En esta frontera no se debe presentar documentos, no hay que hacer migraciones, ni declarar los motivos del viaje. Un par de zapatillas para caminar y $100 para subir a una chalana alcanzan para cruzar de un país a otro. Aunque los límites geográficos dividan dos naciones, las autoridades sean distintas y las banderas ubicadas a cada lado de la costa indiquen a qué parte del territorio pertenecen, las ciudades de Aguas Blancas (Argentina) y Bermejo (Bolivia) parecen una sola. La permeabilidad de la frontera ha borrado prácticamente las barreras culturales y desde ambos lados del Río Bermejo reconocen que ambas comunidades se necesitan y se retroalimentan la una con la otra. En palabras del antropólogo argentino Néstor García Canclini en su libro ‘Culturas Híbridas’, estás ciudades afrontaron un proceso de “desterritorializacion” por el cual el mundo globalizado se hizo más pequeño, y las fronteras que restringían a ciertos sectores han desaparecido.
Comerciantes y vecinos aseguran que la frontera tiene vida propia. “Lo ilegal se maneja bien, lo que se maneja mal es lo legal. Cuando el Estado mete la mano, hace macana, en cambio cuando no mete la mano en lo ilegal todo anda bárbaro. Faltan neumáticos, hay neumáticos. Los cigarrillos están caros por tantos impuestos, listo hay cigarrillos; y con las hojas de coca es lo mismo”, manifestó un reconocido empresario del norte salteño que prefirió mantener su identidad en reserva.
Relatos del puerto
“Haga fila a la izquierda para subir a la chalana”, dice una mujer que recibe a los viajantes que optan por salir del país desde uno de los cruces ilegales más transitados de Aguas Blancas. Este camino, al que se accede por una escalera improvisada de piedras y bloques de cemento, se ubica a escasos metros del puesto migratorio y un desfile de personas pasa por allí ante la inerte miradas de las autoridades de Gendarmería.
Trabajar en el puerto de chalanas es sacrificado, como casi todos los otros trabajos que se desarrollan en esta parte del país. Sus trabajadores deben presentarse a las 4:30 porque a las 5:00 ya comienza la actividad, y después de jornadas extensas, que pueden alcanzar las 12 horas de actividad, pueden volver a sus casas con $4000 en el bolsillo.
Fernanda nació del lado boliviano, tiene 43 años y todos los recuerdos de su vida la aferran a la frontera y las labores que se desprenden de ella. Su madre fue bagayera toda la vida y por eso entiende que su ocupación actual forma parte de la “cultura del lugar”. “De qué creen que va a vivir la gente pobre de un pueblo chico como este (en relación a Aguas Blancas), si no es del comercio. Hay muchas personas que no lo entienden y no se ponen a pensar, pero este es el pan nuestro de cada día. Si quieren terminar con esto deberían generar empleo”, enfatizó la mujer a LA GACETA.
Para Marina, nacida en Argentina y compañera de trabajo de Fernanda, la conexión de los pueblos fronterizos es inevitable porque “ellos viven de nosotros y nosotros vivimos de ellos”. “Por el tipo de cambio a ellos les sale más barato comprar comida y otros artículos de limpieza, por ejemplo, en nuestro país. Mientras que a nosotros, por más que nuestra plata no valga nada, todavía nos conviene comprar algunas cosas en Bolivia”, resaltó la joven.
En las casas de cambio de Bermejo las cotizaciones oscilan entre $30 y $40 por un peso boliviano. Y ante este escenario, mientras los argentinos viajan en búsqueda de ropa o cubiertas, los vecinos cruzan para comprar arroz, fideos, harina, huevos y bebidas.
Rentable y peligroso
José trabaja como pasador hace cinco años. Anteriormente hacía changas en una gomeria de la ciudad de Orán, pero ante la necesidad de obtener mejores ingresos se fue a la frontera. Aunque su oficio actual es más rentable, José reconoce que los peligros también aumentaron considerablemente. “No es lo mismo que se te caiga una llave cruz en el pie a tener que dormir tres o cinco noches en medio del monte para escaparse de los controles policiales o evitar que te ataquen los gatos”, contó José mientras esperaba ganar clientes para pasar bultos de una costa a la otra. Y detalló que en el mundo del contrabando los miedos al ataque de los ‘gatos’ –como se les dice en la jerga a los ladrones de mercadería- son mayores que al decomiso de Gendarmería. “Los gatos pueden llegar a matarte para sacarte las cosas”, enfatizó.
En Argentina es viernes 7 de octubre y comienza un feriado puente con fines turístico, pero en la frontera norte las dinámicas son distintas, el calendario no reconoce días de descanso y cientos de trabajadores argentinos y bolivianos se alistan para empezar un nuevo día.
Conteo: ¿cuántas personas trabajan en la frontera?
Actualmente, se estima que entre Aguas Blancas y Orán hay unas 5.000 familias que trabajan de manera ilegal y son el principal motor de la economía doméstica. A inicios de este año, el concejal de Aguas Blancas Luis Saiquita presentó una iniciativa que contemplaba censar a los bagayeros y mejorar sus condiciones laborales. El proyecto y los anuncios gubernamentales para avanzar en este sentido aun no vieron la luz.
Más pasos: una frontera colador
“Karina”, “Pepe” y “Negro” pueden sonar a nombres propios o apodos de personas, pero cuando uno dice estas palabras en Aguas Blancas hace mención a alguno de los tantos pasos ilegales que se abren paso en la basta frontera que limita con el Río Bermejo. A pesar de la presencia de efectivos de seguridad, los trabajadores de frontera se mueven como peces en el agua. “Si quieren controlar necesitan un ejército completo porque esto es inmenso”, dijo un grupo de bagayeros a esto medio.