¿Qué tienen en común las extravagantes protestas que incluyen ataques a obras de arte (con salsa de tomate o puré, por ejemplo), el norte de Salta y la ciudad egipcia de Sharm al Shaij? Es posible que a muchos les parezca una asociación caprichosa. Pero si hablamos del clima, el panorama cambia. Entre Salta, Egipto y los museos europeos se teje una trama a la que es importante prestarle atención, porque empezará a condicionar nuestra vida de un modo cada vez más intenso.
Lo que está ocurriendo en el norte de Salta es atroz. Se calcula que allí se están quemando unas 40.000 hectáreas de yungas. A quien le cueste dimensionar lo que esto implica, puede repasar las fotos que se viralizaron entre el martes y ayer por Whatsapp. Esa pared de fuego que se observa al fondo de las casas da una idea cabal del desastre. Otra opción es hacerse una escapada a las ciudades de San Salvador de Jujuy o de Salta que, a pesar de encontrarse a cientos de kilómetros de la línea de fuego, están cubiertas por una densa nube de humo, más intensa que la que se respira en Tucumán en el momento más álgido de la zafra.
Resulta curioso que un desastre de tal magnitud no sea aún un tema de preocupación nacional. Salvo lo que se expresa en las redes y la cobertura de algunos medios regionales (LA GACETA, entre ellos), hasta ayer, poco y nada se decía sobre esta catástrofe. Se está quemando el norte argentino y a nadie parece importante ¿El ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, Juan Cabandié, enviará a esta región el nuevo helicóptero preparado para combatir incendios? Ese que el Gobierno nacional alquiló por un plazo de cuatro meses a un costo de nada menos que U$S 7 millones. Si bien no faltará el que tilde de malintencionada esta pregunta, seguramente a los vecinos de Orán, de San Andrés y de Colonia Santa Rosa, entre otros lugares acosados por el fuego, les puede interesar la respuesta.
La suma de todos los males
Seguramente el tiempo dirá si detrás de estos incendios hubo alguna intencionalidad. Pero lo que está claro es que uno de los factores que más influye en este desastre es la sequía que afecta gran parte del país. Además de los vecinos de distintas zonas (como El Corte y Concepción) en Tucumán la vienen padeciendo con mucha fuerza los productores agropecuarios. De hecho, los cañeros, que ya arrancaron con las labores culturales para preparar el suelo, están muy preocupados. Lo mismo les ocurre a los citricultores. Y a los que tenían previsto arrancar con la campaña de granos gruesos, que hoy no saben si les conviene hacerlo. Entre los estudiosos de la meteorología hay una certeza: el panorama no es bueno, al menos en el mediano plazo.
Quizás conviene repasar algunos de los datos que manejan los especialistas para entender la gravedad de la situación:
1- En primer lugar, cuando se habla de la sequía como una adversidad meteorológica se hace referencia a una disminución en los valores promedio de precipitaciones. Eso es justamente lo que está está ocurriendo ahora.
2- Salvo en algunos sectores muy específicos del NEA, en el resto del país ha llovido menos que el promedio esperable para esta época del año. La falta de humedad en el suelo genera un estrés en distintas actividades productivas y pone en duda el desarrollo de las campañas y sus resultados con todo lo que eso implica.
3- Cuanta más extensión geográfica abarca una sequía, más larga suele ser en el tiempo. En este momento, salvo el centro de Brasil, toda la región (incluyendo el resto de Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay) está afectada por una disminución de las precipitaciones. Este es un dato, como mínimo, inquietante.
4- A esta condición se suma un factor más: los océanos están fríos a causa de otros fenómenos (como La Niña, en el Pacífico). Eso hace que las evaporaciones de agua sean menores y que las masas de aire transporten menos humedad, lo que indefectiblemente derivará en menos lluvias.
5- Atención: el de la sequía no es un fenómeno nuevo. Se calcula que Argentina ingresó en una tendencia con menos precipitaciones luego de las inundaciones que afectaron gran parte de Santa Fe en 2003. Desde entonces, el proceso se ha mantenido y su final es incierto.
6- Esto debería preocuparnos por muchas razones, pero hay una a la que debemos mirar con más atención: hoy más que nunca la vida pública argentina depende del clima. Tal como señaló Carlos Pagni en La Nación, gran parte de la economía del año que viene dependerá del resultado de las cosechas. La ecuación es simple: si los rindes son bajos, se exportará menos e ingresarán menos dólares a las arcas del Estado. Y ya sabemos qué ocurre cuando a la Argentina -y sobre todo con gobiernos de marcada vocación populista- le faltan dólares.
7- Por último: ¿esto quiere decir que no va a llover durante el verano? Al contrario, sí va a llover, pero por debajo de los promedios que deberíamos esperar. Además, los meteorólogos advierten que es posible que los períodos de mucho calor se alternen con tormentas cada vez más violentas (cómo aquellas de marzo de 2013, que se llevaron más de una decena de puentes en Tucumán). Y hay pocas dudas de que eso está ligado directamente con el calentamiento global.
Un infierno para nuestros hijos
Acá nos conectamos con los otros dos ejemplos que abren este texto. Sucede que en Sharm al Shaij se está desarrollando la 27ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27), que busca establecer acciones para evitar que se siga intensificando el calentamiento global. Mientras que los ataques virales a las obras de arte forman parte de una militancia ambientalista que intenta de un modo tan curioso como polémico llamar la atención justamente sobre estas cuestiones.
Respecto del calentamiento global, el panorama es sombrío. El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (un panel internacional de científicos que trabajan bajo el paraguas de la ONU), publicado recientemente por LA GACETA, pronostica que el incremento de la temperatura seguirá en aumento, lo cual acarreará olas de calor cada vez más frecuentes e intensas (tal como hemos visto en Europa este año), profundizará las sequías y reducirá las estaciones frías. Inclusive, se calcula que, si este proceso no se revierte, en unas cuantas décadas podemos llegar a umbrales de tolerancia críticos para la salud. Cuidado: es posible que sean nuestros hijos hoy pequeños los que padezcan este castigo en el futuro.
Es un buen momento para preguntarnos qué podemos hacer desde nuestro pequeño lugar para aportar a la lucha contra el calentamiento del planeta: ¿Qué ejemplo les damos a los chicos con nuestros comportamientos? ¿Somos capaces de ponernos en sintonía con una tendencia global que busca transformar nuestra relación con el medio ambiente? ¿O la mochila de nuestros (malos) hábitos es demasiado difícil de cambiar? ¿Les exigimos lo suficiente a los dirigentes (políticos, sociales, empresariales, científicos y un largo etcétera)? ¿Cuánto influye en este drama la corrupción en el control de las actividades productivas que debe ejercer el Estado? ¿Más allá de los jóvenes -cuyo compromiso con estos temas es indiscutible- realmente a alguien le interesa el futuro sombrío que se avecina?
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Respecto de los activistas de los museos, sin dudas, la causa que defienden es noble y urgente. Pero ni Van Gogh, ni Monet, ni Da Vinci tienen la culpa.