1) Todo es de una magnificencia abrumadora. Todo es gigantesco, suntuoso, futurista en el perfil de cada rascacielos, impactante en esas formas que apelan a la tradicional arquitectura árabe y remiten -cómo no- a “Las mil y una noches”.
La Doha que se abre al Mundial propone una puesta en escena cinematográfica, un océano de luces que alrededor de las 17, cuando se pone el sol, estalla en mil colores. La riqueza de Qatar no está escondida, sino a la vista, y es mucha. Tanta que abruma, sobre todo en la impactante zona de La Perla, que deja al porteño Puerto Madero pálido y a un costado. Pero a la vez este show de edificios soberbios y lujo asiático (calificativo plenamente justificado) propone otro rostro. Uno artificial, exagerado. Como si Qatar sobreactuara su grandeza económica. Porque detrás de esta ciudad en permanente construcción, con obras sin terminar por doquier, hay mucho escondido. En los barrios que se empobrecen a medida que van tragándolos el desierto, el pueblo de a pie vive otra realidad. Los inmigrantes no pasean por La Perla.
2) Es lógico que el primer impacto se produzca en el aeropuerto de Hamad, una de las maravillas legadas por el estudio del tucumano César Pelli. Al hall central lo dominan un oso gigantesco que saluda a los visitantes y un decorado hecho con pelotas para recordarnos que vivimos tiempos futboleros. Alrededor se despliegan los locales comerciales de las grandes marcas internacionales.
Hamad es la puerta de entrada para los fanáticos de los cinco continentes y a la vez un shopping a la altura de las billeteras más generosas. Lo curioso, al menos en el arribo del equipo de LA GACETA, fue la laxitud del personal de migraciones. Todas las previsiones tomadas para no fallar con la documentación, en el esmero por cumplir las regulaciones impuestas por el gobierno qatarí, se evaporaron en el mostrador. “Pasen, pasen”, indicó un empleado. Ni siquiera selló los pasaportes ni solicitó la Hayya, ese pase que equivale a una visa y que dejó a muchos argentinos sin poder viajar ante la imposibilidad de obtenerlo.
3) La palabra bache no parece figurar en el diccionario qatarí. La pulcritud del pavimento es perfecta en calles, avenidas y autopistas… al menos en la zona costera, que es la de mayor movimiento comercial y en las que se agrupan las actividades relacionadas con el Mundial. No dejan de llamar la atención las estaciones para cargar los vehículos eléctricos, que están al paso y en las veredas. El conductor sólo tiene que bajar y conectar el cable con el motor. Toda esta zona de Doha exhibe un cuidado absoluto por la limpieza y el orden. No hay grafitis ni edificios en ruinas ni un atisbo de basura. Y todo supervisado por un ejército de agentes de seguridad.
4) La cuestión con Doha, y este sí es un impacto para el visitante de Oriente y de Occidente, es que las veredas están vacías. ¿Dónde está la gente?, es la pregunta obligada. La respuesta, claro, radica en el clima. En este momento estamos en invierno y la temperatura no baja de los 30°, hay que imaginar lo que es el verano, estación que de tan sofocante hasta impide respirar con normalidad. Los qataríes se dejan ver tras la caída del sol y sin generar un movimiento de masas como el que acostumbramos notar en nuestras calles. Es una vida de puertas adentro y matizada por el trabajo, al que se llega por el transporte público. Y este sí es un capítulo valioso.
5) Si la red de subterráneos de Moscú supone un tesoro arquitectónico que vale visitar como si se tratara de un museo, la de Doha genera la admiración propia de lo nuevo, lo funcional y, por supuesto, lo gigantesco. Son sólo tres líneas: la verde, que se adentra hacia el oeste dejando atrás el mar; la roja, que bordea la costanera conectando los puntos de interés turístico; y la dorada, que es la más corta y se enlaza con el aeropuerto. Lo de “dorada” no es exagerado, porque los vagones no tienen bancos sino sillones. Los trenes funcionan de manera automática, a no sorprenderse cuando se descubra que en el primer vagón no hay un conductor con una palanca, como en el subte porteño. La red se construyó de manera tal que permite llegar a los ocho estadios que albergan el Mundial viajando bajo tierra. Y es también el medio de transporte favorito de los trabajadores qataríes. Las líneas de ómnibus ofrecen paradas que resguardan a los pasajeros con aire acondicionado. Y todas las unidades son relucientes. Sería absurdo deslizar el nombre de Tucumán en algún rango de comparaciones.
