Rumbo a Qatar 2022: Uruguay 1930, donde todo empezó

Rumbo a Qatar 2022: Uruguay 1930, donde todo empezó

El primero de los Mundiales estuvo marcado por la fuerte rivalidad entre Argentina y el anfitrión, Uruguay

La Copa “Jules Rimet” quedó en manos de Uruguay La Copa “Jules Rimet” quedó en manos de Uruguay

Al día de hoy, el único evento comparable a un Mundial de Fútbol en términos de trascendencia e interés son los Juegos Olímpicos. Ninguna otra competencia la hace sombra a la que, desde hace 92 años, congrega cada cuatro a los mejores seleccionados de fútbol del planeta para disputarse ese mítico trofeo dorado que representa al mundo sostenido por dos figuras humanas. Cada edición es un acontecimiento de alcance tan transversal que semeja a una burbuja temporal, donde no se habla de otra cosa y se modifican horarios educativos y laborales en pos de los partidos. Y si bien la elección de Qatar -un país de nula tradición futbolística- como sede fue objetivo de cuestionamientos y sospechas de corrupción, todo el mundo está ansioso por ver lo que el emirato ha preparado para hacer gala de su poderío económico.

Como toda historia, la de los Mundiales tuvo un principio, y también una prehistoria. Si bien el primero se disputó en 1930, la intención de celebrar un torneo global existía ya desde el nacimiento mismo de la FIFA, en 1904. El problema es que por entonces el recién nacido organismo contaba solo con unos pocos países afiliados, todos de Europa, donde la situación económica no era favorable. Mientras tanto, el fútbol ya había comenzado a tomar protagonismo en los Juegos Olímpicos. Después de la Primera Guerra Mundial, volvió a tomar fuerza en la FIFA la idea de organizar un campeonato mundial, sobre todo a partir de la presidencia del francés Jules Rimet. Primero se definió la fecha: julio de 1930. Faltaba definir dónde. Varios países europeos se postularon como sede, y también lo hizo Uruguay. La nación rioplatense tenía varios argumentos a favor: había ganado la medalla de oro en fútbol en los últimos dos Juegos Olímpicos (París 1924 y Ámsterdam 1928), celebraría el centenario de su independencia en 1930 y contaba con el apoyo de todos los países de Sudamérica, a diferencia de los europeos, que se dividían entre sí. Para la pretensión “charrúa” fue importante el apoyo de un enviado argentino, Adrián Beccar Varela. Además, la guerra había hecho estragos en la economía del Viejo Continente, por lo que Uruguay se comprometió a correr con los gastos de traslado y hospedaje de las delegaciones participantes.

Así y todo, hubo seleccionados que rechazaron la invitación. Por caso, Inglaterra se negó a participar por considerar que, al ser el fútbol una invención suya, el primer Mundial debía jugarse en suelo británico. Otros países consideraban que privar a los clubes de sus figuras durante dos meses (ya que el viaje se hacía en barco) era demasiado.

Ante la baja masiva de los seleccionados europeos, el propio Rimet tomó cartas en el asunto y convenció a los dirigentes de las federaciones de Francia, Rumania, Yugoslavia y Bélgica de enviar a sus equipos. Junto a las nueve naciones americanas (Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Perú, Paraguay, México y Estados Unidos) se configuró el primer Mundial de la historia. Es, junto al de Brasil 1950, el que menos participantes tuvo: 13, casi un cuarta parte de los 48 que tendrá la edición número 23 en 2026.

Si hoy el gran clásico sudamericano es Argentina - Brasil, por aquel tiempo la rivalidad era entre Argentina y Uruguay. Ambos se habían enfrentado dos años antes en la final de los Juegos de Ámsterdam (con victoria “charrúa”) y eran favoritos al título. La selección albiceleste estuvo en el Grupo 1, el único que tenía cuatro seleccionados: en el debut le ganó 1-0 a Francia, goleó 6-3 a México en el segundo y se clasificó a semifinales tras vencer 3-1 a Chile. Allí aplastó 6-1 a EE.UU. y se encontró en la gran final con Uruguay, que también venía de golear 6-1 a Yugoslavia en semis.

Para entonces, los ánimos ya estaban bastante caldeados. Hinchas uruguayos habían hostigado al equipo argentino desde el debut con Francia, con tanta vehemencia de que el propio presidente de Uruguay se apersonó en el hotel donde se alojaba la Selección para pedir disculpas y convencerlos de que no se retiraran del torneo. Los jugadores aceptaron, salvo Roberto Cherro: el goleador de Boca había sufrido una crisis nerviosa y se negó a seguir jugando el torneo tras ese partido.

