1) Hablemos de este partido increíble, tan difícil de describir, una de las finales más impresionantes de la historia de los Mundiales. Intentemos comprender sus claves ahora que el tiempo va pasando y podemos verlo con algo de tranquilidad. Dos horas de fútbol en las que Argentina hizo todo lo que debía y más. Dos veces tuvo la Copa en las manos y dos veces se le escurrió. Primero en el tiempo reglamentario, al cabo de 80 minutos casi perfectos; luego en el suplementario, cuando tras el gol de Messi no quedaba nada para el final. Y sin embargo, y sin embargo… El defensor del título emergió de sus propias sombras y a punto estuvo de la hazaña. No era su momento, no era su tiempo. Es el de Argentina, un campeón absolutamente merecido, de Messi a “Dibu”, de un equipo con todas las letras bien puestas. Pero vamos por partes.
2) Scaloni jugó su ficha y acertó un pleno, es todo de él. No sólo puso a Di María, sino que lo ubicó de wing izquierdo. ¿Por qué? Doble razón: de los laterales, Koundé es más flojo que Theo Hernández; pero por sobre todo a sabiendas de que Dembelé podrá ser muy veloz, pero marca poco y cuando lo hace es torpe. Pecado propio de un delantero. Pues bien, Dembelé se llevó puesto a Di María en el área, un penal tonto que Messi anotó con maestría; y acto seguido Di María apareció solo, porque nadie lo perseguía, para el 2-0. Resultado: Deschamps sacó a Dembelé antes del final del primer tiempo, también a Giroud, y rearmó el ataque soltando a Mbappé de un lateral en el que estaba ahogado. Al cabo de esta minihistoria de la final Scaloni puede dormir más que tranquilo.
3) El partido de la Selección hasta los 35´ del complemento fue irreprochable. Maniató a Francia, no le permitió acercarse a “Dibu”, anuló a sus creadores, lo atacó con mucha decisión y con recursos. La pelota iba y venía, los franceses jamás la encontraban, y cuando por fin intentaban hacer lo suyo se perdían en una selva de piernas, de brazos, de cuerpos. Griezmann, el cerebro del equipo, también dejó la cancha, víctima de esa pasión argentina por el quite feroz y el juego rápido. Tan desconcertados estaban los franceses que tiraban la pelota afuera, se miraban entre ellos, se reprochaban, Deschamps abría los brazos. Salió Di María, una vez más ovacionado hasta los huesos, y entró Acuña para reforzar el flanco izquierdo. Cada ataque de la Selección daba la certeza del peligro inminente. Era un partidazo de todos, sin puntos flacos. Hasta salía, sin sonrojarse, la palabra baile. “Hay que hacerles el tercero para matarlos”, apuntó alguien en el palco de prensa. Y entonces, que llamen al cardiólogo. No podía ser todo tan perfecto.
4) Pelotazo larguísimo hacia la derecha de la defensa argentina, Otamendi queda mano a mano con Kolo Muani, pierde la posición, entran forcejeando al área, el francés cae. Sucedía por primera vez en el partido, nunca un defensor argentino había afrontado una situación similar. Penal que “Dibu” casi ataja, pero el tiro de Mbappé le vence el manotazo. El rival, que parecía acabado, despierta y casi de inmediato iguala con una volea preciosa de Mbappé. Nuevamente “Dibu” roza el balón, pero no consigue mandarlo afuera. Nadie entiende nada en las tribunas de Luseil, los franceses tampoco, pero están envalentonados y la Selección atraviesa uno de esos pasajes de confusión complejísimos, a imagen y semejanza de lo que provocó Países Bajos. Y hay más, porque la final se rompió: “Dibu” contiene un remate dificilísimo de Mbappé, casi a quemarropa; y Lloris vuela para mandar al córner un misil de Messi. El partido es apasionante y el suplementario promete más de lo mismo.
5) Cuando los jugadores están extenuados es lógico que cualquier orden táctico se desmorone. Las piernas ya no responden para cumplir las órdenes que el cerebro dicta, a medida que la media hora de la prórroga avanza se trata de la supervivencia del más apto. Y el más apto es Argentina, que ha vuelto en sí y consigue sintonizar la onda de los pases verticales y de la agresividad. Deschamps había movido el banco desde temprano, con lo inusual que resulta hacer dos cambios en el primer tiempo. Terminará el partido con siete jugadores de refresco. Scaloni va administrando las variantes. De Paul, Mac Allister y Julián, claves durante los mejores momentos del equipo, no daban más; tampoco los laterales, sometidos a un ida y vuelta infernal. El dibujo con el que la Selección llega a los últimos minutos exhibe también varias caras nuevas. Es otra historia.
