El laboratorio de papel
LA REDACCIÓN A COMIENZOS DE LOS 60.  En primer plano el secretario, Mario Rodríguez. En las mesas, Domingo Padilla, Néstor Aldonate, Tiburcio López Guzmán, Carlos Páez de la Torre (h), Rubén Rodó, Roberto García, Julio Aldonate, Manuel Felipe Gallo. De pie, Arturo Álvarez Sosa, Ramón Alberto Pérez, Ricardo Rocha. Falta el jefe de noticias, Ventura Murga. LA REDACCIÓN A COMIENZOS DE LOS 60. En primer plano el secretario, Mario Rodríguez. En las mesas, Domingo Padilla, Néstor Aldonate, Tiburcio López Guzmán, Carlos Páez de la Torre (h), Rubén Rodó, Roberto García, Julio Aldonate, Manuel Felipe Gallo. De pie, Arturo Álvarez Sosa, Ramón Alberto Pérez, Ricardo Rocha. Falta el jefe de noticias, Ventura Murga.

La imagen icónica de la redacción de LA GACETA de comienzo de los años 60 describió durante décadas el pulso de la tarea informativa. Están los periodistas en su salsa: el secretario Mario Rodríguez hablaba por teléfono, Tiburcio López Guzmán, Domingo Padilla y Néstor Aldonate (en una conversación con Ricardo Rocha) escribían notas en sus máquinas; Arturo Álvarez Sosa revisaba publicaciones anteriores; Roberto García (al fondo) revisaba un texto en su escritorio y el editorialista, escritor y crítico de arte Ramón Alberto Pérez (de pie, al fondo), hacía una consulta por teléfono. En el centro, Carlos Páez de la Torre (h) y Rubén Rodó conversaban, distendidos. Al fondo, a la izquierda, Manuel Felipe Gallo y Julio Aldonate, concentrados. Esa era una jornada típica. “Distendidos y concentrados al mismo tiempo; parecía un circo, pero ahí trabajaban a full”, dice Mario Rodríguez (hijo), ex secretario del Archivo de LA GACETA.

En esa redacción se ejercía el periodismo total, el primer borrador de la historia, como describió Philip Graham, ex editor de The Washington Post. Se construía la noticia caliente del día, se enfrentaba los debates de la coyuntura y se trabajaba con el pasado, vinculado con el presente y proyectado hacia el futuro.

En esa conjunción surgieron grandes producciones históricas, como la serie de relatos con el derrotero del bandolero Bazán Frías (de Álvarez Sosa y Páez de la Torre) que dejó huella en Tucumán o la singular presentación de la imaginaria edición de LA GACETA el 9 de julio de 1816, armada a partir de una reconstrucción histórica por Páez de la Torre y Ventura Murga.

Así se trabajaba en ese laboratorio creativo, a la par de la noticia del día, y con cierta frecuencia presionados por las efervescencias políticas que a veces ponían a la prensa y a los periodistas en el centro de los enojos. Por ejemplo cuando a comienzos de los 50 LA GACETA salió, en varias ocasiones, con cuatro páginas por las restricciones a la importación de papel y compartió bobinas con un diario de Salta, o cuando directamente llegaron a atacarla, como ocurrió, más cerca en el tiempo, en el comienzo de este siglo XXI en el que piquetes saquearon los camiones repartidores y quemaron en las calles toda una edición dominical de LA GACETA.

Ese laboratorio ha surgido en todas las ocasiones especiales en que no sólo la historia, sino los acontecimientos potentes convocaban a una amplia explicación del fenómeno. La muerte de Fidel Castro -hecho descripto en una edición dominical especial que insumió tareas periodísticas hasta las 4 de la mañana- o el ataque a las torres gemelas -que dio lugar a una edición vespertina ese día y a una edición matutina al día siguiente con el mismo equipo de periodistas- se conjugaron en la tarea cotidiana con hechos singulares como la tragedia del canal Sur, donde un torrente se llevó un auto con el joven conductor Bruno Barbaglia y movilizó a la comunidad tucumana durante tres días. Esa noche se pararon las rotativas a las 4 de la mañana para dar cuenta de la noticia. Lo mismo ocurrió con la muerte de Bin Laden: una segunda edición en esos tiempos en los que internet y los diarios on line eran incipientes y las redes sociales no existían.

La impronta de ese laboratorio de la noticia se ha mantenido a lo largo del tiempo construyendo el vínculo con los lectores desde la búsqueda de las tendencias en la sociedad con los periodistas que salían a la calle, hasta las primeras encuestas (a finales de los 80) para saber qué pensaban los lectores de la producción de LA GACETA. “En política era vista como independiente, por eso duró desde 1912 -dijo Rodríguez- y en esas encuestas (que encararon Ramón Leoni Pinto y Luis Víctor Gentillini con el sociólogo Salazar Romero), la gente mostró sus preferencias: la mayoría empezaba a leer desde atrás, por Deportes y Policiales, luego Fúnebres y Sociales… Lo menos leído era el editorial, pero sí se buscaba las Cartas al Director”, explica. ¿Y ahora? “Ahora se siguen las polémicas y las noticias populares. Ahora se sabe quién escribe cada cosa. Antes no sabías quién estaba detrás de la nota”. Ahora, la tecnología puede detectar las preferencias de los lectores y entender de qué está hablando la gente. Paradójicamente, el ideal de antaño de poder debatir con precisión entre lo subjetivo y lo trascendente en el interés de los lectores se va cumpliendo, aunque contaminado con la irrupción alevosa de las fake news.

Como en todo proceso de desarrollo, la vida en la Redacción se fue modificando. Primero con el crecimiento de LA GACETA on line y luego con la ampliación hacia la televisión –nuestra punta de lanza fue el programa “Panorama Tucumano”- y hacia las redes sociales, comenzando con Facebook e Instagram. Hubo incorporación de nuevos periodistas y migración desde el diario en papel hacia los otros formatos, pero con la maquinaria del papel haciendo frente al embate de los tiempos.

La pandemia, eso sí, cambió las cosas. Llegó el momento bisagra, que trajo el trabajo en casa, las reuniones por Zoom o Meet, la flexibilización horaria, la conexión total. El lento retorno a la agenda de los asuntos de coyuntura y los temas históricos que impactan a la sociedad se da con las reglas de juego en constante cambio, con la presencia del llamado quinto poder, que son las redes sociales, y su vertiginoso devenir informativo. Las redes están hechas de la liquidez de la modernidad, que oscila sin pausa entre la seriedad y la diversión, entre el protocolo y la ruptura de códigos.

Casi -se diría- como ese circo lleno de trabajo que parecía aquella Redacción de LA GACETA de los años 60. Sólo que hoy, excepto el área donde se desenvuelve LG Play y LG Central, la sala de Redacción ha quedado a oscuras y con pocas sillas ocupadas. Pero ese laboratorio para elaborar la noticia del día, reflexionar sobre el pasado y avanzar hacia un mejor futuro es el mismo. Aunque su espacio físico se difuminó y ahora se está expandiendo en la virtualidad.

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