“La principal barrera para acceder y ascender en el mercado laboral es la maternidad”
La economista e investigadora de la Universidad de San Andrés subraya que la gran brecha laboral aparece con la maternidad. La doctora Edo plantea: “salir a trabajar por igual no resuelve la crianza de los hijos, que tampoco puede depender de una guardería ni ser tercerizada. La gran pregunta es si queremos que los progenitores eduquen a sus chicos”
Que las teorías científicas desciendan a la realidad y logren mejorarla es uno de los desvelos de María Edo, doctora en Economía, catedrática e investigadora de la Universidad de San Andrés. En una conversación virtual muy cálida, la economista comenta que le inquieta la tendencia de la academia a hablarse a sí misma. “A mí me motiva generar algún cambio”, explica. Y añade que siente que su profesión se realiza cuando interactúa con “el mundo”, como esas veces contadas que un funcionario público la llamó para conocer qué dice la evidencia. Estudiosa de las brechas de género en el mercado laboral, en el último tiempo Edo se concentró en el análisis del impacto de la maternidad en el desarrollo profesional. De allí saca la conclusión que enuncia: “si no hay una llama interna poderosa, el sistema sigue llevando a la mujer a elegir trabajos pequeñitos”.
-Se supone que criar a un niño es la función individual y comunitaria más trascendente que se puede cumplir. ¿Por qué sigue sin ser retribuida como tal?
-Estamos muy de acuerdo en que la crianza de calidad es determinante para nuestro futuro. Al final del día en este debate sobre la igualdad entre hombres y mujeres en la cual creo profundamente está implícita una especie de carrera en la que unas tienen que salir a trabajar tanto como los otros. Estoy de acuerdo con eso si es lo que las mujeres quieren hacer, pero a veces se pierde de vista que la principal barrera que aquellas encontraron para acceder y ascender en el mercado laboral es la maternidad, pero no simplemente por una cuestión biológica, sino porque criar hijos es difícil y valioso, y más cuando hay que conciliarlo con otro trabajo.
-¿La aplicación de una regla de igualdad lisa y llana crea otras desigualdades para los hijos?
-Salir a trabajar por igual no resuelve la crianza de los hijos, que tampoco puede depender de una guardería ni ser tercerizada. ¿Qué más querría la sociedad que la madre y el padre eduquen a sus propios chicos? La educación es inherente a la condición de padres y de hijos: algo ineludible. Y el trabajo fuera de la casa y la crianza no son para nada fáciles de compatibilizar, en especial durante los primeros años de vida. La pregunta es si queremos que los niños crezcan con sus progenitores. El debate a veces circula por otros carriles, como, por ejemplo, la diferencia de salarios entre hombres y mujeres, que antes se explicaba por la distinta formación a la que accedían unos y otras, pero, después, eso quedó superado, y se buscan otras razones, como la inclinación de las mujeres por las ciencias sociales; sus dificultades para la negociación y la posición conservadora ante el riesgo; la discriminación, etcétera. Pero estas cuestiones no parecen en el fondo relevantes para explicar la diferencia que subyace y perdura. La gran brecha aparece con la maternidad.
-¿Cómo se representa ese salto?
-Todos los trabajos que hice muestran que hombres y mujeres vienen parejos hasta el nacimiento de un hijo: allí sucede el desbarajuste. Las mujeres salen del mercado laboral; trabajan menos, o cambian de ocupación, y toman alguna que sea más flexible porque supone menos tiempo o porque es más amigable con la maternidad. Ante esto aparecen varios argumentos. El primero es la biología, pero resulta que las investigaciones practicadas respecto de parejas que concibieron y que adoptaron hijos arrojan el mismo resultado, entonces, al embarazo, el parto y la lactancia no explican científicamente la brecha. El segundo es que “las mujeres eligen quedarse”: si esa es la lectura verdadera, yo la celebro, pero la evidencia indica que la participación de estas en el mercado laboral cambia en aquellos países con políticas distintas de cuidado. Esto último hace pensar que las medidas de protección adecuadas generan otras posibilidades de elección para las mujeres y sus familias.
-¿Qué tipo de políticas amplían la libertad de las trabajadoras que son madres?
-Las licencias por paternidad y maternidad más generosas favorecen la reinserción laboral, aunque también entrañan un efecto búmeran porque, pasado cierto umbral de tiempo, aumenta el riesgo de desconexión con el trabajo. Esto se mira mucho, lo mismo que el acceso a los servicios de cuidado, como jardines de infantes y centros para la primera infancia: pareciera que eso es lo que más impacto genera en la participación laboral femenina.
-Pero, otra vez, la guardería desatiende de algún modo el interés superior del niño, que es estar con sus progenitores.
