Jugadores que se arrodillan en señal de protesta, otros que se tapan la boca, brazaletes prohibidos, líderes políticos en pie de guerra... La FIFA sabía los riesgos que corría cuando le dio luz verde al Mundial en Qatar, un país en el que la diversidad sexual y la defensa de los derechos humanos tal como los entiende y respeta la ONU no forman parte de su agenda. Al contrario, el autocrático gobierno del emir Tamim bin Hamad Al Thani reprime cualquier clase de manifestación que ofenda o contraríe los principios de Islam, lo que deriva en una limitadísima libertad de expresión. Contra todo eso se alzaron varios seleccionados, como reflejo de lo que están pensado y expresando sus conciudadanos en Europa y en Estados Unidos. Día a día, a la FIFA se le van agotando las explicaciones.
El día previo al partido inaugural, Gianni Infantino expresó en conferencia de prensa: “me siento gay y trabajador inmigrante”. Fue un discurso tan desafortunado como sobreactuado. Al mandamás de la FIFA Qatar le marcó la cancha de entrada y por eso la organización del Mundial es celosa y no permite ninguna clase de mensaje que pueda provocarle escozor al emir. A cambio, Qatar invirtió una suma fabulosa que alcanza los 200.000 millones de dólares. Es el Mundial más caro de la historia y difícilmente se verá algo similar en los próximos años. Infantino es un voluntario prisionero de esta realidad.
"En los tiempos que corren es incomprensible que la FIFA no quiera que la gente defienda abiertamente la tolerancia y esté en contra de la discriminación. No encaja en nuestros tiempos y no es apropiado", sostuvo la ministra del Interior alemana Nancy Faeser. Sentada en el palco junto a Infantino, ella lució el brazalete multicolor que lleva la consigna “One Love” y es un símbolo de la diversidad de género. La FIFA lo considera un mensaje político (mucho más en un país como Qatar que no tolera la homosexualidad) y por eso prohíbe que los equipos se lo coloquen en la cancha. Como respuesta, los futbolistas alemanes se taparon la boca al posar para la foto. En la cinta de capitán del arquero Manuel Nueur decía “No discrimination” y se la revisaron cuidadosamente antes de permitirle ingresar al campo.
La FIFA también le prohibió a Bélgica que use en la camiseta alternativa la palabra “Love” estampada en el cuello, combinada con los colores del arco iris. Ese diseño se inspiró en los fuegos artificiales del famoso festival de música Tomorrowland y representa la diversidad, la igualdad y la inclusión. Bélgica los lució en partidos de la pasada Nations League, ya que la UEFA (la Unión Europea de Fútbol) no sólo lo permite; también lo alienta. En los partidos de la primera fase los belgas utilizarán su clásica casaca roja, pero si avanzan en el Mundial y deben cambiarla por la alternativa se planteará un serio problema. “En ese momento veremos qué decisión se toma”, advirtieron las autoridades de la Federación.
El efecto bumerán se siente para la FIFA en Europa. Desde mucho antes del Mundial la palabra “boicot” empezó a sonar fuerte. De hecho, los aficionados europeos son franca minoría y quedaron lejos las previsiones que hablaban de decenas de miles de visitantes. En Qatar, al color y a la mayoría los aportan los hinchas latinoamericanos, asiáticos y norafricanos. El resto tiene la forma de paquetes turísticos de pocos días. En Europa el Mundial genera interés futbolístico y a la vez un claro rechazo social. Los bares alemanes se niegan a pasar los partidos y en Países Bajos se agotaron los brazaletes “One Love”, como forma de protesta por estas actitudes netamente represivas que la FIFA ha adoptado en consonancia con la voluntad de los dueños de casa.
Grupos que representan a la comunidad LGBTQ+ están presionando a los gobiernos para que actúen con mayor firmeza. Anthony Blinken, secretario de Estado estadounidense, enfatizó que es preocupante la falta de libertad de expresión en Qatar. Es un mensaje que pegó fuerte en el seno de la FIFA, que dentro de cuatro años organizará el Mundial en América del Norte. No es el momento de pelearse con un socio, a fin de cuentas. Pero la más fuerte de las reacciones provino de Dinamarca, cuya Federación amenazó con abandonar el Mundial y retirarse de la FIFA si continuaba con la política represiva, sobre todo en lo referente al brazalete “One Love”.
Mientras, los qataríes realizan sus propias campañas de propaganda. Ayer reforzaron la entrega de trípticos que explican cómo son tratadas las mujeres en el país, bajo los preceptos del Corán: “respetadas, distinguidas y queridas”, es el título. “Antes del Islam las mujeres eran maltratadas, las niñas eran enterradas vivas, existía la prostitución, el divorcio era una decisión unilateral de los hombres y la herencia sólo quedaba para ellos. Todo eso cambió gracias al Islam”, afirman los qataríes, y subrayan que el maltrato al que son sometidas las mujeres en otros países, como Afganistán, no es posible aquí. Pero nada dicen sobre los derechos laborales o la posición de las mujeres en las familias, en el marco de una sociedad que funciona a partir de preceptos religiosos.
La bomba está en manos de la FIFA y hasta aquí no ha sabido cómo desactivarla. Es una bomba encendida en Estados Unidos y en Europa, porque hasta aquí las reacciones en el resto del planeta fútbol no han seguido esa sintonía, al menos con la misma repercusión. El respeto a la libertad y a los derechos humanos, que deberían formar parte de la esencia de la FIFA como una institución que posee más miembros que la ONU, está en el discurso pero no en los hechos. Por eso las protestas seguirán, diga lo que diga Infantino, elevado a esta altura a un pedestal de falso paladín de la tolerancia.