Irrumpe un activista en el campo de juego durante un partido mundialista y las cámaras lo ignoran. Millones de espectadores que siguen el duelo Portugal-Uruguay desde su casa no entienden por qué se ha paralizado el juego. Las gigantescas pantallas del estadio Lusail muestran cualquier otra cosa. Pero lo que sucede ahí, en la cancha, no puede disimularse. El contraste es absurdo: mientras la TV pretende esconder la realidad, en las tribunas decenas de miles de personas lo están registrando con los celulares y, de inmediato, publicándolo en las redes sociales. En el intento de tapar el sol con las manos, la FIFA sólo consigue quedar en evidencia.
Podrá decirse que la FIFA es rigurosa en lo que respecta a los posicionamientos políticos y por eso no se trata de censura, sino de un protocolo inalterable, pase lo que pase. Pero la propia FIFA hace política en el Mundial por medio de su campaña contra la discriminación y en favor de la tolerancia. También aboga por la protección del medio ambiente. Esos spots se ven en los estadios y se reproducen por todas las plataformas que la FIFA elige para propagar sus mensajes. Pero al mismo tiempo se cuida de visibilizar consignas enarboladas por terceros que puedan crearle problemas. Casos tan puntuales como la guerra en Ucrania o los alzamientos populares en Irán formaron parte de la denuncia que realizó Mario Ferri la noche del lunes.
INVADIÃ EL CAMPO DE JUEGO
— Jacqueline Benitez (@Jackiebenz) November 28, 2022
Se llama Mario Ferri, ex futbolista, italiano que ya invadió otros partidos en el pasado. Esta vez irrumpió el juego Portugal-Uruguay con una camiseta de Superman y consignas a favor de los derechos de las mujeres en Irán y contra la invasión a Ucraniað pic.twitter.com/z21It4hIgT
El ex futbolista italiano, casi un profesional del activismo, burló la estricta seguridad qatarí para saltar a la cancha con su remera de Superman y su bandera multicolor. En un solo movimiento transmitió tres mensajes: contra la guerra, en favor de los derechos de las mujeres iraníes y en apoyo a la comunidad LGBT+. Picó hacia el círculo central, hizo un rodeo para gambetear al primer guardia que lo perseguía y siguió corriendo hasta que lo tacklearon. Las fotos y los videos detallan ese rush de Ferri, viralizado hasta el infinito. ¿Qué sentido tiene ocultarlo en la transmisión oficial? ¿O no hablar en público de lo que el gesto, dirigido a una audiencia global, puede significar?
El veloz cambio de paradigma en materia de comunicación suele dejar atrás a las instituciones, acostumbradas a reaccionar con mayor lentitud. En otros tiempos, episodios como el de Ferri no hubieran alcanzado tanta trascendencia sin el poder de las redes sociales. Esta explosión de cámaras, de conectividad y de infinita producción de contenidos también tiene un costado positivo. No todas son noticias falsas y posverdad en la aldea digital; también se produce una democratización del acceso a la información. Aquí no hay manipulación de las imágenes ni mentiras; se trata, simplemente, de contar una historia desarrollada ante los ojos de 80.000 personas. La FIFA decide no hacerlo, como si pudiera escribir sus propias noticias, tal como lo imaginó George Orwell en “1984”. Puede que sea el momento de revisar estas prácticas.
Hay además un trasfondo de hipocresía en la actitud de la FIFA, que enarbola las banderas de la tolerancia y emite publicidades en contra de la discriminación, justamente en un país que no es tolerante ni diverso. Qatar organiza el Mundial más caro de la historia y el tesoro de la FIFA ganará miles de millones de dólares; a cambio la entidad rectora del fútbol acepta las reglas políticas y sociales de una autocracia que restringe las libertas individuales dentro de sus fronteras. “El que avisa no traiciona”, dirá el emir en Doha. La FIFA, en consecuencia, quedó metida en su propia trampa.
El activismo ya no depende de los medios tradicionales para conmover a la opinión pública. Las formas de llamar la atención siguen apelando al impacto, como lo demostraron en Europa las manifestaciones en los museos. Hay gente arrojando sopa sobre obras de arte -sin dañarlas, al estar protegidas las pinturas por vidrios- y gente, como Mario Ferri, lanzada al campo en medio de un partido mundialista. Todos tienen algo que decir en materia política, económica, medioambiental o en materia de derechos humanos. Pero las audiencias que antes se limitaban a informarse por la TV, los diarios o la radio ahora habitan un ecosistema infinitamente más amplio. Y es allí donde apunta el activismo para que su mensaje adquiera una difusión exponencial. Ferri no necesitaba que la TV lo mostrara en acción, le sobró con lo dicho y exhibido en las redes. ¿Cuál es el sentido entonces de que la transmisión de un partido intente “vender” que nada ha sucedido? ¿Por dónde pasa la noticia falsa entonces?