Al menos 63 militares rusos murieron en uno de los ataques más mortíferos de las tropas ucranianas durante la noche de Año Nuevo en la localidad de Makiivka, en el este de Ucrania, admitió ayer el ministerio ruso de Defensa. El inédito mensaje oficial provocó demandas de blogueros nacionalistas de que se castigue a los comandantes por albergar soldados junto a un depósito de municiones. El ejército ruso nunca había informado de tantas pérdidas en un solo ataque, rara vez publica esta información y cuando lo hace, las cifras suelen ser bajas.
El ministerio ruso precisó que se trató de un ataque con lanzacohetes Himars, un tipo de arma entregada por Estados Unidos a Ucrania y afirmó que sus fuerzas abatieron dos de los seis misiles. Sin atribuirse el ataque, los militares ucranianos informaron que el balance de bajas de los rusos en Makiivka, una localidad ocupada por Moscú en la región oriental de Donetsk, fue mucho más elevado, de unos 400.
Según un portavoz del ministerio ruso, que no precisa la fecha, “cuatro misiles incendiarios” golpearon un cuartel temporal del ejército ruso en Makiivka.
El domingo, medios rusos y ucranianos reportaron un ataque en Makiivka, afirmando que la ofensiva ocurrió en la noche del sábado, durante el Año Nuevo, y golpeó un edificio donde había reservistas movilizados en Ucrania. El ataque se produjo debido “a la utilización por parte de los militares que acababan de llegar de sus teléfonos móviles”, lo que permitió que el ejército ucraniano los geolocalizara, afirmó el lunes una fuente anónima de las autoridades separatistas de Donetsk a la agencia de prensa pública TASS.
Un capellán en el frente
Mark Kupchenenko vive solo en una gran vivienda abandonada en Bajmut y cada día se desplaza al frente del ejército ucraniano para intentar aliviar el estrés y la angustia sus compañeros de armas, sometidos al diluvio de fuego ruso.
Este hombre de 26 años es capellán militar y su visión sobre la salud mental de las tropas, que comparte con franqueza, contrasta con el discurso oficial predominante de “moral muy alta” entre los soldados apostados en uno de los puntos calientes del frente este de Ucrania.
El joven sacerdote, que antes de entrar en el ejército oficiaba en prisiones, luego junto a enfermos de covid y más tarde niños con problemas, ha decidido vivir al margen de los soldados. Para “preservar mi imagen” como capellán, dice a la AFP, y desempeñar su tarea lo mejor posible.
Todos los días, acude al frente. “Hablo con los hombres, rezo, transmito la palabra de Dios, intento responder a las cuestiones difíciles que pueden plantearse los hombres que viven en tales condiciones inhumanas”, explica.
Desde hace más de seis meses, las fuerzas rusas y los paramilitaress del grupo Wagner intentan, hasta ahora sin éxito, conquistar la ciudad, a costa de grandes pérdidas humanas en ambos bandos y una importante destrucción a nivel material.
Los soldados comprometidos en la batalla de Bajmut están sometidos a una “increíble fatiga” moral y física. Y en esta guerra de desgaste que cada vez se alarga más, algunos terminan percibiéndose a sí mismos “como carne, lo suficientemente buenos como para ser enviados a la muerte”, explicó Kupchenenko en un texto publicado por La Nación.