La melodía camina por el teclado. Despierta una voz. Despecho. Dolor. Amor contrariado que se confiesa en canto: “¡Y él va amando a otra por la tierra en flor! El besó a la otra a orillas del mar; resbaló en las olas la luna de azahar. ¡Y no untó mi sangre la extensión del mar…!” La turbación moja los ojos corzuela, cuando evoca “Balada”, la canción que el maestro Carlos Guastavino le ha dedicado. “Fue una emoción. En la fotocopia de la partitura puso: ‘A Patricia Neme con cariño y agradecimiento. Espero que le guste’. Maravilloso. Era de una humildad. La letra era de Gabriela Mistral”, comenta la mezzosoprano tucumana que durante 34 años integró el Coro Estable del Teatro Colón y fue una de cantantes del prestigioso Grupo Vocal Carlos Vilo. Si bien la música la abrazaba en la adolescencia especialmente en el hogar que formaron Emilio Neme, arquitecto, y Concepción Balcells, jefa de procesos técnicos en la Facultad de Filosofía y Letras, le llevó un tiempo encontrar un lugar bajo el sol.
“Empecé a estudiar carreras universitarias que fui dejando. Probé psicología, hice psicodrama dentro de digamos del costadito en la psicología, estudié artes plásticas, mi primera carrera, y no me encontraba en el universo. Hice el secundario en la Escuela Normal, tengo un buen recuerdo. Lo más lindo fue compartir con varones porque yo estaba en el colegio Santa Rosa, antes en la escuela Rivadavia. Y esta cosa, de qué diferente era no estar solamente con chicas, eso para mí fue importante y ahí empecé a cantar, a descubrir en mi vocación, nunca me hubiera imaginado llegar a ser profesional. Canto con el conjunto de folclore de la Normal, fue una hermosa experiencia de descubrimiento porque empecé a tocar la guitarra y a cantar”, cuenta Patricia Neme.
- ¿Cuándo asomó tu deseo de estudiar canto?
- Descubrí mi vocación cantando en el Coro Universitario; entré en 1972, tenía 19 años. Muy linda la experiencia con Andrés Aciar, él era muy apasionado como director, muy serio, y entonces fue ese descubrimiento de cantar con mucha gente, distintas voces, fue mi primera experiencia coral, muy bien dirigidos. Descubrí que me encantaba cantar y además hacerlo en armonía con otras voces, no sola; canté algún solo y después con el grupo de cámara del Universitario y también la maravilla de lo social, éramos todos estudiantes universitarios y algunos profesores veteranos. Para mí fue un descubrimiento el Coro Universitario en todos los aspectos. Además acababa de fallecer mi papá, y de repente entrar a ese lugar, donde la música te curaba todo… Al tiempo pasé al Coro Estable de Tucumán pero también empecé a estudiar canto con Diana López Esponda, mi primera profesora de canto y ella también me incentivó para que fuera Buenos Aires.
- ¿Cuándo ingresás al Estable?
- En el Universitario debo haber cantado hasta el 78 o 79, cuando doy el concurso para el Coro Estable. En el Estable debo haber estado tres años, dirigía el maestro Della Rocca. Empecé a hacer algunos roles de ópera, Mamma Lucia, de “Cavalleria Rusticana”, y después hice la Inés, de “Trovatore”. Ya pensaba en irme a estudiar a Buenos Aires, yo no sabía dónde iba a llegar con mi carrera lírica.
- ¿De allí se produce el salto al Colón?
- Fui a concursar en el Instituto del Teatro Colón para hacer la carrera de canto lírico, en el 82; tenía 29 años, ya era grande, eran pruebas importantes. Me aceptaron. Así que ya en febrero del 82 ya me instalé con estudios formales porque era como una carrera universitaria, son entre ocho o nueve materias por año: estudiar, rendir y además hacer los conciertos que te mandaba a hacer la institución. El maestro del coro del Instituto, Valdo Sciammarella, necesitaba gente, todos los años hacía audiciones, había gente que no era del instituto y un gran grupo que éramos alumnos; gracias a Dios me tomó, porque yo no tenía trabajo, solo tenía mis ahorros. En octubre del 83, la semana que Raúl Alfonsín ganó las elecciones, yo gané mi concurso de contralto para ingresar el Coro Estable del Colón; entonces ya tenía un trabajo seguro, con estabilidad.
- ¿Ya tenías el registro de contralto o eras mezzosoprano? ¿Incursionaste como solista?
- Soy mezzosoprano con buenos graves. En el Coro Estable estuve 34 años. No hice una carrera importante de solista, participé en una ópera argentina en estreno de Pompeyo Camps, como solista pero cantando en sexteto de mujeres. Me di cuenta por muchas razones que Guastavino era lo mío.
- ¿Cómo aparece Carlos Guastavino en tu vida?
- Creo que fue en el 83. Carlos Vilo, que vivía en Francia, viene a hacerle un homenaje a Guastavino y necesitaba un coro de cámara o un octeto. Me escucha, arma un octeto y en La Manzana de las Luces hicimos un homenaje al que Guastavino no fue. Nadie lo conocía personalmente. Vos sabés que era un hombre que decidió aislarse, eso lo debés saber de cuando fuiste a su departamento y lo conociste. Él se jubiló; dejó todo lo que era social y vivía en ese monoambiente en Belgrano, sin verse con casi nadie. Tenía sus rutinas y en ese momento algunos cantantes, músicos argentinos del exterior que contactaban con él y los recibía, pero siempre aislado. Después a Vilo se le ocurre volver a la Argentina, él sí lo conocía. Formó un cuarteto con piano con dirección para dedicarse a la obra de Guastavino. Me elige, arma el cuarteto; digamos que soy miembro fundadora, fue en 1986.
