La conversación de su tío con su padre iba a resolver lo que aquel niño, casi adolescente, llamaría años después su “grado” en el cine. El pequeño Sergio seguía con disciplinada atención lo que aquellos hombres intentaban acordar. Su padre se negaba y su tío insistía. En realidad su “grado” ya había comenzado en el corral de la casa de su tío en Masatepe: “Yo vivía metido en la caseta de madera y piso de madera, con cuatro ventanas, y las instalaciones eléctricas de 220W arriba de mi cabeza, hasta que mi tío se peleó con el operador y lo echó.” El conflicto llevó al vehemente Ángel Mercado a la discusión que Sergio presenciaba y que terminó con un acuerdo. Su padre no quería que fuera operador de cine, no quería que se acostumbrara y asociara su vida a ese trabajo.
- Está bien, sólo lo permitiré si no le pagas ni un solo centavo. No quiero que se aficione al sueldo y que ese sea su trabajo de vida-. A los 12 años, Sergio fue operador de cine.
Durante el siguiente quinquenio ocupó la cabina de madera; lo acompañaron dos proyectores RCA Víctor, lentes anamórficos -que costaron 5.000 dólares-, sonido de alta tecnología y una pantalla de lienzos de seda sobre una estructura de aluminio cóncava, que mandó a construir su tío en 1954. En un predio que dejó de albergar vacas, para hospedar al cinemascope.
“Mi tío tenía el vicio de la exageración, como él decía. Tenía un librito, forrado de hule negro, en el anotaba las películas que contrataba y un calendario. Iba a Managua donde estaban los representantes de las casas peliculeras. Era una época en que, en América Latina, se proyectaban muchas películas europeas, todas subtituladas, nunca dobladas. El doblaje lo conocí en España. Es curioso porque mucha gente no sabía leer. Iba toda la gente del pueblo… pero era un mal negocio, todos eran pobres… Proyecté: “La fuente de la Doncella”, “Rashomon”, “Pasaron las grullas”… Era operario del cine de Masatepe en el que se veía el cine mexicano, westerns, cine negro gringo, cine europeo, cine soviético, a pesar de Somoza -que era profundamente anticomunista- ahí llegaban las películas de Soviet Films… Cuando proyectamos “Ben-Hur”, la espectacular carrera de la película retumbaba en todo el pueblo. Sonido tremendo, no me acuerdo cómo se llamaba. Mi tío manejaba mucho el marketing. Proyectó una película sobre sexología, muy inocente, con un lenguaje a lo Selecciones de Reader’s Digest: “Película sobre sexología: ‘Lo que todas las personas deben saber’ ”. Programó funciones sólo para hombres y otras sólo para mujeres. Creó una gran expectativa. Tenía un jeep con el que salía a anunciar la película por las calles. Todos los días… Cuando no llegaban los carteles de las películas al cine en Masatepe, yo los pintaba… hacía carteles Art Déco como los hacía el antiguo operador. El cartel se ponía en los rieles de la luz. Se ponían tres carteles uno en Parque Central, otro en la estación del ferrocarril y otro en el cine”.
Sergio me pide el block de notas y el bolígrafo. Allí mismo sobre la mesa de la cafetería de La Casa Encendida, en el barrio de Lavapiés, dibuja con detalle el cartel de “su película”… La furia del pecado y coloca arriba un “Hoy” en relieve. “Era puro Art Déco” me dice sonriente mientras observa su afiche.
“Cuando comencé a escribir Sombras nada más, la historia de un funcionario de Somoza que ha caído en desgracia, que huye y lo capturan corriendo por la playa; comprendí que la novela estaba fijada, para mí, en una imagen persistente: la del hombre que huía por la playa para alcanzar el yate que debía recogerlo y llevarlo fuera de Nicaragua. Yo lo podía ver a través de distintas cámaras: desde el aire, arriba, de frente, de atrás, un hombre corriendo por la playa, una toma de grúa, cayendo al agua, levantándose, un plano detalle… Podía pasarme al plano de los guerrilleros persiguiéndolo… El cine te da una manera de ver el mundo”.
