La oposición tucumana protagoniza un hecho inédito en la historia electoral reciente de la provincia: la desperonización. Mientras desde el alperovichismo en adelante se había instalado la idea de que sólo se podía llegar a ganar con las herramientas del peronismo, ahora los principales referentes enfrentados al Gobierno compiten por mostrarse lo menos peronista posible ante el electorado.
Más allá de cómo termine este episodio, lo cierto es que el llamado a elecciones para el 14 de mayo de 2023 marca un final de época o, al menos, una bisagra. Cuando a principios de los 2000 irrumpió José Alperovich en la escena política local, el peronismo y la oposición se atomizaron. Las esquirlas de las dinamitadas expresiones partidarias derivaron en esa figura camaleónica que fue el alperovichismo. Allí confluyeron peronistas, radicales, bussistas y dirigentes de la izquierda. Y no hubo mayores miramientos, salvo algunas excepciones.
Pero a partir del dominio de Alperovich y de su control político se fue gestando una alianza espejo en la oposición. Socialistas, radicales, justicialistas, ex republicanos y liberales comenzaron a unirse para hacerle frente a la omnipresencia alperovichista. En ese tiempo se instaló la idea de que sin las mañas del peronismo ni su estructura iba a ser imposible triunfar en las urnas. Y se llegó a 2015, cuando el acuerdo entre José Cano, Domingo Amaya y Germán Alfaro posibilitó que hubiera una elección con final menos predecible que las anteriores.
El resultado de ese entrevero que fue el Acuerdo para el Bicentenario fue un proceso comicial escandaloso y exageradamente clientelar desde ambos espacios: Juan Manzur y Osvaldo Jaldo vencieron con más del 53% de los votos y José Cano-Domingo Amaya recogieron casi un 42% de adhesiones. Sin embargo, fue tan desquiciada aquella secuencia electoral que la Corte Suprema de Justicia de la Nación tuvo que convalidar el triunfo de la fórmula oficialistas y a la vez exhortar a las autoridades tucumanas a que “se adopten las medidas necesarias para combatir el flagelo del clientelismo político”. Además, “propusieron” evaluar “la factibilidad, pertinencia y conveniencia de establecer modificaciones para perfeccionar el sistema electoral imperante”. Y destacaron que eran necesarios los cambios “para asegurar de una manera más efectiva la preservación de los esenciales valores democráticos”.
Casi ocho años después y una elección mediante, ninguno de aquellos consejos del máximo tribunal nacional fue tomado. Lo único que sí ocurrió fue una sangría constante en aquel Acuerdo para el Bicentenario, que con Silvia Elías de Pérez como candidata a gobernadora obtuvo apenas el 21% de los votos en junio de 2019.
El derrumbe puede explicarse de diferentes maneras, pero hay un dato irrefutable: de aquel año a esta parte, los principales referentes del disruptivo Acuerdo para el Bicentenario se enrolaron todos bajo el sello de Cambiemos/Juntos por el Cambio. Amaya y Cano recalaron con cargos en la gestión de Mauricio Macri y luego –junto a Elías de Pérez- obtuvieron bancas en el Congreso por esa coalición; y Alfaro zigzagueó con el macrismo, se peleó y luego volvió a bajo esa suerte de renovación que pretende mostrar Horacio Rodríguez Larreta.
Desde lo gestual y desde lo empírico, la mutación opositora es evidente. Ahora es un viejo referente peronista como Alfaro el que habla de república y de institucionalidad y sus aliados radicales muestran otra faceta. Mientras aquel legislador y ex diputado justicialista acude a la Justicia para frenar lo que considera avasallamientos constitucionales del oficialismo, sus socios que hoy conducen la UCR se muestran críticos del Gobierno pero dialoguistas. ¿Qué pasó en el medio?
Claramente, un cambio de roles. Alfaro intenta despegarse del pedigrí del peronismo y capitalizar el voto de un sector de la sociedad históricamente alejada del Partido Justicialista. Basta con mirar a sus aliados para corroborar que el intendente ha acelerado su proceso de deconstrucción en este último año y la previsible inclusión del ex camarista Enrique Pedicone (otro de orígenes justicialistas) es la última prueba.
Resulta insólito pero del otro lado, Roberto Sánchez hace el mismo camino que el intendente capitalino. Se desperoniza, reniega de las mañas alfaristas y peronistas y se repliega en el radicalismo y en sectores liberales. Incluso, repite la estrategia de Elías de Pérez en 2015: eligió para las internas opositoras -que nadie asegura que se harán- a un referente del empresariado tucumano. Hace cuatro años fue José Manuel Paz y ahora es Sebastián Murga.
La sobreexposición llevó a que Alfaro hoy esté siendo asediado por los misiles de la Casa de Gobierno. Son tantos los torpedos que debe esquivar a diario que distrae su atención del recorrido electoral justo cuando más abocado a él debería estar. Como contracara y desapegado de la suerte del jefe municipal, Sánchez camina en silencio sin generar mayores roces con la conducción de Manzur y de Jaldo.
¿Por qué si el antecedente de 2015 indica que la oposición solo puede arrimarse al peronismo con más peronismo, hoy está haciendo lo contrario? Es difícil hallar una respuesta razonable, aunque sí hay pequeños asteriscos a tener en cuenta. Todos los dirigentes de este espacio entienden que hay buena parte de la sociedad hastiada de prácticas atribuidas al peronismo, y que es momento de mostrar una cara diferente. Sin embargo, tan lejos de encontrar ese equilibrio están que de un lado y de otro se fueron a un extremo.
El riesgo de esta desperonización repentina es que Alfaro y Sánchez lleguen a un punto en el que les resulte imposible dar marcha atrás. Por eso muchos de los integrantes de Juntos por el Cambio local bregan por un acercamiento entre ambos referentes y así lograr un mix entre radicalismo y peronismo. En el medio hay un elemento que no es menor: las elecciones de 2023 están cada vez más cerca y, en contrapartida, el titular del Partido por la Justicia Social y el presidente de la UCR se muestran cada vez más distanciados. Incluso, el jefe municipal le lanzó un mensajito al concepcionense esta semana. “Cuando te ignoran, por algo debe ser, ahora cuando te tienen en cuenta, también por algo debe ser”, le dijo durante una entrevista en LG Play, en alusión a porqué es él el rodeado por los dardos del Gobierno y no Sánchez.
Sin un replanteo urgente, el cortísimo tiempo que resta para las elecciones de 2023 puede ser letal para el atomizado Juntos por el Cambio. Enfrente, Jaldo y Manzur se sacan fotos de unidad y sonríen. Tienen quien haga el trabajo por ellos en la campaña.