Hay un viejo refrán español que dice que cada uno habla de la feria según cómo le ha ido en su recorrido por ella. La reflexión popular no tiene otra intención que explicar nuestras dificultades para expresar nuestras opiniones. En lenguaje politizado de los argentinos suelen explicarse las cosas refiriéndose a los distintos tipos de relatos según las convicciones que cada uno tenga.
La vida en sociedad no puede ajustarse al estado de ánimo de cómo le ha ido a cada uno en la feria. Por el contrario, se necesitan voces objetivas y cuidadas para dar seguridad a cualquier habitante de la república. Y, en esta tarea, quienes más cuidados tienen son los funcionarios y las autoridades a quienes el pueblo y las leyes les han delegado el poder que administran.
El regreso de la Selección nacional puso el dedo en la llaga. Con un discurso simple de trabajo y de respeto por los demás, los jóvenes campeones del mundo cosecharon lo que la política hace tiempo no puede, ni siquiera despilfarrando dineros para convencer a los ciudadanos. Con talento y sinceridad los jugadores de fútbol convocaron a varios millones de personas sólo para verlos. Pasión y admiración, un cóctel que a muchos dirigentes políticos no les cae bien y suele descomponerlos.
Esta semana que nunca más volverá a existir dejó muy claro lo que significa el federalismo para las diferentes autoridades. Esta palabra lleva intrínseca el valor de la democracia y de la igualdad. Cuando se habla de federalismo suele escucharse en la Argentina que todas las provincias llevan un trato igualitario. Y cuando se suman argumentos históricos la explicación conlleva la fuerza de no dejar que el puerto y el centralismo porteño sea más que las provincias. Con esta enfermedad crónica nació nuestra república.
Cuando la copa del mundo puso sus pies por tercera vez en la Argentina comenzó un desesperado despliegue para que el oro brille alrededor de algunos políticos. Los jugadores intentaron que no el logro de ellos no se mezcle con las intenciones de ganar popularidad de otros.
La grieta que diluye
Es tal la grieta y el miedo que genera caerse en ella o terminar de un lado u otro, que los jugadores de la selección campeona del mundo evitaron asomarse al balcón de la Casa Rosada. Una pena. Hubiera sido importante que un recinto tan caro a los argentinos, que suele fundirse históricamente en la plaza de Mayo, los hubiera acogido y hasta los hubiera abrazado para que ellos desde allí saludaran simbólicamente al país.
Esto no pudo ser vivido por la violenta y agresiva división de nuestra sociedad que suele ser aventada por la dirigencia política. Podría haber estado en el Cabildo incluso, pero nada se hizo y todo se diluyó porque los que debían organizar pensaron siempre c+omo sacar ventajas del triunfo futbolístico en lugar de buscar la forma de que se luzca mejor.
Ni siquiera una invitación
El feriado fue el mejor botón de muestra de esto que vive nuestro país. El Presidente de la Nación, nada menos, decidió decretar un feriado nacional para que se pudiera saludar a los campeones del mundo. Es cierto que en Buenos Aires se concentra una importante mayoría de habitantes pero ninguneó al resto del país. Se olvidó del federalismo. No tuvo en cuenta a las provincias. Fue una falta de respeto total. Pudo haber decretado un asueto e invitar a las provincias a que adhieran a esta medida. No lo hizo. Se sintió súper poderoso y ordenó que el país se pare para que la selección pasee como pueda por un puñado de calles de Buenos Aires.
Como siempre, la obsecuencia de muchos gobernadores ni discutieron la medida. No podrían haberlo hecho porque se había decidido un feriado nacional. Tampoco lo podrían hacer porque la obsecuencia se paga y cotiza en alza. Es más redituable que el dólar.
En Tucumán, nadie le dijo nada a Alberto Fernández, pero su soberbia y su unitarismo fue tan brutal que podría haber dejado a miles de tucumanos sin aguinaldo. A riesgo de verse envuelto en problemas, el gobernador de Tucumán le dijo no al feriado nacional, cosa que legalmente no podría haber hecho, pero hoy las leyes, los decretos y los fallos judiciales suelen ser interpretados según cómo le va a cada uno en la feria. No obstante, en esta provincia, todos miraron para otro lado e hicieron de cuenta que el Presidente no dijo nada. En Tucumán, no sólo se trabajó normalmente, sino que también pudieron cobrar antes de Navidad muchos trabajadores estatales a los que Alberto ignoró.
Entre la espada y la pared
El poco federalismo de la Casa Rosada también les trajo algunos dolores de cabeza a los abogados y magistrados en los Tribunales tucumanos. El presidente de la Corte se la vio en figurillas. Tenía un feriado nacional dictado por el Presidente de la Nación y un día totalmente hábil decretado por el gobernador de la provincia. ¿Qué hacer? Quedó entre la espada y la pared.
Acostumbrado más a las lides políticas que a las jurídicas, el presidente de la Corte Daniel Leiva convocó a trabajar a magistrados y funcionarios judiciales y los facultó para que afecten al personal necesario para que funcionen los tribunales. No obstante, en los pasillos de los Tribunales se quedaron en ascuas porque no decretó que sea un día hábil judicial. De esa manera dejó abierto que cualquier caso quede en un limbo entre la decisión nacional y provincial.
La otra cara
Cuando esta semana más corta que las de costumbre se despedía, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dio a conocer lo que era un secreto a voces. Nadie pudo sorprenderse con el fallo en el que readecuaba el dinero que en su momento tenía la Ciudad de Buenos Aires. Entonces, el federalismo cambió. Alberto Fernández, en una reacción inusitada, sorprendente se convirtió en el primer defensor del federalismo que horas antes supo ignorar.
Es cierto que a Alberto Fernández no le debe haber costado mucho cambiar su parecer y acomodar su discurso. Pero también es real que el fallo no podía sorprender al Presidente que sabía que iba a tener ese sentido desde el primer momento incluso por los precedentes. Y, en la remota posibilidad de que no lo supiera, debería revisar la estructura de su gabinete porque la relación interpoderes no debería ser una materia pendiente. Precisamente, es algo que siempre le ha criticado su creadora Cristina, aunque ella porque sostiene que el Ejecutivo debe manejar la Justicia y no ser independiente como lo ordena la Constitución.
El diablo y los rehenes
A la bravuconada de Fernández le siguieron los gobernadores que no pensaron un segundo lo que estaba ocurriendo. La Justicia es el diablo en el relato kirchnerista y nadie está dispuesto a quedar mal con Cristina o con Alberto. Es parte del deterioro institucional de la Argentina. La Constitución Nacional que juraron en Santa Fe en 1994 llevaba intrínseca una cláusula transitoria en la que todos se comprometían a redactar una ley de coparticipación. Nunca lo hicieron porque era la forma de tener de rehenes a las provincias. Carlos Menem lo hizo, Cristina y Néstor lo hicieron, Mauricio y De la Rúa también se aprovecharon de eso. Lo más grave fue la obsecuencia de los gobernadores a los que siempre les encantó ser rehenes del Presidente de turno. Recibían dinero por fuera de la coparticipación y el que más recibía se sentía más vivo que sus pares. Hasta esta semana.
Los presidentes no respetaban a las provincias y las autoridades de cada una de ellas le parecía más importante que tampoco se respete al ciudadano con tal de sacar una ventaja pasajera. Al fin y al cabo los gobernadores de antaño y de ahora demostraron que no les importaba dejar del lado el federalismo siempre y cuando tuvieran “palenque ande ir a rascarse”. De esa manera iban a poder hablar de la feria como a ellos les fuera, sin importar lo que les pasa a los otros.