¿Eslabón creativo?
“Durante cinco años corté celuloide y lo pegué con acetato, encendía los carbones y los hacía chocar, ponía los carretes y los desmontaba, pendiente cuando la película se pegaba, llevaba la película a la mesa de devanar. Las películas llegaban corridas porque los operadores no se preocupaban de rebobinarlas, así que tenía que devanarlas y volverlas al principio. Cuatro ventanillas: dos para los proyectores, cuando se abría una se cerraba la otra, otra ventanilla era la “linterna mágica”, para pasar slides, anuncios. Finalmente la del proyeccionista. Ahí es donde viene el verdadero aprendizaje, porque tu estás de pie, siempre viendo, para que no se desencuadre, no se queme, no se corra, que el sonido no se desvíe… ¡La ventanilla del proyectante!...el verdadero aprendizaje…: planos medios, planos lejanos, primeros planos, planos detalle, contra planos… voz en off. ¡Sólo alimentándote de imágenes! Una ventanilla. Siempre asimilando imágenes, ¡todo el tiempo! Luego con el tiempo, sin que lo sepas, tienes en la cabeza un manual de procedimientos cinematográficos. Aprendes a ver de una manera. Como me decía Gabo. Eso se volvió un modo de ver y de contar el mundo. Aprendes a fijar las ideas narrativas de una manera muy cinematográfica”.
Lectura y regreso
- En relación al periodismo, yo me siento un escritor de artículos más que un cronista.
Conversábamos en el Parque del Retiro, rodeados de árboles centenarios; boj, ahuehuete, álamos o castaños de India; que nos protegían de la unanimidad con la que el sol despedía la Feria del Libro de Madrid un viernes de junio. La literatura, sin despegarse del cine, transitaba hacia el periodismo al emerger la figura de Gabriel García Márquez:
“Gabo era un periodista de redacción, de oficio, que hacía trabajo de campo: que va a los cementerios, a los cuarteles de policía. Es una manera de ver la vida. Hacía un trabajo de campo muy intenso. Un periodista que llegaba de la calle y se ponía a hacer la nota, aplicando su talento literario a la crónica y a la pasión que tiene por la crónica. Eso era Gabo. Y eso fue Rubén Darío; se crió en un periódico en Santiago e iba a cubrir los incendios, la morgue… Rubén Darío era un periodista como Gabo. Leí mucho sobre la historia de Rubén Darío. Había leído acerca de dos personas que se pelean por la urna que contenía su cerebro. En la novela Margarita está linda la mar mi obsesión está en una imagen que tenía en mi cabeza: dos personas que están peleando a bastonazos, por una urna, que contiene el cerebro de Rubén Darío y que cae al suelo.”
La viuda de Darío se había comprometido con el médico Luis H. Debayle. A la muerte de Darío, le permitió que le trepane la cabeza para tener el cerebro. Debayle “el sabio” -como le llamaban por la estima que le tenía mucha gente por su trabajo de investigador-, quería pesar y medir el cerebro para saber si era más pesado que el de Víctor Hugo, quería estudiarlo. Saca el cerebro del cráneo y se lo lleva en una urna. El cuñado de Rubén Darío, Andrés Murillo, que quiere vender el cerebro a un museo, lo reclama porque es propiedad de su hermana, argumenta. Se pelean a bastonazos, la urna cae y el cerebro se desparrama en el empedrado de la calle…
“Cuando lo leí… ¡No lo vi en palabras! ¡Lo vi en imágenes!… La imagen era lo que me obsesionaba… las palabras resultan y llegan después, cuando logras componerlas.”
