España: aclaman a la ilustradora argentina que lucha contra el síndrome del impostor

España: aclaman a la ilustradora argentina que lucha contra el síndrome del impostor

Agustina Aguirre nació en Tandil. A los 19 años se radicó en Cataluña. Vendió escobas hasta que contó lo que le pasaba. Un auditorio lleno aplaudió con devoción a la madre de La Volátil

EN BARCELONA. “Publicar mi trabajo, sobre todo mis últimos libros, me ayudó a poder hablar sin miedo”, dijo Agustina en su disertación. EN BARCELONA. “Publicar mi trabajo, sobre todo mis últimos libros, me ayudó a poder hablar sin miedo”, dijo Agustina en su disertación. La Gaceta / foto Irene Benito

(Desde Barcelona, España).- Quienes padecen el síndrome del impostor están convencidos de que no son lo suficientemente buenos en lo que hacen y hasta llegan a sentirse un fraude. Eso es lo que le pasaba y, según dijo, sigue pasándole a Agustina Aguirre, la argentina que creó las viñetas populares de La Volátil. El relato de su experiencia de ese trastorno más común de lo que parece -atormenta incluso a figuras muy célebres- se confunde y fusiona con la narración de vida que la ilustradora hizo en un teatro repleto de la sede de CaixaForum en Barcelona.

“Publicar mi trabajo, sobre todos mis últimos libros, me ayudó a poder hablar sin miedo. Es la razón por la que tomé un lápiz. Los miedos me siguen acompañando: los tengo, pero voy avanzando con ellos”, refirió Aguirre.

Los aplausos saludaron con admiración la trayectoria de esta tandilense nacida en 1982. Con 19 años, la viñetista argentina cruzó el Atlántico y se estableció en la localidad catalana de Vilanova i la Geltrú. Después de dedicarse a muchísimas actividades laborales -entre ellas vender escobas o “fregonas”- porque creía que carecía de condiciones artísticas, Aguirre sintió la necesidad de dibujar.

Empezó con obras “muy oscuras”, como ella misma las define, hasta que encontró el estilo, los temas y, fundamentalmente, a La Volátil, que, con el auxilio de las redes sociales, le abrió un mundo de oportunidades en la ilustración gráfica. Tras la publicación de siete libros y la apertura de su propio local de comercio electrónico, la autora anunció que tal vez había llegado el momento de dejar a su personaje emblemático y profundizar otras facetas. El cambio no parece algo nuevo para quien hizo de un atado de acelga el protagonista del primer dibujo que recuerda: es lo que la viñetista contó en la conferencia de Barcelona, la última de un ciclo que la llevó a encontrarse con su gran audiencia por varias ciudades de España.

“Me siento un poco avergonzada. Hace dos años me llamaron para hacer esta misma charla. Dije ‘no’: el miedo decidió por mí. Ahora me estoy animando. La noche previa tengo el mismo sueño: la gente comienza a pararse y a irse, ¡pero de aquí no se va nadie!”, advirtió con humor Aguirre al ocupar su lugar en el escenario. Con el apoyo de una serie de diapositivas, narró que comenzó a dibujar de “nena”. Su obsesión eran los supermercados: “lo que quería era manejar la máquina registradora. A los siete años hice uno que titulé ‘La acelga decidió buscar su propio futuro’. ¿Cómo no se iba a perder la acelga si estaba en la frutería?”. Bromas al margen, la ilustradora manifestó que lo importante es tener algo que contar y comunicar, aunque fuera el porvenir de una verdura.

“Gracias, ladrón”

“Pasaron los años y durante la adolescencia le dije adiós al dibujo, pero sí mantuve una parte artística… porque para el deporte soy un ‘pato mareado’. En 2002 me trasladé a España. En ese momento estudiaba Diseño Gráfico. Cuando terminé mi formación no me sentía capaz de buscar una ocupación de lo mío”, contó.

Y enumeró: “trabajé en un chiringuito (puesto) en la playa; en un videoclub; en una discoteca; como promotora de perfumes; cuidé a un niño; en una tienda de ropa; presté mi cara para que los estudiantes me maquillaran; recorrí ferias de muestras para vender una fregona y, de vez en cuando, hacía un logotipo, pero no lo cobraba. Lo que hacía vinculado a lo que había estudiado era absolutamente gratis. También había gente que se aprovechaba de eso”.

