LA GACETA en Qatar: Bienvenida al Mundial Scaloneta, te esperábamos con los brazos abiertos

LA GACETA en Qatar: Bienvenida al Mundial Scaloneta, te esperábamos con los brazos abiertos

Argentina se rencontró con el fútbol en la Copa del Mundo.

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Hay que estar en el corazón de este estadio, que parece desarmarse en cada salto, en cada grito, en cada camiseta celeste y blanca desbordada de felicidad. Hay que sentir lo que están viviendo miles de argentinos, al fin contagiados por el equipo que vinieron a ver. Esta noche de Qatar ya es mágica, potente, celebratoria. La culpa es de esta Scaloneta que arrancó torcida, vio la luz gracias a Messi el sábado de resurrección contra México y apareció en toda su dimensión cuando tenía que hacerlo. Porque Argentina no sólo derrotó a Polonia; la avasalló durante los 90 minutos y por milagro no concretó una goleada histórica. La Selección, ahora sí, empieza a jugar el Mundial.

No es fácil, en este instante de grito, canto y puño apretado, mirar las cosas en perspectiva. No éramos los peores cuando perdimos con Arabia ni somos los mejores tras ganarle a una Polonia cuya única intención fue perder por la menor diferencia posible. Soportaron una docena de jugadas clarísimas de gol y hasta un penal errado para lograr una clasificación angustiosa, hasta insólita. Pero lo nuestro no pasa por los bulones que deben haber cortado en Varsovia, sino por mirar a una Selección totalmente mejorada, enfocada en lo suyo, paciente, concentrada y ambiciosa. Esos fueron los atributos sobre los que se basó esta actuación tan esperada como necesaria.

Hay que seguir a Messi cuando las cámaras no lo enfocan. Está activo, atento, buscando los espacios, resolviendo las jugadas antes de que le llegue la pelota, dando indicaciones con la mirada, consultando en todo momento con el banco. Los rivales hacen lo mismo; se olvidan de lo que está pasando en la cancha para vigilarlo. Messi detecta a sus cancerberos, se mueve, los desconcierta. Falló varios penales en su carrera, tal vez sea el único déficit que se le puede apuntar a un futbolista extraplanetario. Tras la prodigiosa atajada de Szczesny el estadio lo mimó con el acostumbrado: “que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar…” El yerro desde los 12 pasos no le movió un pelo al capitán, que siguió manejando el partido a su ritmo; por momentos de toque, por momentos de aceleración. Le faltó el gol, tuvo sus chances. Se lo vio agotado durante los 15 minutos finales, regulando. Con este Messi se puede llegar al cielo.

Conviene mirar de reojo a la prensa internacional, acomodada en el palco para asistir a una potencial eliminación argentina y rendida, un rato más tarde, ante el revivido equipo del invicto interminable y las victorias en fila. Las dudas nunca se disipan del todo, la lección árabe sigue fresca, pero desde este momento Argentina goza de otro estatus en Qatar. Quienes la daban por muerta hace algunos días reacomodan los cálculos y las comparaciones. Ese es otro de los efectos que provoca una producción como esta. Si antes los rivales respetaban a la Selección, ahora esa consideración crece, se consolida.

Son muchos los gestos que se perciben cuando el partido se resuelve y, poco después, se termina. Una serie de pequeños triunfos personales que van explicando todo lo sucedido en la intimidad del plantel. “Cuti” Romero y su satisfacción por haber completado los 90 minutos, Leandro Paredes entrando otra vez en ritmo, De Paul que volvió a empezar falto de precisión y, en el epílogo, volvió a parecerse al de los mejores tiempos. Di María agotado en el banco, pero feliz como un chico. La suma de todas esas minihistorias construye la épica general de una victoria. Los que venían “tocados”, cuestionados, en baja, recuperan el terreno y, por sobre todo, suman. La Selección necesita de todos y en su máximo nivel para sostener sus aspiraciones.

Hay que ver el show de “Dibu” Martínez. Solitario, con sus compañeros ejerciendo un dominio abrumador, en una noche sin trabajo, se dedica a arengar a la hinchada. Levanta los abrazos, sonríe, aplaude, festeja los goles como si fuera un centrodelantero. Esa actitud positiva que tanto se había extrañado contra Arabia y durante el primer tiempo contra los mexicanos, épocas recientes de nervios y errores, se derrama ahora de atrás hacia adelante; de adelante hacia atrás. El “Dibu” es uno de los símbolos de este plantel, una usina generadora de confianza. Con Romero y Otamendi había consolidado una fraternidad que volvió a hacerse fuerte.

Argentina fue un sentimiento, sí, pero por sobre todo fue juego. En ese rubro, aparecen dos jugadores que no existían en el “equipo de memoria” premundialista. Mac Allister y Enzo Fernández integraban la lista como piezas de recambio, pero en cuestión de minutos aprobaron los exámenes de titularidad y hoy sería llamativo que salieran del equipo. Lo de Fernández es impresionante, desde lo que genera en el campo y por cómo se metió al público en el bolsillo. Ya es un favorito de la gente. Y hay un agregado representado por Julián Álvarez, autor de un golazo, bien de nueve. Estos tres nombres, que podían mirarse como una garantía de futuro, maduraron tan rápido que son emblemas del presente. Mejor, imposible.

No hay descanso para la Selección. El fixture del Mundial la condena a jugar dentro de tres días. Por eso, en apenas 48 horas, tendrá que preparar nada menos que un partido de octavos de final, a todo o nada. Se hablará hasta el hartazgo de los australianos, que no estaban en los planes de nadie. Difícil que ellos mismo hayan soñado con superar la fase de grupos. Pero están ahí, preparados para lo que venga.

Hay que disfrutar este momento porque es un Mundial, Argentina avanza y, por sobre todo, invita a ilusionarse. Callados, sin hacer olas, como debe ser. Pasito a pasito. La Scaloneta está, llegó, se soltó, brindó el espectáculo que tanto se le reclamaba. Va de menor a mayor, otro punto para confiar. Pero ahora la invitación es a compartir la alegría, a revisar una y otra vez los goles, a extender el debate futbolero proyectando lo que viene, que puede ser más lindo todavía.

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