Hamburguesas brillantes, lluvias de cheddar, postres que chorrean chocolate o tortas que se parten a la mitad son algunos de los placeres que nos ofrecen las fotografías gastronómicas en internet.
Con millones de likes en cada publicaciones, estas escenas suelen hacernos salivar y hasta soltamos algunos “ohh” o “mmm” del otro lado de la pantalla.
Tal es el deleite que, en las redes sociales, se las agrupa bajo el término de food porn (comida pornográfica).
“El concepto apunta a una metáfora ya que las fotos juegan con algunos códigos estéticos propios del mundo del erotismo (como los primeros planos o el realce de las texturas). Además, cuando los usuarios las ven hay cierta sensualidad y sugestión que se transmite”, comenta el licenciado en Marketing Digital Manuel Quinteros.
Esas cualidades hicieron que el food porn se volviera un excelente estilo para publicitar alimentos y venderlos en línea. “En Estados Unidos y Europa incluso hay exposiciones de arte y galerías dedicadas a exhibir imágenes con pasta gigantes, pizzas rebalsadas de queso u otros platos apetitosos para los aficionados al buen comer”, acota.
Está claro que, a veces, el amor y el hambre entran por los ojos, pero ¿por qué sentimos tanto placer al observar fotos de comida?
“Los estímulos visuales agradables producen una respuesta efectiva en nuestro cerebro y liberamos dopamina (la hormona de la felicidad). Sea al probar o solo mirar un platillo que amamos, este neurotransmisor produce un efecto de satisfacción o recompensa”, explica la médica nutricionista Victoria Mendieta.
El proceso ocurre igualmente al permanecer junto a alguien que queremos, practicar un pasatiempo, oír nuestra música favorita o durante el sexo.
“Los incentivos para obtener esa dosis de bienestar son bastante subjetivos. Incluso con la comida, lo que a algunos les resulta muy tentador a otros puede parecerles excesivo”, destaca.
Virales
En Instagram y YouTube las cuentas con mayor cantidad de seguidores son del rubro gastronómico; en especial cuando los cibernautas reseñan lugares, comparten recetas o postean puras fotografías.
Cada cierto tiempo también aparecen desafíos (como los retos de comer por 48 horas cosas de un mismo color, consumir chatarra durante 72 horas, probar snacks extranjeros o armar menús con comida de juguete) que se vuelven tendencia.
“Una curiosidad del food porn consiste en que rompe con la estructura tradicional del deseo. Cuando ansiamos algo, la primera fase nos lleva a cierto goce anticipatorio o un marcado anhelo. Después aparece la etapa de interacción y el circuito se completa al consumir el producto”, indica Quinteros.
En el caso de las imágenes con muchas calorías que atesoramos desde el celular, el último paso no ocurre secuencialmente.
“La gratificación aparece al contemplar las fotos, compartirlas o arrobar a amigos en los comentarios sin que necesitemos tener el producto en nuestras manos o completar la experiencia con todos los sentidos”, agrega el especialista en comercio electrónico.
Hablamos de chispazos de gratificación que se activan con un menor esfuerzo al que requerimos en la realidad. “En la web las fotos aparecen para seducirnos, hay una recompensa instantánea al mirarlas y por último seguimos con nuestras vidas. Nunca aparece la culpa o el malestar por algo prohibido. Estas dos emociones a menudo priman entre las personas que inician dietas restrictivas o cargan con creencias estereotipadas sobre cómo debería ser el cuerpo”, comenta la nutricionista María Laura Paz.
En síntesis, la reacción por el food porn se resume a descubrir platos seductores y desearlos sin traspasar los límites autoimpuestos y sin sufrir de consecuencias.
Mapa de sabores
La felicidad que experimentamos luego de un festín hay que agradecérsela al cocinero… y a la química.
“Los humanos podemos sentir los sabores gracias a las papilas gustativas que poseemos en la lengua, la garganta y el techo de la boca. Dichas estructuras están formadas por neuronas que asimilan y procesan las propiedades organolépticas de las cosas que ingerimos”, expone Mendieta.
Al degustar un alimento o bebida, esa información química se transforma en un mensaje eléctrico que viaja -mediante el sistema nervioso- hasta el cerebro. Él es quien procesa los datos y nos devuelve la percepción de algo salado, dulce, agrio, astringente, caliente, frío, etcétera.
Esto o aquello
Aunque sabemos de sobra los beneficios de una dieta balanceada y sin ultrarefinados, esa sensación agradable de hormigueo no aparece (en general) al chusmear fotos de una manzana o ensalada.
Parte del “encanto” del fast food se debe a las circunstancias sociales que lo atraviesan.
“La comida rápida aparece constantemente en los eventos lúdicos (cumpleaños, aniversarios, fiestas, reuniones con amigos o familiares). Eso hace que quede respaldada dentro de un contexto positivo y de afinidad entre pares. Para bien o para mal, la mesa y sus excesos nos agrupan”, lamenta Paz.
Nuestro segundo enemigo (o amigo, según como lo planteamos) es la memoria emocional.
“El valor de los alimentos no se restringe al ámbito nutricional, lo biológico o una demanda metabólica. Nuestras tentaciones o rechazos culinarios son influenciados por las vivencias que nos marcaron en diferentes etapas y las significaciones que hicimos”, argumenta.
No obstante, nada es estático y aquello que amábamos en el pasado podemos odiarlo en el presente; o al revés.