-Es que hay que ver también qué conviene para los niños, en particular hasta los tres y los cinco años de vida, tiempo decisivo para su desarrollo integral en términos de nutrición, apego y confianza. Si los centros para la primera infancia no son de altísima calidad, el efecto termina siendo contraproducente. Entonces, no se trata sólo de proveer servicios de cuidado, sino que hay que buscar el equilibrio que garantice que la solución funciona para todas las partes. Pero resulta que la calidad que necesitamos es muy cara. ¿Qué vemos? Que la sábana queda corta o que debería ser enorme para cubrir el conjunto de intereses comprometidos en este asunto. Y si nos ponemos a mirar la situación de los que cuidan en nuestra región encontramos personal precarizado y típicamente mujeres que trabajan como empleadas domésticas. Por eso es que también se trata de pensar en un cambio en las normas sociales.
-¿En qué consiste eso?
-Los datos demuestran que en América Latina la ciudadanía está cada vez más de acuerdo en que hombres y mujeres deben ser iguales en el ámbito público. En esto se ve un cambio enorme en los últimos 20 o 30 años. Ahora bien, cuando se miran las respuestas relativas a cuestiones privadas, el grado de aceptación de esa igualdad es mucho más bajo. Por supuesto que aquí incide la cultura, pero en definitiva estos números revelan que se trata de roles difíciles de compatibilizar.
-Son muchas contradicciones porque a esto se agrega que las últimas generaciones de mujeres crecieron con la presión de que ser amas de casa no es suficiente y sufren la desvalorización de ese rol. ¿Por qué las políticas públicas no atacan la falta de incentivos económicos que existe para el ejercicio de una maternidad plena y consentida sin caer en gestos demagógicos?
-Es la inversión que más retribuye al ser humano que se está formando. Insisto: ¿qué más querríamos que los padres y las madres críen a sus propios hijos? En este punto el avance consiste en conocer la cantidad de tiempo que esta tarea de crianza requiere y que se suma a las otras actividades: ese cómputo permite exponer las horas totales de trabajo, y que una mujer trabaja entre cinco y seis más por semana que un varón. En su momento también se implementó una moratoria previsional para el acceso a la llamada jubilación de amas de casa. Si yo tuviera una varita mágica, lo que haría es adelantar el pago de los haberes entre los 25 y los 40 años, que es la etapa crítica en especial para las mujeres, pero, también, para la paternidad y las familias en general, donde lo reproductivo y lo productivo coinciden milimétricamente.
-¿Cómo sería eso?
-Es la etapa para despegar en el plano profesional y, al mismo tiempo, la etapa para tener hijos. Esa coincidencia se diluye en el caso de los hombres, pero para las mujeres ambas cuestiones transcurren en simultáneo. Se entiende que esto fuera un problema grande cuando moríamos a los 65, pero hoy vivimos bastante más. La extensión de la expectativa de vida debería ser tomada en cuenta en un programa que, por ejemplo, adelante las transferencias previstas para la jubilación a los fines de que se atiendan las necesidades familiares en el momento en el que estas resultan impostergables para disminuir las cargas laborales y aumentar la disponibilidad del cuidado de los hijos con la premisa de que los aportes se recuperarán después, con más años de trabajo.
-¿Sería como una jubilación momentánea para trabajar menos en el período de la crianza de los hijos?
-Exacto. Se trataría de un ingreso planificado socialmente para que las madres y los padres puedan estar con sus hijos cuando ellos los demandan más, sin que esto implique suspender por completo la vida laboral. En este sistema imaginario, el Estado prestaría una ayuda entre los 30 y los 40 años, que se devuelve cuando pasa esa fase crítica de la crianza teniendo en cuenta que se vive más ahora, y, por ende, hay más tiempo para trabajar y aportar para la seguridad social. Hoy, tal y como están las cosas, es muy difícil para una ama de casa encontrar su camino profesional a partir de los 40, aunque sigue siendo joven. Lo que le queda suelen ser lugares relegados o de menor poder, donde se acotan las posibilidades de tomar decisiones libres porque no hay modo de llevarlas adelante. Ahí es cuando se vuelve en contra la determinación de quedarse en casa para criar a los hijos.
-Sacrificar el trabajo responde a unas circunstancias que, de repente, quedan lejos, y son fuente de desigualdad y de sufrimiento permanentes para la mujer, ¿no?
-El sistema actual está armado de tal modo que, para desarrollar una carrera profesional, la mujer que es madre debe tener una fuerza y una energía superlativas porque la verdad es que todo le juega en contra. Si no hay una llama interna que incendie el corazón, lo razonable es que la mujer elija un trabajo pequeñito: esto sigue siendo así en la Argentina del siglo XXI.
Estudiosa de la desigualdad
María Edo es profesora de cátedra de tiempo completo e investigadora afiliada en el Departamento de Economía de la Universidad de San Andrés. Además, se desempeña como directora académica del Centro de Estudios para el Desarrollo Humano de aquella institución, donde obtuvo su doctorado en Economía en 2016. Fue becaria del Conicet, y publicó artículos científicos en revistas especializadas acerca de la pobreza, la desigualdad y las brechas de género en el mercado laboral. A los 42 años reconoce que su mayor interés pasa por acercar tres mundos que en la Argentina suelen ir por separado: la política pública, el terreno y la academia.