Carlos Duguech
Analista internacional
La palabra poética siempre aporta trasparencia en los significados, se aleja de las etimologías con voz más propia que la propia sangre y cobra actualidad sonora y radiante porque hiende con su luz las oscuridades. Un logro de León Gieco y que cobra altura y sonoridades que conmueven cada vez, todas las veces que nuestra Mercedes Sosa dice aquello de que sólo le pide a Dios. Que el Hombre, después de la crueldad de una desmesurada Segunda Guerra Mundial (IIGM) concentre sus recursos intelectuales y económicos para producir un arma que mata más gente, con más contundencia destruye los pueblos y no discrimina para nada entre objetivos militares y sectores de civiles de vida de trabajo, es una crueldad mayúscula. Cuando se diseña y se fabrica un arma de destrucción masiva, una denominación usual, se está expresando que un sector de la Humanidad, en su afán de protegerse, de dominar o de destruir lo que le fuere ajeno elije masificar su destrucción: ya no del otro, sino de todos los otros. No existe una otredad que respetar sino la merecedora de su desaparición total. Para ello nada más apropiado –así se piensa en los laboratorios de ensayo de las armas y en las sedes de los más altos mandos militares- que eliminarlos, masivamente. No otra cosa genera una bomba nuclear.
Los 77 años transcurridos desde la primera explosión de laboratorio en Álamo Gordo en los EEUU (16 de julio de 1945) más las “pruebas de campo” desarrolladas en Hiroshima y Nagasaki con uranio y plutonio, han aportado tecnología como en todos los campos. Hoy las bombas nucleares son más precisas, más destructivas y más fáciles de hacerlas llegar donde se quiera, allende océanos y montañas. Y con una puntería digna del mejor cazador. Es trágico pensar que la presa sea la persona humana. Son cientos de miles de personas humanas. Como si la Segunda Guerra Mundial (IIGM) fuese no más que una novela y sus 50 millones de víctimas fatales sólo un número más de la Historia.
Armas del Apocalipsis
Según Naciones Unidas cuando se refiere a “Desarme nuclear y no proliferación” expresa sin ambages –como es de esperar de una organización internacional de 193 naciones miembros- lo que sigue: “Las armas nucleares son las armas más peligrosas que existen en la Tierra, pues con ellas se puede destruir toda una ciudad, asesinando potencialmente a millones de personas y poniendo en peligro el entorno natural y la vida de las generaciones futuras, por sus catastróficos efectos a largo plazo. Los peligros que suponen tales armas provienen de su mera existencia”. Por otro lado expone números que dan escalofríos de indignidad: ”existen todavía en torno a 13.080 armas nucleares y que se han llevado a cabo más de 2.000 ensayos nucleares hasta la fecha”(Fuente: ONU).
Los avances desde la ONU
El Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), es antidemocrático por excelencia (“Las armas nucleares sólo para nosotros y para nadie más”). El “nosotros”, se comprende, los cinco de la Logia del Consejo de Seguridad. El Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares en la Atmósfera, en Espacio Exterior y Bajo el Agua –también conocido como Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares que se firmó en 1996 pero que aún no ha entrado en vigor. Porque de los 44 países con reactores nucleares tres de ellos no lo suscribieron (India, Pakistán, Corea del Norte) y cinco, no lo ratificaron (China, EEUU, India, Pakistán, Israel, Irán y Corea del Norte. Después de abrirse a la firma han transcurrido 26 años y ¡aún no es operativo!
El Tratado Internacional de prohibición de las armas nucleares entró en vigor con carácter vinculante en enero de 2021 para los países que lo ratificaron. Ni los armados nuclearmente, que lo boicotearon: (EEUU, Rusia, Gran Bretaña, Francia, Pakistán, Israel, India y Corea del Norte). Argentina! no lo ratificaron.
El más justo tratado es el de Tlatelolco: Proscripción de las armas nucleares en Latinoamérica y el Caribe. Democrático, Preciso.
Dejación de armas
Se plasmó en los acuerdos celebrados por el gobierno de Colombia con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo) a partir de los diálogos en La Habana desde 2012 hasta 2016. Muy complejo, muchos cambios, abundantes controversias y decidida vocación del gobierno de Juan Manuel Santos y del sector guerrillero por alcanzar acuerdos. Parte por parte. El Comité Noruego que otorga los Nobel de la Paz centró su atención en los logros del presidente Santos y lo hizo objeto de esa emblemática distinción en 2016.
Dejación, un término que prima facie aparece como antojadizo, es, sin embargo, una palabra que en el diccionario de la RAE se expresa naturalmente, como de cualquier otra de nuestro idioma. “Acción y efecto de dejar”, según la primera acepción. En la segunda hay más precisiones que aproximan el significado de esa palabra relativa a los acuerdos de paz con las FARC: “Der. Cesión, desistimiento, abandono de bienes, acciones, etc.”. Pues bien, que se haya acordado utilizar esta palabra era un modo concreto y mostrable al mundo de que las FARC no se estaban rindiendo. Ni entregando sus armas al “vencedor” en la lid en la que estaba embarcada desde hace más de medio siglo sangriento para Colombia. Sí que se quería comunicar a los colombianos y al mundo que, por el acuerdo minuciosamente elaborado en La Habana ellos dejaban sus armas. Las iban dejando en un sitio determinado, “tierra de nadie”, “bastión de nadie”. Hoy se impone la “dejación” de armas nucleares.
Bravuconeada nuclear de Putin Sabe Putin, sabe Biden. Lo saben todos los líderes de los países con armas nucleares, que una guerra nuclear no se inicia impunemente. Al minuto, los sensores enviarán un mensaje indubitable a quienes tienen el derecho y la responsabilidad de accionar el “botón rojo”. Imaginar que Putin concrete sus reiteradas alusiones a su capacidad en armas nucleares y con ordenar un ataque nuclear dirigido a territorio ucraniano es imaginar, a la vez, que tendrá represalias de la misma naturaleza. Misiles portadores de ojivas nucleares (¿Desde EEUU, Gran Bretaña, Francia…?) se dirigirán con su mensaje de muerte y descalabro total hacia… cualquier punto de la geografía rusa. Moscú, además, es de suponer. Eso no es ajeno al conocimiento de ex agente de la KGB que en el aburrido trabajo en la RDA (República Democrática Alemana) tuvo tiempo de elaborar el destino para el que se empeñaba, en secreto, llegar. Y llegó. Y se quedó armando un sistema político (parecido al tucumano) para la perpetuidad en la cima del poder.
Siendo una bravuconada (por lo que desataría en contra de “su Rusia” grande y poderosa) esto de amenazar con sus armas nucleares, los estrategas de Ucrania y los de los países que le apoyan efectivamente con armas y recursos siguen encaminando sus gestiones en lo que se puede llamar una “guerra tradicional”. Claro que con una singularidad que salta a la vista: toda la guerra, toda la destrucción, todos los muertos y heridos, todos los emigrantes aterrorizados tienen un denominador común: territorio ucraniano. Putin sabe que “exportar metralla nuclear a Ucrania” se revertiría en una guerra nuclear: “importaría misiles a su territorio ruso”. Esta lógica sólo se da en términos de cerebros con discernimiento sobre la naturaleza de la realidad. Porque una utilización de armas nucleares sólo puede darse en cuatro casos: decisión de un estadista con desequilibrio mental; por accidente, por error o por el terrorismo internacional adueñado de armas nucleares.