Durante meses el país futbolero se la pasó conjeturando un cruce con Brasil que parecía cantado. Así lo indicaban los caminos del fixture, porque en los papeles el clásico se veía inexorable. Pero los papeles son eso, trazos hipotéticos que la realidad suele soplar como un ventarrón. Así que chau Brasil en cuartos de final, hola Croacia -(no tan) viejo conocido- en el duelo clave por el pase al partido soñado. Así son los Mundiales, una caja de sorpresas que incluye nombres, por ejemplo, como el de Marruecos.
¿Cómo está la Selección? Con la motivación por encima de las nubes, a nivel estratósfera. Hay una sensación de que la oportunidad está ahí, al alcance de la mano, tan cercana que hasta puede sentirse. Que lo que viene es durísimo pero parejo, nada en el terreno de lo imposible. Que los rivales tienen buenos equipos y grandes figuras, pero nada por encima de lo propio, nada que asuste o que anticipe la resignación. Es un Mundial atrapante al que Argentina le aportó buena parte de esas sensaciones. Y también pasajes del fútbol que tanto se le reclama. Hay, en síntesis, mucha ilusión.
Ese es el espíritu con el que Argentina pisará la ya reconocida cancha del estadio Lusail. Con esa forma de jugar que Lionel Scaloni defiende y promete no cambiar, por más que su equipo la pasó mal más de una vez: la fatídica tarde de la primavera árabe, durante el primer tiempo con México, por culpa de la lluvia de centros que ensayó Países Bajos. La Selección dista de ser una máquina, sufrió hasta en el cierre del partido con Australia, y sin embargo transmite confianza. Porque tiene lo suyo desde lo colectivo, sí; porque hay buenos futbolistas, también: y porque está Lionel Messi.
La previa de cada partido es un calco del anterior. El concepto se reitera y nunca aburre. Si la comunidad futbolera internacional hace fuerza por Argentina se debe a que quiere ver a Messi levantando la Copa el domingo. Y Messi está empeñado en esa tarea desde el primer minuto, tanto por lo que hace con la pelota como por el liderazgo que evidencia y contagia. No es un “Messi maradoniano”, concepto que desarticula su personalidad y lo convierte en alguien que no es; es un Messi de 35 años, maduro desde hace largo rato y en otro momento bisagra de su vida. Messi es el estandarte de esta Selección y consolida esa posición a fuerza de gambetas, asistencias geniales y goles. Alcanzará al alemán Mattheus al tope de la tabla de presencias mundialistas (25), un récord más y van… Con Messi, se sabe, todo es posible.
Todo lo sucedido el viernes fortaleció al grupo. Sienten que el aluvión de críticas recibidas a causa de los festejos y los incidentes con los jugadores de Países Bajos fue injusto. Entienden que provengan desde Europa, pero los sorprende que las hayan recibido desde Argentina, sobre todo porque fueron los neerlandeses quienes habían comenzado las provocaciones. Esto generó un efecto, usual en la construcción de épicas futboleras, como es reconocer un enemigo en el afuera y cerrarse para combatirlo. En este caso, un sector de la prensa. Pero a la vez, como lo subrayó Lionel Scaloni durante el contacto con los periodistas, ya dieron por cerrado el episodio y están enfocados en lo que viene.
“No se puede comparar, todos los partidos son diferentes”, dijo el DT cuando lo consultaron sobre la debacle de 2018, cuando los croatas tumbaron a la Selección de Sampaoli con un 3 a 0 inapelable. Conviene recordar que Scaloni integraba el cuerpo técnico que planificó aquella batalla librada y perdida en Nizhni-Novgorod. Varios croatas, con Modric a la cabeza, estuvieron ese día. También Messi. Numerosas lecciones dejó aquella paliza, se espera que hayan sido convenientemente aprendidas. En especial, lo firmes y ordenados que son los balcánicos para defender, y lo peligrosos que resultan cuando se los descuida.
El análisis de los especialistas, concentrados por estas horas en Qatar, le da un margen de ventaja a la Selección. Equipo por equipo el resultado es un 50 y 50, pero el “factor Messi” desnivela la balanza. También la ambición que se adivina en el plantel argentino, una cuota de hambre de gloria que en estas instancias es imprescindible, casi tan importante como el juego mismo. En ese ranking del deseo a la Selección es difícil bajarla de la cima. Después, satisfacer ese deseo es lo más importante, también lo más difícil.
En cuestión de horas la Selección se jugará el boleto a una final mundialista, una más para nuestra rica historia. Jugamos cinco, ganamos dos (1978 y 1986) y perdimos tres (1930, 1990, 2014). Son muy pocos los países que alcanzaron seis veces el partido más esperado por todos, esto reafirma que más allá de las numerosas y justificadas razones que hacen del fútbol nacional un caos, Argentina se arregla para mantenerse en la elite. Entonces, qué bien le vendría una tercera estrella a la camiseta, ¿no? Es el sueño de todos, ese combustible que impulsa a pensar: Argentina, es ahora.