules en uno, verdes en otro, naranja, blancos, mixtos, igual con los postes de alumbrado, semáforos o la publicidad oficial (no política) y privada.

Hay lugares en Europa y también en Latinoamérica donde debajo del nombre de las calles figura el barrio donde uno se encuentra. También se utiliza el paisaje arbóreo y la vegetación para marcar territorio.

Obligaciones arquitectónicas particulares y comerciales o características uniformes de las veredas o las plazas son otras formas de ir generando identidades.

Hay un sinnúmero de formas a muy bajo costo, y otras más costosas, de ordenar una ciudad, dotarla de sus diferentes personalidades, que el vecino se sienta identificado con su terruño, lo que impacta en su orgullo y eleva su autoestima. Por sí solo esto genera más empatía con la cosa pública y reduce drásticamente el vandalismo, por citar una de las tantas virtudes. No es lo mismo decir que uno es de Villa Luján, con plaza, club, parroquia y escuelas propias, que del “80 Viviendas”, casi un hijo ilegítimo de la ciudad. Hasta nos ordena mentalmente, socialmente y nos permite proyectarnos de manera más virtuosa y eficiente.

Favorece al turismo, disminuye la inseguridad, ordena el tránsito y el transporte público, aumenta la colaboración y la organización vecinal, entre un largo etcétera.

Ni siquiera es necesario ser creativo, sólo hace falta saber copiar lo que otros ya hicieron para progresar con éxito.

La ciudad ya está y es lo que tenemos. Solamente se requiere caminar y caminar sus calles, luego desplegar los planos, pensar un poco y, más que nada, arremangarse.

Comentarios