Perú vive momentos muy difíciles. Los enfrentamientos callejeros no son simples reclamos. En estos días ya se produjeron 46 muertes. Los manifestantes de zonas rurales del sur del país plantean cuestiones políticas. Piden que liberen al presidente Pedro Castillo y que se adelanten elecciones en un mensaje que le resta apoyo a la actual titular del Poder Ejecutivo, Dina Boluarte. Brasil vive otro tanto. La gente que ha salido a la calle ha avanzado decididamente contra las instituciones democráticas. En nombre del ex presidente Jair Bolsonaro intentaron tomar las distintas sedes del poder. Grupos organizados fueron al Congreso, a palacio de Justicia y al de Gobierno.
En ambos países emblemáticos de la vida sudamericana no ha pasado mucho tiempo desde que se efectuaron las elecciones. De alguna manera las manifestaciones, en uno y en otro territorio, reflejan la disconformidad con los resultados que arrojaron las urnas. Cabe destacar que, al igual que lo que viene ocurriendo en muchos países la diferencia entre el ganador y quien salió segundo es muy acotada. En Brasil Lula se impuso por casi dos puntos, mientras que en Perú Castillo llegó en 2021 al poder al vencer por menos de medio punto. Ni Bolsonaro en Brasil ni Keiko Fujimori fueron capaces de aceptar la derrota. Ambos, casi sin dudar, y sin pruebas precisas manifestaron que hubo fraude. Con los matices propios de las diferentes culturas, en los Estados Unidos ocurrió lo mismo. El triunfo de Joe Biden fue opacado por el propio Donald Trump que habló de fraude antes de reconocer la derrota. Incluso no quiso entregar el poder a Biden porque no aceptaba su derrota. Algo parecido ocurrió en la Argentina en 2015 cuando Cristina Fernández se opuso a darle el bastón de mando a Mauricio Macri. El primer día de este año la historia se repitió pero en Brasil. Bolsonaro prácticamente huyó a los Estados Unidos pero no cumplió con un acto simbólico, pero fundamental de la democracia como es el traspaso del poder. Los escenarios cambian, pero los hechos tienen similitudes aún cuando las actores pueden estar en las antípodas ideológicas.
Estas circunstancias ponen en alerta a las sociedades y a las diferentes autoridades de gobierno de los distintos países. Las elecciones son reñidas y por lo tanto a los perdedores les cuesta aceptar los resultados y entonces sienten que esa cuasi paridad les da derecho a protestar. Lo grave es que los reclamos se han vuelto excesivos y terminan atentando contra las instituciones, generando muertes. Despertando dudas sobre el sistema y sobre la forma de ejercer derechos y libertades.
Tantas repeticiones preocupan porque empiezan a darle cierta normalidad a cuestiones que no pueden tenerla. Que son inaceptables desde cualquier punto de vista ideológico porque se ponen en riesgo los derechos ciudadanos.
Los sucesos de otros países deberían ser un llamado de atención para toda la región y obviamente para nuestro país. Precisamente, este año la Argentina deberá concurrir a las urnas y sus principales actores deberían prepararse para que se fortalezcan las instituciones. En los últimos días oficialistas y opositores advierten cierto desinterés para darle ese orgullo de entendimiento al país. También deberían acordar cambios en algunas estructuras como las electorales y de transparencia para que en el futuro no tengan estos padecimientos.