6) El del aire acondicionado es un tema y explica lo fácil que es resfriarse en Doha. Funciona en todos los lugares, todo el tiempo y con la máxima potencia. Los qataríes están acostumbrados a ese permanente paso del calor al frío extremo, pero los visitantes no. Les pasó hasta a los jugadores de la Selección argentina en Abu Dhabi. Por eso aconsejan cargar algún abrigo liviano, cuestión de ponerse a cubierto de sorpresas.
7) El Islam rige el quehacer de los qataríes. Es el dispositivo cultural por excelencia; más una forma de vida que una religión. Todo se estructura en torno a los horarios de los rezos; los preceptos del Corán son los que se siguen a rajatabla y explican el por qué de decisiones que otras sociedades miran con extrañeza y desconfianza. Cómo se alimentan, cómo se visten y cómo actúan los qataríes nace de lo que el Islam indica. Hay varias mezquitas en Doha y también circulan vehículos con altoparlantes desde los que se propalan las plegarias. Es imposible decodificar Qatar sin conocer el Islam y lo que significa para la población.
8) Tamim bin Hamad Al Thani está en todas partes. Es un sello distintivo de las autocracias, el culto a la personalidad del líder supremo. En este caso el emir de Qatar, uno de los hombres más ricos del planeta. Las imágenes de Al Thani y de su padre decoran las oficinas públicas, los hoteles, los restaurantes, los comercios; cualquier espacio que albergue vida social. Al Thani, del que nadie habla en voz alta ni en susurros, puso el dinero para que se hiciera esta Copa del Mundo en su país, un minúsculo desierto poseedor de un mar de petróleo bajo esas capas de arena que el riego artificial no consigue disimular.
Las islas de verde en Qatar son una excentricidad carísima que Al Thani y su familia esparcen a fuerza de enormes inversiones. La libertad, la igualdad y la fraternidad serán mayores o menores en Qatar en la medida que el emir lo permita. Gianni Infantino, presidente de la FIFA, defendió ayer a la familia real qatarí cuando le preguntaron sobre las violaciones a los derechos humanos en este país. Lo hizo sobreactuando, hasta decir “me siento gay y trabajador inmigrante”. No hacía falta.
9) Hasta hace no tantas décadas, Qatar era un punto más en la desolada inmensidad del desierto árabe. Fue el petróleo el que cambió todo y generó, como en las vecinas Dubai, Abu Dhabi, Arabia Saudita y los demás Estados de la región, una explosión de riqueza traducida en esplendorosas ciudades levantadas a toda velocidad. Para eso es necesaria la mano de obra y por eso Qatar es un país de inmigrantes. Claro que hay distintas clases de inmigrantes: los trabajadores calificados que impulsan una floreciente clase media (numerosos de Occidente) y los que llegan casi en calidad de refugiados en procura de oportunidades en el área de servicios y en la construcción. Muchos de ellos la pasan mal y el dato oficial de que 6.500 obreros murieron construyendo estadios es apenas un ejemplo. Se habla de mano de obra esclava y numerosas ONG alrededor del globo no dejan de denunciarlo.
10) Todo esto en apenas un día. Hay muchísimo por recorrer y por descubrir, en especial lo relacionado con la cultura y con la tradición. Es el interés que generan los mercados, las barriadas, el puerto, las comidas típicas, esas costumbres de las que tanto se habla y poco se conoce. Tanto misterio no deja de ser otro impacto que merece explorarse a fondo.