Astuta, Netflix promocionó su documental sobre la Selección (“Sean eternos: campeones de América”) con un anticipo que lo dijo todo. Ahí está Leo Messi, rodeado de sus compañeros en las entrañas del Maracaná, tocando fibras por aquí y por allá, verborrágico como nunca lo hubieran imaginado quienes, más que conocerlo, lo intuyen. Messi les habla a todos y a cada uno con más convicción que filípica, no precisa frases para la historia porque a la historia la está escribiendo con sus actitudes y, claro, con su juego. El Messi fantasmal de Rusia se reinventa así en el líder que todos (los propios y los extraños) anhelamos disfrutar en Qatar. Porque el Mundial es pasión, sí, pero a la vez es disfrute. Y, ¿quién no querría morder la manzana que Messi ofrece cada vez que pisa la cancha?
Ahí está Messi, a minutos de enfrentar a Brasil. Multicolor y hedonista, Río de Janeiro tiene un templo-estadio pocas veces profanado. Porque el 1-7 a manos de los alemanes se dio en el Mineirao de Belo Horizonte, escenario maldito desde entonces y para siempre. La mancha del Maracaná data de 1950 y la epopeya uruguaya. Messi ambiciona homenajear aquella hazaña y por eso interpela al plantel con un torrente de emociones. “Vamos a levantar esta Copa y la vamos a llevar a la Argentina”, exige.
Son 62 segundos exactos durante los que Messi prácticamente no respira. 62 segundos de argentinidad al palo: una oda al sacrificio que habla de 45 días sin quejas por la acumulación de viajes, comidas, hoteles y canchas. Messi pone a “Dibu” Martínez como ejemplo: “fue papá y no conoció a su hija. Ni upa pudo hacerle”, describe Leo, a esa altura todo un señor de las arengas más que de las mareas.
Porque Messi, por más que no lo parezca, es un veterano que lleva casi 20 años jugando al fútbol a un nivel superlativo. Y si durante estas dos décadas de protagonismo excluyente transitó toda clase de estados, la reinvención (¿definitiva?) no podía ser otra que en la del líder absoluto y determinante. Ya lo era sobre el césped, ahora el señor de las arengas encontró el tono para expresar y contagiar esa emocionalidad que siempre tuvo, pero que tanto le costaba transmitir. De nuevo ¿quién lo hubiera imaginado?
“¡Hoy te convertís en héroe!”, le dijo Javier Mascherano a “Chiquito” Romero en aquella épica noche de los penales atajados contra Holanda en San Pablo. No había dudas sobre quién llevaba la voz cantante en Brasil 2014. Cuatro años antes, en Sudáfrica, era tan abrumador el peso que el Diego-DT irradiaba desde el banco de suplentes que Messi -ya una súper estrella- flotó a su sombra. En Alemania 2006 era apenas un chico llorando la eliminación desde un costado (y siempre nos preguntaremos por qué Pekerman, en lugar de incluirlo, hizo ingresar al “Jardinero” Cruz). En Rusia 2018 Messi estuvo y no estuvo. Se inmoló en ese altar de las dudas, las contradicciones y el fracaso que Sampaoli cocinó a fuego lento. Pero tampoco era su mejor momento desde lo personal y algún día se conocerán entretelones de esa historia que algunos conocen pero prefieren disimular.
Si la quinta será la vencida para este sorprendente e irresistible señor de las arengas lo veremos en cuestión de días. Dependerá de un montón de factores, porque así de multicausal es la conquista de un Mundial. De lo que estamos seguros es de que, antes de pisar cada estadio qatarí, Messi no se quedará callado.