Caminar por La Ciudadela es retroceder en el tiempo. Conserva intactas marcas visuales que nos trasladan al movimiento cotidiano de los barrios populares, constructores de la historia viva del Tucumán moderno. Su emblema, el ex mercado de Abasto, cambió el bullicio matinal por el nocturno, con cervecerías, restaurantes parrilladas, heladerías y salas culturales. Si caminamos a la mañana, cuando la luz rojiza del amanecer baña las paredes del barrio, entraremos en un viaje visual lleno de mensajes, algunos directos y contundentes, hasta violentos, y otros sutiles, llenos de amor.
Si transitamos a la hora cuando el sol se posa sobre el cerro San Javier, veremos vecinos y vecinas en sus resposeras, con un mate dulce en la mano y alguna bebida fresca sobre la mesa plegable de madera, mientras hijos o nietos juegan en la vereda.
Claro que lo que más llama la atención para quienes viven o recorren el barrio son las paredes pintadas con murales de artistas visuales, que encontraron en esos muros de cemento un lienzo al aire libre donde plasman sus historias, sus gustos, su militancia, su fanatismo: por la música, por el fútbol o por la política.
Diversos murales, técnicas y conceptos se unen en el mismo barrio. Muralistas reconocidos como Alejandro Nicolau, Vero Corrales, Fernando Gallucci, Gustavo Calvo, entre otros, conviven con aquellos anónimos que dejan su huella con aerosoles y pinceles. Ningún mural es para siempre, muchas veces son reintervenidos por otros artistas. A veces son blanqueados por la Municipalidad o por cuadrillas de partidos políticos que buscan donde plasmar el nombre de sus candidatos. Es casi una batalla cultural que llegó para embellecer, y disputar el mensaje visual de los muros que gritan y dan identidad a un barrio que respira y transpira anécdotas.