Primero de setiembre de 2022, pasan las ocho y media de la noche. Se repite el ritual de la espera de cientos de personas agolpadas para manifestar su apoyo al sujeto político más relevante e intenso de los últimos diez años, el que generó más apoyo y más rechazo, el que partió aguas: la actual vicepresidenta Cristina Fernández. A las 20.49 baja de un auto negro, las manos se tienden, se levantan gritos y cantos, celulares y cámaras la enfocan, la apuntan. A pesar de la custodia personal, las vallas y la guardia urbana que dispuso el Jefe de la ciudad, el circuito de la vicepresidenta es informal e impredecible. Son las 20.52 hs cuando, desde la pantalla de una de esas camaritas de celular que ya casi todos tienen, se la ve venir entre una muchedumbre. La sonrisa amplia y los ojos muy grandes parecen no ver que, en un instante, una pistola le apunta casi tocándola, a veinte centímetros de su rostro. No hay sonido pero se ve claramente que el dedo presiona dos veces el gatillo. El arma cabecea pero la cara no estalla, no se despedaza… ¡como casi a punto estuvimos de verlo! El arma, una pistola Bersa de calibre 7.56 tenía cinco balas en el cargador. No salieron los disparos por una falla en la carga manual del arma. Ocurrió en la zona de la Recoleta, en Buenos Aires y se repitió en miles de pantallas de toda la Argentina y de todo el mundo.
La imagen del video mencionado dura menos de diez segundos. Fue repetida con diferentes cortes y velocidades; trasmitida en la TV menos de media hora después del hecho. Hubo otras filmaciones: una desde la vereda de enfrente, donde se ve cómo se extiende el brazo armado, varias más donde la gente congregada atrapa al tirador inepto.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Cuántas manos sostenían esa pistola? Posiblemente nunca lo sabremos. Pasado el tiempo, aparecieron detalles y redes. Un grupo de apoyo, al que llamaron “Los Copitos” y un diputado opositor, Gerardo Milman, afirmando cosas comprometedoras. ¿Qué nos pasó? ¿Cuántas cabezas se excitaban con la idea de ver consumado el acto? Esto sí lo sabemos. Fueron muchas. Hemos pasado de la “intimidación pública” que costó cuatro meses de prisión a Miguel de Paola (¿recuerdan al autor de tuiteos contra la integridad de Mauricio Macri?) a un franco intento de asesinato. Años manchando la vida política argentina no pueden terminar en otra cosa. No podemos tomar esto como parte razonable de la disputa política, sin embargo, no fue un fenómeno espontáneo, fue (y puede seguir siendo) consecuencia de una permanentemente deslegitimación de los poderes del Estado, con una esfera política acosada por la inoperancia y la corrupción, y un poder judicial corroído por su parcialidad y elitismo, donde los posteos, tuits, fake news o simplemente la reproducción continua de la injuria termina haciéndose real, desatando reacciones que, en este caso, terminaron en un proyecto asesino.