Parece difícil que una película sobre el juicio a los militares de la dictadura más sangrienta que gobernó el país pueda tener muchos momentos de comicidad, sea divertida y amena, además de conmovedora. El arte de un buen guión cinematográfico cumple con la premisa de mantener cautiva la atención del público. Por eso “Argentina, 1985” se disfruta a lo largo de sus casi dos horas y media de duración.
Comienza como algo parecido a una comedia de ámbito familiar, de fino humor, donde de a poco va insinuándose la presencia de lo tenebroso que se avecina.
El drama judicial es el género al que apela Santiago Mitre para enfocar un episodio fundante de la actual democracia, que se inicia con la decisión de Raúl Alfonsín, el presidente electo pos-dictadura, de llevar al banquillo de los acusados a los responsables del genocidio.
Mitre elige el tono de una narración clásica para contar ese momento puntual donde la Justicia echa luz y le adjudica una dimensión criminal a aquel período oscuro. Se categorizan y demuestran los delitos abominables cometidos sobre la población civil, que dejaron en el país heridas tan profundas que todavía no terminan de cerrar. Pero el realizador y el co-guionista, Mariano Llinás, evitan la solemnidad y el drama monocorde, enriqueciendo el relato con situaciones ficcionales pero verosímiles y muy disfrutables.
En el centro de la historia que cuenta “Argentina, 1985” está, al igual que en otras películas del director - como “El estudiante” y “La cordillera”- el tema del poder. En este caso, el poder absoluto de un Estado que impuso el terrorismo contra la ciudadanía, en lugar de utilizar las herramientas legales de la Justicia. Un poder de manipulación institucional que durante la época del juicio mantenían en gran parte los acusados y sus cómplices, y que se manifiesta en las múltiples amenzas y presiones recibidas por los integrantes de la fiscalía.
La película muestra al fiscal Julio José Strassera (Ricardo Darín) como un hombre hasta ese momento sin relevancia pública. al que le cae en suerte una responsabilidad mayúscula. Es un padre de familia con sus fragilidades y problemas, que se refugia en la música clásica para distenderse. Su vida cambia al tener en sus manos un juicio que sentará precedentes a nivel mundial. Cambia también para su entorno familiar, donde el rol de su esposa -a cargo de Alejandra Flechner- significará un respaldo decisivo. Por su parte, el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) recibirá presiones desde su lado más vulnerable. Hijo de familia patricia vinculada con el sector más conservador, que justifica el accionar de los acusados, verá operar en su madre “imposible de convencer” los efectos de la cruda verdad.
Strassera y su equipo de novatos, que lucharon para reunir pruebas testimoniales en tiempo récord enfrentando grandes obstáculos, fueron comparados con Eliot Ness y “Los intocables”. Un grupo de idealistas contra un monstruoso adversario, en el contexto de una sociedad expectante y dividida, en gran parte escéptica de que se hiciera justicia.
El hijo preadolescente de Strassera sobresale, en distintos momentos, como el personaje que aportará humor y ubicuidad en medio del clima agobiante que respira el filme. Dramatismo que se intensifica cuando llegan los testimonios clave de algunas víctimas. Se destaca el de la física Adriana Calvo de Laborde (interpretación notable de Laura Paredes), porque es uno de los ejemplos de los límites de iniquidad a los que llegaron los secuestradores.
Entre tantos argumentos inobjetables del brillante alegato final de Strassera, resuena la frase: “que el sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral”.
En resumen, una película de realización impecable capaz de atraer, divertir y conmover a públicos de todo el planeta. Además de su profunda significación para los argentinos, se vuelve universal por su tratamiento de temas cuya importancia es medular para la vida de toda sociedad humana.