Constituye por cierto uno de los fenómenos más asombroso de la historia universal la conquista fulmínea por parte de los beduinos del desierto de gran parte del mundo conocido del medioevo, y la transformación ejemplar de este pueblo que -a partir del siglo VII- supo crear una de las más interesantes y fructíferas de las comunidades culturales de la historia absorbiendo la sabiduría griega, la egipcia y la meso-oriental, asimilándolas y transformándolas en una creación original y brillante. Precisamente en la centuria 11 de la era cristiana (1023), nace en Córdoba, España, el insigne astrónomo musulmán Albuisaac Ibrahim Zarcali, más conocido como Azarquiel. Fue el autor, entre otros valiosísimos trabajos, del “Tratado de la Azafea” (astrolabio) y de las “Láminas de los planetas” (calcadas por Brahe y Kepler), donde se presenta como el matemático que ha estudiado y superado las reglas proyectivas dadas por Ptolomeo. Recién en el siglo XIII, sus escritos fueron transcriptos del árabe al castellano (e introducidos luego en Europa) por Rabí Zag de Toledo, astrónomo de la corte de Alfonso X, El Sabio. En los escritos de Azarquiel hay un descubrimiento de capital importancia que pone en tela de juicio una creencia muy veneradamente sostenida por los siglos: que la órbita de los planetas es circular. Pero en vista de los resultados que obtenía, y decidido a oponer la verdad al error, trazó su propio planisferio celeste en donde resultó que la verdadera órbita de los planetas, empezando por Mercurio, no era circular, sino ovalada y próximamente elíptica. Laplace dijo, al efecto, que sin esos trascendentales estudios las leyes de Kepler tal vez no hubieran existido. En el año 1626 Kepler, auxiliado por su ilustración matemática, publicó las Tablas “Rudolfinas” y sus leyes fundadas, precisamente, en los trabajos de Azarquiel. La labor de este sabio del medioevo fue extraordinariamente fecunda. Sánchez Pérez lo considera como el más insigne astrónomo árabe, comparable con los mayores de la antigüedad por su práctica y exactitud en las observaciones directas. Recuérdese, en efecto el valor de 23° 24’ para la máxima inclinación del sol, resultado admirable (dada la imperfección de los instrumentos que disponía) y el hecho de haber realizado más de 400 observaciones para determinar el apogeo del sol. “Estos datos bastarían para asignarle un puesto preeminente en la historia de la ciencia hispano-musulmana si por tantos conceptos no lo tuviera en los de la astronomía universal”. Pero, y lamentablemente, después del derrumbe del Andaluz árabe (siglo XV) se fueron apagando todas las instituciones cultas y científicas del medioevo islámico. Su empuje intelectual de ocho siglos se fue, poco a poco, anquilosando, dando lugar a un creciente y obstinado fundamentalismo que persiste, aún hoy, en muchos países del Medio Oriente: La opresión de la mujer y el despotismo como única forma de gobierno, sin ideas, ni aún embrionarias, de representación popular. “En lugar de la democracia, la teocracia de los mullah y los ayatolah, en lugar de la libertad, una inquisición gestada por los Torquemadas de la sotana y el turbante”. La muerte de aquella brillante cultura que posibilitó el Renacimiento, confirma, una vez más, el peligro mortal de todos los dogmatismos rígidos, pues solo la libre circulación de las ideas puede hacer progresar la cultura y la ciencia.
Arturo Garvich.
Las Heras 632
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