Finalmente el Mundial de Qatar está en marcha. Superada la expectativa por el acto inaugural y por el primer partido, lo que queda por delante es esa particular mezcla de disfrute por ver durante varios días una alta competencia entre representativos nacionales de fútbol, y de ansiedad y nerviosismo por el destino que pueda llegar a tener en ella nuestra Selección. Pero es válido también entender que, aunque el deporte ya ocupa hoy un lugar protagónico en nuestros días (y lo seguirá haciendo hasta el 18 de diciembre), la vida continúa y no hay que caer en la torpeza de simplificar todo en función partidos y resultados.
Hay una evidencia insoslayable: un campeonato mundial de fútbol, un producto colectivo que incluye componentes rituales, es el acontecimiento que más modifica los hábitos laborales, educativos, de ocio y de descanso de los ciudadanos. Reafirma este concepto lo conocido recientemente en una encuesta, que dio cuenta de que tres de cada cuatro argentinos creen que el resultado del Mundial puede influir en el humor de la gente. Y de ese grupo que opina de este modo, el 49% sostiene que puede influir “mucho”. Entonces, es un tema para tener presente por estos días.
Enumerar la pesada carga de situaciones sociales, económicas y políticas que vive un ciudadano argentino es un ejercicio prácticamente cotidiano del cual prácticamente nadie logra sustraerse. De allí que el rodar de una pelota y el despliegue de 11 jugadores luciendo los colores nacionales nos pone ante una oportunidad de, al menos, aplacar por algunos días las penas y preocupaciones. Queda claro entonces que un Mundial es un espacio festivo y un intento genuino de recuperar aquella alegría perdida.
Siendo el fútbol en la Argentina el deporte más popular, hay toda una exaltación de identidad y una fantasía que nos atraviesa cuando hay un Mundial por delante. No es osado sostener que se prueba incluso nuestra autoestima. Así como nos importa mucho el hecho de ser ganadores, y hasta incluso queremos muchas veces pensar que somos los mejores, la realidad dice que en el deporte intervienen varios factores para llegar a ese éxito.
Es lógico pues que la celebración de un Mundial importe e impacte, porque tiene un carácter vertebrador en una sociedad. Es una competencia que cuenta además con una fuerte aceptación social: todos asumimos que hay que seguirlo. Aun los que no saben del tema o pretenden desentenderse de él. Esa atención preferente tiene un elemento más para sumar a nuestra forma de comportarnos: se acepta dejar de cumplir con alguna obligación para poder ver los partidos. Por extensión, se otorgan permisos que por otras causas serían más difíciles de lograr y se otorgan flexibilidades, como las que se vienen dando en comercios, escuelas y administración pública (sólo por nombrar algunos sectores) para el partido de mañana ante Arabia Saudita.
Hay una realidad: el consumo del deporte encauza la relación entre las personas. A la par de ello, genera un gran tema de conversación y le da al ocio una reformulación, ya que se dejan en segundo plano actividades que en otros tiempos formarían parte de una rutina.
En consecuencia, y ante la contundencia del acontecimiento en ciernes, resulta imprescindible entender sus alcances. Sin olvidar bajo ninguna circunstancia que se trata de un Mundial que generó muchas sombras desde el momento mismo en que se eligió a Qatar como sede, lo que ahora está en escena es el deporte. Quizás sea el momento de valorar y de celebrar esa posibilidad como corresponde, pero sin olvidar nuestras responsabilidades ni nuestras obligaciones.