Tiempos de postgrado
“En Berlín cerca de mi casa, a un kilómetro, estaba el cine Arsenal. Conocí entonces al director Peter Shumann. El cine estaba organizado didácticamente por ciclos y en una larga hoja se informaba de las películas que iban a pasar. Ciclos del neorrealismo italiano, el cine francés… pusieron un ciclo del expresionismo alemán pasé dos años viendo cine… Me mira con un gesto de divertido desafío adolescente: -Puedo nombrarte de memoria todas las películas del expresionismo alemán ¡me las vi todas!. El cine Arsenal era una cooperativa de aficionados al cine. Eso lo averigüé muchos años después. Cuando la caída del muro de Berlín, a este cine lo trasladaron a la antigua Potsdamer Strasse, 2 10785 Berlín, un sitio bellísimo. Una de las razones por la que este cine recibió el nombre de Arsenal en 1970 -hoy Institut für Film und Videokunst-, fue en homenaje a la película muda del director ucraniano Oleksandr Dovschenko de 1929, interesante historia… Allí me llevó Peter Shumann para que yo comentara “La canción de Carla” (1996) de Ken Loach. Y ahí me contó toda la historia del cine Arsenal, y yo le conté la mía. Ese fue mi postgrado en el cine: yo me gradué en el cine en Masatepe y en Berlín hice el postgrado”.
Nuevo cine
“Mi amigo Armand, que dirigía un teatro de cámara experimental que había en Berlín, me dijo un día que iban a abrir en París el Centro Pompidou. ¿Te interesa ir al departamento de cine que van a poner en marcha? Para escribir guiones. Yo nunca había escrito guiones para el cine. Sí para Radio, para programas informativos. Miraba el guión. Lo veía desde mi trabajo de novelista. Lo consideré. Pero decidí irme a Costa Rica para seguir de cerca la situación en Nicaragua”.
En 1977, en San José, Sergio Ramírez, con un grupo de amigos, gente del teatro, el cine, la escritura: Oscar Castillo, Antonio Iglesias, Samuel Robintski, Carmen Naranjo -fue ministra de cultura- y Nicholas Baker pidieron un préstamo y fundaron una productora, Itsmo Film, la Distribuidora del Itsmo y la Sala Garbo, primera sala de arte y ensayo de Centroamérica: 320 metros cuadrados y 250 butacas, para viajar por el cine del mundo.
Llamo a Oscar Castillo, actor, director, productor. Protagonista, gran narrador de la vida cultural centroamericana y gran amigo de Sergio Ramírez. Desde San José me dice “Te cuento algo, estábamos Sergio, Toño (Iglesias), Samuel y yo en la prueba de todos los equipos nuevos, es decir, la primera proyección, en la Sala Garbo. Habíamos invertido mucho dinero, con créditos bancarios, en una época en que el valor del colón con respecto al dólar era de 8.65 colones por dólar. Y Sergio me dice, ¿Cómo te sentís Oscar, viendo cine a un millón de colones el boleto?”
Maneras de vivir
“Una muchacha, la actriz francesa Florence Jaugey, se quedó a vivir en Nicaragua, se casó con un cámara, Frank Pineda, muy buen cámara; ella se volvió directora de cine. Cuando llegó Ken Loach para hacer “La canción de Carla” -película que se hacía, todavía, en soporte de celuloide-; Florence y Frank, entre los dos, hicieron un carrete con las colas del negativo de la película de Loach. Con los restos que sobraron del negativo, filmaron su pequeña película de 15 minutos que es una joya, una maravilla. Se llama ‘Cinema Alcázar’ con ella ganaron el oso de plata en el Festival de Berlín. Contaron la vida de una familia, que después del gran terremoto de 1972, se instala para vivir en las ruinas de un cine en Managua. Uno de esos cines muy grandes de 3.000 butacas. Viven en lo que era la sala de butacas, otros lo hacen en el foyer, algunos, tal vez, se instalan en lo que pudo haber sido la cabina de proyección.”
Dice la sinopsis de la película: “Cuando doña Rosa vino a vivir aquí, despuecito del terremoto, todo era puro escombros… lleva años viviendo aquí y nunca en su vida miró una sola película… Pasan tantas cosas en el Cine Alcázar que el tiempo no le alcanza para saberlas todas”.
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Alberto García Ferrer - Guionista, realizador y productor tucumano. Fue director de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, fundada por Gabriel García Márquez; secretario general de la Asociación de Televisión Educativa Iberoamericana y director de la Maestría de Industrias Audiovisuales de la Universidad Internacional de Andalucía.