CIUDAD JUÁREZ, México.- Arropados con abrigos y mantas para afrontar el frío aire invernal, cientos de personas esperan desde hace días en la frontera entre Estados Unidos y México, con la esperanza de que el periodo navideño ponga fin a la incertidumbre sobre sus posibilidades de conseguir asilo.
En la frontera con México, por donde miles de personas intentan entrar en Estados Unidos, la mayoría de los inmigrantes son de Venezuela, pero también provienen de Guatemala, Nicaragua e incluso de Ucrania.
El hecho de que ahora muchos quieran cruzar la frontera se debe al posible fin de la normativa “Título 42”. La ley, impulsada por el gobierno del entonces presidente, Donald Trump, le permitió a las autoridades estadounidenses rechazar más de 2 millones de visas de asilo con motivo de la pandemia.
Muchos esperaban que la entrada fuera más fácil tras la fecha límite del 21 de diciembre para que Estados Unidos levantara las restricciones de la era covid-19, pero el Tribunal Supremo de ese país dictaminó esta semana que “Título 42” permanezca temporalmente en vigor.
El “Título 42” permite a las autoridades estadounidenses devolver a México a migrantes de determinadas nacionalidades, incluidos venezolanos, sin posibilidad de solicitar asilo. El gobierno del presidente Joe Biden pidió al Tribunal Supremo que lo deje en vigor hasta después del 27 de diciembre.
Se estima que la medida se retirará después de Navidad y las autoridades de El Paso calculan que unas 6.000 personas al día llegarán a la frontera cuando esto ocurra.
Varios venezolanos se lamentaron de la decisión de última hora. “Estamos a la expectativa. Aquí dan una noticia y a la media hora sueltan otra”, dijo la venezolana Vanessa Revenga, de 40 años, una de los miles de migrantes que se han reunido en las últimas semanas en la ciudad fronteriza mexicana Ciudad Juárez, frente a El Paso, en Texas.
Entre mantas y sus pocas pertenencias, José Luis, también venezolano, se acomoda para dormir en una vereda de El Paso. El joven, que dejó Venezuela cuando tenía 25 años, no quiere revelar su nombre. Prefiere relatar su travesía por Chile, Ecuador, Colombia, Costa Rica, Nicaragua, Panamá, México, para finalmente llegar a Estados Unidos, cuatro años más tarde.
Así como cientos que acampan en el centro de El Paso, José Luis espera trasladarse a otra ciudad y hallar una alternativa: “Busco un futuro, un lugar donde establecerme, formar una familia y ofrecerles lo que yo no tuve: una mejor calidad de vida”, afirma.
En los últimos días, un gran número de migrantes cruzó la frontera. Como los albergues de la ciudad ya están saturados y la gente duerme en la calle, el alcalde de El Paso declaró estado de emergencia.
La Navidad hace todo más difícil, dijo la venezolana Yessica Jerales, quien estaba con sus dos hijos. “Hay un 24 de diciembre que tú no sabes dónde van a dormir”, dijo. “Ellos ven unas luces, y es Navidad, y uno lo que le explica a ellos es que a donde estemos va a ser mejor, para un buen futuro”, añadió.
Los migrantes de otras ciudades fronterizas se enfrentan a un dilema similar.
Seis semanas después de llegar a Matamoros, frente a Brownsville, en Texas, el venezolano Giovanny Castellanos se preparaba para pasar la Navidad en una tienda de campaña lejos de su esposa y sus cinco hijos.
Castellanos contó que vio a 30 o 40 personas cruzar el Río Bravo para entregarse a agentes estadounidenses. Algunos llevaban a niños pequeños y a sus pertenencias en colchones inflables. “Mucha gente se desespera, mucha gente no quiere pasar Navidad acá”, dijo Castellanos, de 32 años.
Juan Antonio Sierra, quien dirige el mayor albergue de inmigrantes de la ciudad, afirma que Matamoros tiene ahora hasta 8.000 inmigrantes, muchos de ellos viviendo en el campamento fronterizo o en las calles. Con pronóstico de tormentas de nieve y hielo, le preocupa que arriesguen sus vidas cruzando el río. “Es peligroso porque pueden ahogarse, porque las temperaturas son cambiantes y viene mas frío todavía”, advirtió.
De vez en cuando, los lugareños reparten a los migrantes zapatos, juguetes, camperas y mantas. El párroco Rafael García, de la “Iglesia del Sagrado Corazón”, también ayuda como puede a las personas que se aglomeran frente a su iglesia, donde encuentran comidas calientes, baños y lugares para dormir.
Pero la situación se vuelve cada vez más dramática a medida que llega más gente: “Es muy inhumano como se trata a la gente aquí. Si no se los llevan rápidamente a otras ciudades, tendremos aquí una catástrofe”, advirtió García.