Lo feliz y lo triste de los festejos mundialistas

Lo feliz y lo triste de los festejos mundialistas

23 Diciembre 2022

Las máscaras (o caras) que identifican al teatro son generadoras de misterio, risas y drama, haciendo volar la imaginación del público. Al mismo tiempo, logran tocar sus emociones. Estos antifaces fueron fuente de inspiración desde la antigüedad para representar la comedia y la tragedia.

El Mundial de fútbol de Qatar; la conquista del título por parte de la Selección argentina; la ola de felicidad y éxtasis que invadió a todos en el territorio nacional; los festejos que el logro generó, son una representación de la máscara feliz, la que ríe, celebra, inspira y estimula, al cabo de una puesta en escena futbolística majestuosa.

Los disturbios, daños a la propiedad pública y privada, excesos, falta de previsión en la organización de la recepción a los campeones y el tironeo político (con acusaciones cruzadas) que la situación produjo es la otra máscara, la triste, la del drama.

En LA GACETA se hizo una gigantesca cobertura con enviados propios, la que se dio a conocer en nuestras distintas plataformas, sobre lo que fue sucediendo en la lejana Qatar. La grandeza y la heroicidad, el disfrute y el esfuerzo de propios y extraños, el amor por los colores que identifican al país, quedaron plasmados en los informes.

También estuvimos en Buenos Aires en la llegada del plantel. Esta vez, no todo fue tan positivo. Porque lo que debió ser una representación que le ponga un moño a esta torta de regalo para todos que representó el título de campeón, fue una permanente sensación de angustia por cómo se dio la caravana, ante la salida a las calles de más de 5 millones de personas.

Ya durante los festejos por triunfos importantes del equipo, como los de cuartos de final y semifinal, se habían registrado en todo el país incidentes, que ocasionaron heridos, detenidos y daños materiales. Al cabo de la final, la situación fue aún más complicada, porque naturalmente salió mucha más gente a las calles y porque ejercer un control sobre masas tan grandes es siempre complejo.

Hay quienes sostienen que, ante tamaña cantidad de gente que salió a recibir a los campeones, que no hayan sucedido problemas mayores resta drama a lo sucedido. Que los disturbios y daños fueron producidos por una porción reducida de manifestantes. Que hay que mirar más bien a las genuinas y sanas expresiones de felicidad de la mayoría. Pero eso es mirar las cosas de manera parcial. Tentar al destino no siempre es una acción justificable ni aconsejable.

Puede que los contratiempos e incidentes, con el paso del tiempo, queden en una anécdota. Pero quienes tienen la responsabilidad de velar por la seguridad de las personas tienen que hacer un mea culpa. En esencia, ya deberían haberlo hecho. Resultaba ingenuo creer que una multitud, enardecida por el clima de festejo, no dejara secuelas que lamentar. Porque lo visible, es decir, las peleas, pedreas y botellazos; las vidrieras rotas, las puertas forzadas, los kioscos saqueados, las persianas bajas y pintadas, los semáforos vencidos o inservibles, los puestos de revistas deformados por el peso de quienes saltaban encima, las plantas quemadas, las montañas de basura son sólo lo visible. Nadie debe olvidar que detrás de esta máscara del drama que se vio en vivo y en directo hay actores, que deben dar respuestas.

Aquel que rompió, robó, destrozó, dañó, en resumen, delinquió, nos obliga a indagarnos como sociedad. El que no hizo las cosas necesarias para evitar todas estas acciones, también.

Cosas como las sucedidas nos obligan a seguir trabajando para impedir que esa enfermedad, desquicio y falta de valores que asoman en circunstancias así no logren sus despreciables objetivos ni se conviertan en costumbre. El desafío está planteado, y nos compromete a todos.

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