Una relación tóxica y un momento duro generaron las condiciones para que Aguirre quisiera sacar afuera lo que guardaba en su interior. Así se le presentó la idea de dibujar, pero ella no fue directo al lápiz. “Había un detalle: no sabía cómo hacerlo. Así que primero dediqué meses a la investigación: miraba estilos e ilustradores. No teníamos Instagram. Pero sí entendí que cuando una va a una exposición o mira una novela gráfica, le surgen las ganas”, recordó. Su padre le regaló un juego de Rotring y ella se puso a ablandar la mano: “era una entrada en calor. Hacía líneas y me salían unos dibujos para colgar en casa. Así empecé a dibujar personas. Las hacía en la tienda donde trabajé cuatro años: fue mi escuela”.

Los ejercicios permitieron a Aguirre concebir una serie llamada “Mujeres tristes”, donde proyectó sus tinieblas. Con el tiempo empezó a colgar sus obras en una cuenta de Flickr, hizo su primera exposición y vendió un cuadro a su tío. Pero era consciente de que sus temas “tiraban para atrás”.

Entonces se anotó en un curso de ilustración infantil y se compró una computadora en cuotas que le facilitara la tarea. Estuvo meses trabajando en un cuento que debía presentar cuando, un día, volvió a su casa y encontró la puerta abierta: alguien había entrado y se había llevado su máquina. En la desesperación, Guerrero se puso a dibujar y tradujo su bronca en una viñeta que por primera vez subió a Facebook. “Gracias, ladrón. Este es mi punto de partida y por eso estoy dando esta charla”, acotó.

“Hola, soy Agus, y esto será ‘Diario de una Volátil’, donde contaré cosas que no le interesan a nadie, pero es más barato que pagar un psicólogo”, anunció luego de tomar la decisión de ilustrar lo que anotaba de manera espontánea en su diario íntimo. “Yo seguía trabajando en la tienda, pero colgaba viñetas todos los días. Se fue sumando gente. Había tiras más ligadas a lo cotidiano y otras más poéticas. También hay viñetas que veo ahora y que me avergüenzan. Pueden hacer gracia, pero hoy cuido mucho más el mensaje. Yo también evolucioné. No quería hacer reír por reír”, reflexionó.

La originalidad de La Volátil dio sus frutos porque un día la contactaron de un sello editorial con la propuesta de armar un proyecto para el segmento juvenil. Así apareció “Nina. Diario de una adolescente”. Ese debut derivó en la oferta de publicar una recopilación del personaje de La Volátil difundido ya en las redes sociales.

“Dejé la tienda y salió ‘Diario de una Volátil’, que para mí es mi primer libro y que magnificó muchísimo lo que venía haciendo. Viajé por toda España. Era algo nuevo: al principio lo disfrutaba, pero, después, me entró mucho miedo. Me sentía una intrusa. Empecé a decir ‘no’ a entrevistas, exposiciones y firmas. A larga distancia sentía que la gente se había enamorado del personaje y que yo no estaba a la altura de su imaginación”, dijo Aguirre. De este modo se manifestaba el síndrome del impostor.

Pese a la decisión de permanecer en el segundo plano, la popularidad de la ilustradora iba en ascenso, y ella publicó otros tres libros centrados en su criatura Volátil e incursionó en otros encargos, como pintar la carrocería de un auto. En un momento, una compañía aérea le propone viajar a Shanghai con una amiga: ese trabajo le generó el deseo de ilustrar otro viaje, que terminó siendo a Japón. Pero, en el aeropuerto, un ataque de pánico sacó a Aguirre del guión establecido.

“A la vuelta, decidí contar todo lo que me había pasado, incluso los episodios más traumáticos. ‘El viaje’ me dio muchísima fuerza como autora y como persona. Entré en una especie de trance. Estaba tomando pastillas para dormir y para la ansiedad. Me sanó volcar mis flaquezas en esta obra. Eso me proporcionó seguridad”, relató. Y añadió: “recibí amor, empatía y los mensajes de muchas mujeres que me dijeron que el libro les había permitido sacarse de encima el silencio. Para mí eso ya fue un éxito”.

Admiradora de Mafalda y de Quino, y fanática de Ricardo Liniers, Aguirre concibió un último libro, “La Compañera”, donde explora sus recuerdos. “Encontré que las memorias se guardaban en unos hipocampos alojados en el cerebro y eso me dio alas para subirme en unos caballitos de mar”, explicó.

En ese recorrido, la viñetista abordó cosas de su pasado que la habían forjado: la tapa presenta un desierto porque, según su criterio, no hay lugar más íntimo y solitario que ese. Así como el final de un desierto resulta difícil de identificar, el síndrome del impostor no se fue, pero afrontarlo fue la forma de aprender a vivir con él. “¡La acelga triunfó!”, concluyó Aguirre a modo de provisorio “colorín colorado”.

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