Sexualmente hablando: desromantizar el alcohol

Sexualmente hablando: desromantizar el alcohol

31 Diciembre 2022

Un fumador empedernido afirmaba, con bastante fastidio, que ninguna persona se había vuelto más juzgada y reprobada que los consumidores de tabaco. “¡No hay otra ley que se respete tanto!”, refiriéndose a la que prohíbe fumar en bares, oficinas y lugares públicos. Tenía razón, hay muy poca tolerancia al respecto. Aunque obviamente sigue habiendo fumadores, también es verdad que desde hace varios años logró instalarse una fuerte conciencia de su perjuicio para la salud. Un poco gracias a la ley que restringe los lugares donde se puede fumar, las advertencias ominosas en los atados, la falta de publicidades... y seguramente la experiencia de una mayoría que ha visto morir o enfermarse a raíz del cigarrillo a seres queridos. El cigarrillo ya no es glamoroso ni atractivo, hace daño a la salud y cuesta plata

No ha corrido la misma suerte el alcohol, a pesar de que diariamente vemos los terribles efectos de su abuso: accidentes de tránsito que se llevan vidas, amigos que “se desconocen” y entran en peleas (con consecuencias graves muchas veces), relaciones sexuales no consentidas, menores rescatados de las fiestas casi en estado de coma, por nombrar sólo algunos ejemplos. Es curioso: personas sensatas e inteligentes se dan aviso de dónde están los controles para que sus amigos los eludan y puedan tomar tranquilos, los adultos aprueban -quizás por cansancio o resignación- que sus hijos menores tomen alcohol “mientras sea en casa”. Y cuando hay una reunión es muy difícil que falte. Nadie se olvida del tema: “yo llevo gin”, “yo, cerveza”, “tengo un vinito”, “compremos champagne”. Nada con más onda que compartir en las redes la cerveza junto a la pileta o el brindis con Aperol entre amigas. Ofrecer una comida y no dar alcohol es casi un agravio a los invitados. Como tener la casa sucia o no haber previsto ningún menú.

En esta misma línea, todavía es generalizada la creencia de que el alcohol es un estimulante sexual. Ocurre que -es cierto- produce en principio un efecto desinhibidor: los tímidos se vuelven locuaces, los ansiosos se relajan, los inseguros se animan a más. Porque, seamos honestos, cuando tomamos… lo que buscamos ante todo son sus efectos, no tanto el sabor de la bebida en cuestión.

Sin embargo, las investigaciones demuestran de manera fehaciente que el alcohol está muy lejos de ser un aliado del erotismo. Al contrario, lo que hace es dificultar o bloquear la puesta en marcha de múltiples respuestas corporales, como la erección del pene, la lubricación vaginal o la intensidad del orgasmo (y hasta la posibilidad de alcanzarlo).

Por otra parte, al ser un depresor del sistema nervioso, el alcohol “deprime” -disminuye- sus funciones. Y bajo sus efectos, sobre todo cuando se bebe en grandes cantidades, las personas empiezan a funcionar con lo más primitivo del cerebro, que es en parte el sostén biológico de emociones e impulsos que hemos aprendido a controlar y limitar en función de una convivencia más “civilizada”. Con las censuras relajadas por los efectos del alcohol, sin esos frenos ¿qué hace una persona? Como bien sabemos: muchas cosas que no haría estando sobria.

Por eso, y aunque por supuesto es legítimo y agradable poder compartir una bebida “espirituosa” en pareja o con amigos, qué bueno sería empezar a “desromantizar” -como se usa decir ahora- el alcohol. Escuché una vez la anécdota de un alcohólico en recuperación que le decía a su psicóloga que estaba dispuesto a dejar la bebida pero lo que no quería abandonar era “la embriaguez de la vida”. Sabias palabras, sin duda, muy intuitivas. Propias de un adicto, que no es otra cosa que un buscador. Para pensar si muchas veces no estamos ahogando, con algo artificial, la oportunidad de vivir a través de nuestra sensibilidad más genuina y pura, consciente y despierta.

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