Este 27 de enero se conmemoró la llegada del Ejército soviético al campo de Auschwitz, donde los nazis habían exterminado a más de un millón de personas. En diálogo con LA GACETA, Jonathan Karszenbaum (Buenos Aires, 1982), director del Museo del Holocausto de Buenos Aires, considera que estos días sirven para aprender de la historia y llama a combatir las teorías conspirativas que promueven el odio y la violencia contra determinados grupos de personas.
-¿Qué les dice a los defensores de la democracia el hecho de que alguien como Adolf Hitler haya llegado al poder a través de las urnas?
- Nos dice que ningún sistema democrático puede garantizar al 100 por 100 que no va a convertirse en una dictadura totalitaria. A Hitler le llevó muy pocos meses desmantelar los partidos políticos, conseguir poderes de emergencia y convertirse en el líder único e indiscutido de Alemania. Entonces, si bien es cierto que su ascenso se dio en un contexto muy particular de alta inestabilidad política y económica, saber que el sistema democrático puede tolerar la llegada al poder de una persona como él y de un partido como el Nazi debe dejarnos una alerta muy grande, en el sentido de que las democracias deben mejorarse y resguardarse ante los partidos que proponen discursos de odio y violencia.
-¿Considera que hay en este momento, en Occidente, partidos importantes que proponen esos discursos?
-Creo que eso es verificable en distintas elecciones, tanto en América como en Europa. El mundo occidental se encuentra en una espiral que deja una alerta significativa para las democracias y para quienes confiamos y apostamos por la vida democrática. Pero también hay una polarización que va más allá de la política electoral y, aunque no necesariamente traiga violencia, es una condición preocupante. Me refiero a los discursos de odio en las redes sociales, donde los sesgos ideológicos son potenciados intencionalmente al ofrecerte siempre informaciones y noticias que los confirman, con lo cual hay un desafío global que permite que las fake news contra determinado grupo tengan mayor posibilidad de viralización. Eso contribuye a la construcción de sentidos comunes sesgados y muchas veces teñidos de prejuicios. Y estos son los más peligrosos, ¿no? Los prejuicios estigmatizantes que señalan y apuntan contra determinadas personas.
- En este contexto y ya hablando de la Argentina, ¿el antisemitismo es un problema importante?
- El antisemitismo existe; el problema es su gradualidad. Hoy tenemos indicadores que nos orientan sobre cuál es la situación del antisemitismo en la Argentina y, si bien ha habido episodios antisemitas muy graves, difícilmente podemos hablar de una sociedad antisemita. Eso es positivo y tiene que ver con la muy positiva integración de los judíos en nuestro país. Quiero decir que el prejuicio estigmatizante en nuestra sociedad no es mayoritario, aunque los investigadores siempre han detectado un incremento de los episodios y de las denuncias de antisemitismo cuando recrudece el conflicto en Medio Oriente. Hay una correlación directa entre esas expresiones en las redes sociales y en la vía pública y el conflicto de Israel con los palestinos y sus países vecinos.
-¿Cuál es la utilidad, frente al antisemitismo, de días como el de la Conmemoración de las Víctimas del Holocausto? ¿La memoria sirve para evitar atrocidades?
-Por supuesto que los eventos conmemorativos no resuelven las situaciones de violencia, pero sí recuperan el compromiso social en pos de aprender de la historia. Estos actos permiten renovar esfuerzos y también dan señales a la sociedad de que esos hechos son importantes. ¿Por qué es importante que el mundo recuerde el 27 de enero? Porque ese día da cuenta de que se siguen haciendo esfuerzos para mantener la memoria de la Shoá y de que las sociedades siguen preocupadas en defender la democracia.
-Todavía sobreviven algunas teorías conspirativas que intentan justificar a los nazis, como la de los sabios de Sión o la de la “puñalada por la espalda” que habría recibido el Ejército alemán en la Primera Guerra Mundial. ¿Cómo instituciones como el Museo del Holocausto pueden ayudar a combatirlas?
- Combatirlas es un desafío muy grande porque las teorías conspirativas son intuitivamente atractivas: están acompañadas de la idea del descubrimiento, de saber aquello que está prohibido. En el caso del antisemitismo, ese atractivo inicial está contaminado por 2.000 años de historia de prejuicios contra el pueblo judío, con lo cual hay algo en la herencia cultural de la civilización occidental que hace que a la hora de pensar en teorías conspirativas se enciendan esos prejuicios. Además, aquellos que adhieren a estas teorías no pueden ser fácilmente desmentidos, porque si supuestamente hay reuniones secretas para tratar de dominar el mundo por parte de los judíos, ¿cómo compruebo que esas reuniones no existen? De tal manera que ese aspecto juega a favor de las teorías conspirativas aun cuando no resistan el sentido común. Dicho esto, como Museo tenemos la obligación de trabajar sobre esos prejuicios aun cuando enfrentarlos implique también visibilizarlos: si yo quiero hablar del problema de los Protocolos de los Sabios de Sión, tengo que exponer qué son esos protocolos, con lo cual aquellos que encuentran atractivas las teorías conspirativas van a estar en contacto con ellas. La obligación, entonces, es explicar el daño que causan y poner en relieve estos atajos que la mente tan fácilmente toma porque pueden ser muy perjudiciales para la sociedad. Los problemas de la humanidad no se solucionan depositando el odio en un grupo de personas y debemos tomarnos el trabajo de desmentir esas soluciones simples a problemas complejos porque han sido trágicas para el pueblo judío.
- Pasado este 27 de enero, ¿cuál es la reflexión que como director del Museo del Holocausto quisiera transmitirle a la sociedad en este contexto mundial de democracia ajetreada?
-El historiador Ian Kershaw decía: “El camino a Auschwitz se construyó con el odio pero se pavimentó con la indiferencia”. Mi mensaje es que no solamente debemos estar atentos a quienes promueven el odio y la violencia y crear, desde nuestras convicciones democráticas, cercos para que esas personas no lleguen a los poderes públicos, sino que tenemos que estar atentos ante la indiferencia que el odio y la violencia pueden crear. Creo que esa atención sobre nuestra propia indiferencia es una de las grandes lecciones de la Shoá. ¿Y quiénes nos dejan ese legado? Aquellos que no fueron indiferentes, aquellos que protegieron judíos ante la adversidad e incluso bajo amenaza de muerte, aquellos a quienes llamamos Rescatadores o Justos entre las Naciones. Podemos aprender que aun en los momentos más oscuros de nuestra historia hubo quienes demostraron que se puede ser humano, solidario, empático y democrático en medio de tanta tragedia y de tanto dolor. Con ese modelo de conducta es que debemos construir sociedades mejores e ir a tiempos de mayor paz para todos.