El juez federal de La Plata, Alejo Ramos Padilla, llamó a “estar alertas” ante las situaciones que generan estigmatizaciones a las minorías y convocó a debatir de manera seria cómo será la convivencia democrática, “tomando como experiencia lo que pasó en otros tiempos”, como el Holocausto en la Alemania nazi. Ayer participó del seminario sobre los discursos del odio y dialogó con LA GACETA:
- En la historia, el discurso de odio fue la antesala de tragedias. ¿Cuál es la situación actual de Argentina al respecto?
- Hubo un intento de homicidio contra la vicepresidenta (Cristina Fernández de Kirchner). Eso nos tiene que interpelar a todos como sociedad. Sin dudas, estamos viendo el reverdecer de algunas visiones autoritarias donde se pone en situación “ellos o nosotros”; se dice que “hay que entrar con metrallas a Buenos Aires” u otras expresiones que generalizan o estigmatizan a determinados grupos sociales. Hay que generar debates francos y no calificar a todos con discursos de odio; nos debemos preguntar si esos grupos que están siendo estereotipados y estigmatizados tienen derecho a la información o a acceder a la libertad de expresión para confrontar la prédica del odio. Lo que escuchamos son discursos hegemónicos.
- ¿Hay una construcción política para evitar estos discursos?
- En algún momento, la política en Argentina tenía las cosas, al menos, un poco más claras. Tal vez, porque era más reciente. Como hecho significativo, hubo el levantamiento de Campo de Mayo en Semana Santa y todos los políticos y la sociedad en su conjunto fueron a la plaza a defender la democracia y los valores. Hoy no tenemos tan vivo lo que fue la dictadura en el país. Los jóvenes, tal vez, no lo ven de la misma manera y se ven influenciados por el discurso hegemónico que aleja las culpas, todo ello, potenciado por el dolor que ha formado la pandemia. Es necesario darnos debates sinceros y democráticos, y no simplificaciones diciendo “la responsabilidad es de los Mapuches” o “la responsabilidad es del grupo político contrario”.
- ¿Y los políticos?
- Es importante frenar las escaladas de violencia. La estereotipización de situaciones y la utilización de adjetivos pueden generar rating y show. Uno entiende, pero no comparte que la televisión se transforme en un show. Los políticos no pueden entrar en ese juego, como tampoco los funcionarios públicos.
-¿Cómo se forma ese debate?
-Tenemos que pasar de una democracia representativa, la de (Jean Jacques) Rousseau de hace 200 años, a una democracia más participativa donde hay sentimientos empáticos para saber qué le pasa al vecino o al compañero. Así se generan sociedades sólidas para que, simplemente, sea raleado el discurso de odio cuando aparezca. Hace muchos años, decir que uno tenía pensamiento nazi era motivo de vergüenza social; no se decía públicamente. Ahora se escuchan cosas como “hay que matar o avanzar sobre los otros”. Tenemos que encapsular esa incitación a la violencia a través de mecanismos educativos para que sea identificada como un problema para la democracia y raleada.
- ¿Faltan normas para evitar el discurso de odio?
- En Argentina hubo tantos quiebres institucionales y se dejó de respetar la Constitución que la simple apelación a una norma no es suficiente para evitar o garantizar que no vuelva el discurso de odio. Cuando se genera el delito de odio, y tenemos muchos antecedentes a lo largo de la historia, la Constitución se deja de lado. Y nuestro Poder Judicial, al mismo tiempo, no es garante de una correcta aplicación de la ley. A lo largo del último siglo, estuvo más en defensa de los intereses corporativos que de la construcción democrática. El Poder Judicial, que nació como un poder contramayoritaria y para reforzar el sistema democrático, no sirvió para atender a minorías discriminadas, sino para consolidar ciertas minorías privilegiadas.
- ¿Le preocupa el actual escenario?
- Estoy muy preocupado, pero también hay ciertas cosas que generan esperanza, como la lucha a favor de la solidaridad. Es cierto, la situación de hoy es desesperanzadora porque hay una distribución de la riqueza mundial que genera enormes inequidades. Además, porque hay un modo de tratar al Estado, una política antiestado, un discurso antiestado que va a permitir que las grandes corporaciones produzcan mayor avasallamiento de los derechos. Es necesario empoderar al Estado para que defienda los intereses del pueblo, de las minorías y las mayorías excluidas.