La marea empezó a arrastrarnos en el subte camino, al estadio Al Bayt. Un mar de camisetas amarillas que terminaron siendo alrededor de 4.000 cuando se agruparon en una de las cabeceras. El grito los unió durante todo el día: “¡queremos cerveza!” “¿De dónde eres? ¿Periodista? ¿Argentina? ¡Pues te vienes con nosotros!”, impuso Fernando Corel, líder natural de cuanto grupito se formó. Y allá fuimos, como un ecuatoriano más.
El viaje fue larguísimo. Primero en la línea roja del subte y hasta la última estación. Desde allí, un trayecto de casi media hora en ómnibus hacia Al Khor, la localidad cercana a Doha en la que se erige el extraordinario estadio. Tiempo suficiente para charlar con Jorge Guerrero y Ángel Chávez, dos amigos que residen desde hace décadas en Estados Unidos pero jamás cortaron lazos con su Ambato natal. Cuenta Ángel que vive en Plainfield, pleno New Jersey, y que allí la comunidad de ecuatorianos nativos de Ambato supera al 50% de la población. Hizo de todo en la vida y hoy es empleado en Amazon. Jorge, ingeniero civil, emigró a los 17 años y está instalado en Nueva York. Cuando despliegan la bandera sonríen orgullosos. Nunca dejaron de ser hinchas de Técnico Universitario, el equipo de su ciudad.
Esas historias se replican hasta el infinito mientras fluye la charla, interrumpida a cada rato por el himno: “vamos/ los ecuatorianos/, que esta noche,/ tenemos que ganaaaar…” La diáspora ecuatoriana fue notoria desde los años 80 y muchos de quienes hoy apoyan a la selección en Doha llegaron desde Estaos Unidos, Canadá y Australia. Pero apenas el Al Bayt se dibuja en el horizonte las conversaciones se interrumpen y empiezan los abrazos. ¡Empieza el Mundial y ya estamos acá!
Es el momento de quedar impactados por la grandiosidad del escenario. Erigido en pleno desierto, con las formas de una tienda propia de los beduinos que transitan por la inmensidad de las dunas, el Al Bayt es un prodigio arquitectónico y un milagro de la ciencia. Porque el parque, de un césped perfecto, y las lagunas (¡con patos!) sólo son posibles gracias a una inversión multimillonaria y al sistema de riego subterráneo que los qataríes desarrollaron a la perfección. Tiene áreas de descanso, juegos para chicos, restaurantes, cafeterías y más de 60.000 butacas desde las que la visión del campo es impecable. La duda, en medio del impacto, es ¿qué harán con todo esto cuando termine el Mundial?
Eso se preguntaban los Mármol, papá Patricio y su hijo Bryan. Lucían emocionados mientras paseaban por la explanada. Patricio vive en Quito y Bryan en Melbourne, Australia. El papá viene de fiesta porque su equipo, Aucas, salió campeón de Ecuador después de más de 70 años. Posaron para LA GACETA y siguieron viaje con la hinchada. A un costado quedó un grupito de hinchas, tendidos a la sombra y recuperando fuerzas tras una noche agitada. Ni siquiera les quitó el sueño el zumbido de los monstruosos equipos de aire acondicionado y su misión de mantener refrigerado el recinto.
Así llegamos a la tribuna, munidos de otro grito de guera: “¡sí, se puede!” Y de paso, otra vez el canto que ya es ruego: “¡queremos cerveza!” De la indignación por el gol anulado a los 3 minutos la barra pasó a la euforia con los goles de Enner Valencia. Y de inmediato surgió el grito espontáneo y por partida doble; primero “es para Chile que lo mira por TV”; y luego “el que no salta es chileno y maricón”. Nadie olvida que, culminadas las eliminatorias, Chile reclamó los puntos del partido con Ecuador por la supuesta mala inclusión del defensor Byron Castillo. Eso habría sacado a los ecuatorianos del Mundial.
“¡Nos diste buena suerte, te esperamos la próxima!”, exclamó Fernando a la distancia. No la tendrán tan fácil contra neerlandeses y senegaleses, pero ganando el partido inaugural sienten que todo es posible. Por eso se fueron cantando: “¡sí, se pudo!”