6) Todo lo bueno que Argentina había insinuado en el primer tiempo suplementario se concreta en el segundo y es Messi el que patea con toda la furia para anotar el 3 a 2. Parecía off-side en el comienzo de la maniobra, pero el VAR automático demuestra que no. Así son las cosas con la tecnología en el fútbol; del gol anulado a Lautaro en el debut por una uña de adelanto a esta conquista alumbrada por una habilitación milimétrica. Y sin embargo, y sin embargo… Faltan cuatro minutos para alzar la Copa y un pelotazo encuentra la mano de Montiel en el camino. Esta vez Mbappé engaña a “Dibu”, que se tira hacia el otro palo. No hay manera de describir los gestos de la hinchada, y ni que hablar cuando a los 120’ “Dibu” tapa el gol de Francia abriendo el cuerpo como una flor del desierto. La foto de ese instante es excepcional, “Dibu” parece el hombre elástico bloqueando la pelota. Y de allí, de la derrota que parecía inminente, al triunfo que se escapa cuando Lautaro, solo su alma, cabecea mal.
7) ¿Por qué esta convicción de que Argentina merecía el triunfo? Va más allá de los porcentajes de posesión, de los córners generados, de las amarillas y de la cantidad de pases correctos. La big data ha llegado al fútbol hace rato; bienvenida sea por todo lo que sirve para mejorar el juego de un equipo. Pero hay algo que los datos jamás podrán medir. No registran gestos, miradas, palabras susurradas o gritadas, voluntades que se expresan en la postura corporal. Siempre, aún apurada o zozobrando, Argentina quiso ganar, fue para adelante, volcó sus juramentos íntimos y sus compromisos públicos en la cancha. Se notaba cuando iban empatando: la que se apuraba era la Selección, los franceses manejaban sus tiempos de otra manera, infinitamente más conservadora. Argentina anhelaba esa Copa tanto pero tanto que se notaba a la legua cómo latían los corazones. Cómo rogaban con sus ojos Di María y De Paul desde el banco. En ese partido emocional, que es tan valioso como el técnico y el mental, Argentina fue dominadora. Por eso -y mucho más- este es un merecido campeón.
8) “Dibu” saluda a Lloris antes de la tanda de penales. ¿Quién dijo que no puede ser un caballero? Después, a su manera, agita a la tribuna. Luego le sacarán amarilla, producto de un exceso en el juego psicológico contra los franceses. Definen por penales y la hinchada mira a su “Dibu” con la misma confianza que “Dibu” derrocha al golpearse el pecho. Tirá Mbappé, tercera vez que se miran de cerca, y “Dibu” acierta el palo, pero no llega. Tira Kingsley Coman y “Dibu” se lo come de aquí a la China. Tira Tchouameni con tan poca fe, intimidado por “Dibu”, que la pelota se va afuera. Cuando tira Kolo Muani las cosas están definidas. Argentina es otra cosa: Messi suave, Dybala perfecto, Paredes mejor y el último, el de la Copa, es para Montiel. ¿Alguien vio alguna vez errar un penal a Montiel? Jamás, Montiel es un francotirador infalible. Pateó 10 veces en su carrera, metió los 10. El resto, de allí en más, es una ráfaga televisiva. La pasión. La locura.
9) Mbappé, crack total, es el rostro de la decepción cuando recoge su premio a goleador del Mundial. Había pasado inadvertido en el partido, pero el fantasma se corporizó y vaya si asustó a la Selección. Francia no estuvo a su altura. Y aún así empató dos veces una final que le había sido totalmente adversa. Si consiguió semejante proeza es por una sencilla y contundente razón: es un grande. Pero al frente estaba un equipo no menos grande. Al contrario, ahora estamos 3 a 2 en títulos mundiales. Y además Mbappé es un crack, pero Messi no es de este planeta.
10) Fue el mejor futbolista del Mundial, el capitán que levantó la Copa, hizo dos goles en la final. Sería insólito que no sume un nuevo Balón de Oro a su colección, casi una minucia para este hombre que voltea récords como si fueran muñecos. Fue su partido mundialista número 26, habrá que ver si alguien supera esa marca. Lideró a la Argentina a la gloria al cabo de una espera de 36 años. Dejó la piel a lo largo de las dos horas de un partido frenético. Messi ya lo había hecho todo, y ahora esto… Hay una sola palabra que surge, simple, no se necesitan más: gracias.