Se dice que más de 15.000 argentinos cruzaron a Uruguay para ver la final, aunque la mayoría no consiguió entradas. El marco de la final fue muy hostil para los jugadores argentinos. Se había divulgado el rumor de que habría represalias en caso de un triunfo argentino. Luis Monti, mediocampista de la Selección, aseguró que no lo habían dejado dormir cantándole serenatas afuera del hotel y que horas antes de la final había recibido amenazas de muerte contra él y su familia. “Estaba tan aterrado que ni pensé en el partido y perjudiqué el esfuerzo de mis compañeros”, contó luego. “Mejor perdamos, sino nos matan a todos”, llegó a proponer el defensor Fernando Paternoster en el vestuario. La presencia de policías con bayonetas caladas al costado de la cancha no ayudó a transmitir tranquilidad. De hecho, era tan densa la atmósfera que el árbitro, el belga Jan Langenus, exigió como condiciones para dirigir un seguro de vida y la presencia de un barco en el puerto listo para partir apenas finalizara el partido.

A pesar de todo, Argentina terminó el primer tiempo con ventaja de 2-1, pero en la segunda etapa, Uruguay lo dio vuelta y se impuso 4-2, apelando al juego fuerte, a la intimidación del entorno y a la “garra charrúa”. Así, se convirtió en el primer campeón mundial de la historia. Sin embargo, las tensiones del enfrentamiento y del resultado desembocaron en incidentes en Buenos Aires, donde un grupo de fanáticos atentó contra la embajada uruguaya, siendo dispersados por la Policía.

El dilema de las pelotas

La rivalidad entre Argentina y Uruguay se hizo patente hasta en la elección de la pelota de la final. En realidad, tras evaluar varias opciones, el Comité Ejecutivo del Mundial había decidido que se utilizaran pelotas de industria argentina durante el torneo. Sin embargo, autoridades locales habían presionado para que también se utilizaran balones de fabricación uruguaya, por lo que se resolvió que a cada partido se llevaran ejemplares de ambos y que fueran los capitanes los que eligieran la que les parecía mejor. Salvo en los partidos disputados por Uruguay, siempre se eligieron los balones argentinos. En la final entre Argentina y Uruguay no hubo acuerdo: cada uno quería jugar con su propia pelota, por lo que el árbitro Jan Langenus optó por la solución salomónica de que se jugara un tiempo con cada uno. Al parecer la elección no era un mero detalle: en el primer tiempo se jugó con pelota argentina, y la Selección se impuso 2-1, mientras que en el complemento se jugó con pelota uruguaya, y los locales terminaron ganando 4-2.

El estadio Centenario

Cuando fue elegida como sede, en 1928, Uruguay no contaba con un estadio de primer nivel, por lo que se encargó la construcción de uno realmente imponente, con capacidad para 100.000 espectadores, que sirviera como sede de todos los partidos del campeonato. Se lo llamó Centenario, ya que su inauguración estaba prevista para el 18 de julio de 1930, día en que se cumplían los 100 años de la independencia del país. Sin embargo, el comienzo del torneo estaba pactado para el 13 de julio, por lo que los primeros partidos se iban a jugar antes de la inauguración oficial.
El mal clima en las semanas previas al certamen provocó retrasos en las obras, y si bien se multiplicó la cantidad de operarios a fin de llegar a tiempo, el estadio no estaba listo para cuando comenzó la competencia. Por ende, los primeros partidos debieron jugarse en los estadios de Nacional y Peñarol, ambos ubicados en barrios de Montevideo.
Finalmente, el imponente Centenario se inauguró el 18 de julio, con el cemento todavía fresco.

El caso de Varallo

Otro botón de muestra de la fuerte rivalidad que enfrentaba a argentinos y uruguayos fue lo que sucedió con Francisco Varallo. El entonces artillero de Gimnasia La Plata había sufrido un golpe en la rodilla derecha en el triunfo sobre Chile, en el cierre de la fase de grupos, y pese a no haber jugado la semifinal contra EE.UU. para tener tiempo de recuperarse, no se sentía en óptimas condiciones físicas de jugar la final con Uruguay. Los dirigentes argentinos no estaban dispuestos a prescindir así nomás de la capacidad ofensiva de “Pancho”, pero como no habían incluido un médico en la delegación, hicieron revisar al jugador con el doctor Julio Campisteguy, hijo del presidente uruguayo. Campisteguy les recomendó que Varallo no jugara, pero los dirigentes creyeron que su diagnóstico no era imparcial, por lo que mandaron al delantero a la cancha. Para cuando terminó el primer tiempo, “Pancho” apenas podía caminar. “Ya no me podía mover”, confesó quien fuera durante muchos años el máximo goleador histórico de Boca. Varallo debió dejar la cancha por el dolor en el segundo tiempo y dejó al equipo en inferioridad numérica, ya que por entonces no había cambios.

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