- ¿Cómo fue el comienzo con el grupo vocal?
- Teníamos que conseguir los conciertos. Carlos intentaba tocaba puertas, nosotros lo ayudábamos con gestiones. El que estaba a cargo del Centro de Divulgación Musical de la Capital Federal, escuchó la casete que llevó Carlos y nos contrató, eso fue tocar el cielo con las manos. Fue un reconocimiento que hizo este hombre al trabajo de Carlos Vilo y al maestro Guastavino. Un día, Carlos le dice: “Maestro, nos tiene que escribir obras para el grupo”. Él empezó a sentirse tan estimulado que escribía a pedido de Vilo: “Maestro, a ‘Torcacita’, de la obra Pájaros Argentinos, ¿le haría un arreglo para el sexto que yo estoy formando: tres voces femeninas y tres masculinas?”. “Cómo no, don Carlos”, le decía el maestro, y a los dos días le mandaba la partitura con piano y así hizo más o menos 30 temas.
- ¿Cuándo lo conocieron personalmente?
- Vilo lo invitó a un ensayo. Imaginate la emoción. Yo creía que Guastavino era como Mozart, Weber, Schubert, todos muertos. No sabía nada de él y cantábamos en las escuelas, en los coros, “Pueblito, mi pueblo”. Estábamos todos silenciosos. Llegó con una caja con alfajores, se sentó con humildad, casi no hablaba. Se emocionó hasta las lágrimas, cerraba los ojos. Nosotros cantábamos y él decía, por ejemplo: “Es la primera vez que escucho esta obra”. Él opinaba que Carlos Vilo era como un misterio porque lo había entendido tan bien a él.
- ¿Tenés alguna anécdota?
- Fue a un ensayo en el Conservatorio Nacional, donde él había sido profesor y yo iba a cantar en ese concierto “El Sampedrino”; la pianista era una coreana jovencita que tocaba de maravilla. Él estaba ahí sentadito en la primera fila, ojos cerrados, humilde y de repente, abría los ojos. Y me toca el ensayo a mí y empieza la pianista la milonga. Y él dice: “¡No!” Imaginate nosotras dos: “¿qué pasa, maestro?”. “No, no, ese tempo, no, corrasé, corrasé”, responde. Y se sentó al piano...
- ¿Qué sentís cuando escuchás “Balada” cantada por otro intérprete?
- Escuché muy pocas versiones. A “Balada” no se la conoce tanto y creo que no está grabada y tengo entendido que lo que no está editado, no se lo puede hacer; yo la grabé porque estaba dedicada a mí y estaba en el grupo vocal.
- ¿Cómo describirías la música de Guastavino?
- La música de Guastavino -te hablo de la música vocal porque él también tiene música instrumental- representa a la música argentina de la época, cuando esta música tenía bellas melodías. Porque después cuando aparece la música más moderna, ya no tiene melodías. Él tenía una personalidad que a veces chocaba, y no solo de viejo, sino de joven. A ello se sumaba que los grupos de compositores argentinos avanzaban en otro estilo de composición, Guastavino se quedó. Imagino que debe haber sido difícil para él. Cuando a él le preguntaban, decía: “A Bach le ha ido bien con la tonalidad, a Mozart, a Schubert también…” Con eso le cerraba el pico a mucha gente. Para él era muy importante la melodía y mi mamá era amante de la música y se hizo muy fan de Guastavino, tengo cartas de ellos dos; con mi hermana las recuperamos.
- ¿Qué es lo más difícil de interpretar en sus canciones?
- Que te quede bien la tesitura y sentirlo. Como con cualquier autor, si vos no lo sentís, no lo podés transmitir. Y muchas veces, cantás como profesional porque te contratan para cantar algo que a lo mejor no te gusta, pero es tu trabajo.
- ¿Qué te genera interiormente su música? ¿Te remite a algún lugar?
- Me emociona. Me remite a Tucumán. En mi casa, como en muchas otras, había una guitarra, que tocaban mi papá y los cuatro hermanos. A mí me disparaba esa cosa del folclore, que siempre amé y acá canté con los Huayna Sumaj, cuando era sexteto, con Jesús Amenábar, Elena y Charly Labanda, Ana Vicidomini y el Pato Gentilini. La vida me puso delante el homenaje a Guastavino, el haberle gustado al director Vilo y que me invite a integrarme al grupo. Descubrí que al vibrar mucho, lo podía transmitir, cantaba en mi idioma. Y cuando canto “Las flores argentinas”, estoy viendo las flores. ¿Has visto lo que son los poemas de Benarós? Hermosos. Entonces, a mí me emociona.
“Balada”
Poema: Gabriela Mistral
Música: Carlos Guastavino
A Patricia Neme
Él pasó con otra;
yo le vi pasar.
Siempre dulce el viento
y el camino en paz.
¡Y estos ojos míseros
le vieron pasar!
Él va amando a otra
por la tierra en flor.
Ha abierto el espino;
pasa una canción.
¡Y él va amando a otra
por la tierra en flor!
Él besó a la otra
a orillas del mar;
resbaló en las olas
la luna de azahar.
¡Y no untó mi sangre
la extensión del mar!
Él irá con otra
por la eternidad.
Habrá cielos dulces.
(Dios quiere callar)
¡Y él irá con otra
por la eternidad!