Carlos Duguech
Analista internacional
“Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética”. El máximo cargo en la entonces poderosa URSS. Entre otras medidas revolucionarias de un Mijail Gorbachov que sucedía a los gobiernos “de la gerontocracia” (al decir occidental) fue la de modificar la denominación de su cargo. No quería, suponemos, darle a la prensa y al mundo una visión que más parecía de entrecasa (por lo interno del partido único) que de una inserción en el mundo del que participaba la superpotencia URSS. Si Reagan era el presidente de los EEUU, Gorbachov debería ser el “presidente” de la URSS.
Lo valioso del cambio era el mensaje. Se entenderá que en su relación con “Occidente” lo del “partido” (“único, para colmo”, dirían los teóricos y estudiosos de la democracia) era una piedra en el zapato, que obligaba a dar alambicadas explicaciones a “las democracias occidentales”. Ahí comenzamos a darnos cuenta del sentido de sus creaciones. Insólitas en el esquema de candado de lo interno de la ex URSS: “Perestroika” (reestructuración) y “Glasnost” (transparencia, ¡nada menos!). En un sistema donde el absolutista Stalin, pudo serlo a sus anchas.
Apagados los fuegos aún humeantes de la IIGM sobreviene una expresión - “guerra fría” - que intenta fotografiar el statu quo de esa gran conflagración que reunía como “aliados” a EEUU, Gran Bretaña, Francia, URSS y China: Y un escenario amplio de la mitad del siglo XX caracterizado por la “carrera armamentista”.
Esta tuvo una particularidad insospechada por los EEUU inventores de la bomba atómica. Otros países se dispusieron a tener la bomba propia. Así fue que la URSS, el Reino Unido, Francia y China, a su turno, lo lograron. Y ese “quinteto nuclear” -por medio de un tratado que se las ingeniaron fuese beneficioso para ellos- procrearon el TNP (Tratado de No Proliferación Nuclear). En buen (o mal) romance: “para nosotros el privilegio, para los demás las obligaciones”.
En ese amplio contexto se sucedieron desintegraciones escalonadas de los que conformaban la URSS. Generaron un clima extraño entre los dirigentes y pobladores de esos países con eje en Moscú. De “la noche a la mañana” se dieron cuenta de que ya no había que consultar al Kremlin. Podían actuar con decisiones autónomas, necesarias. Se los dijo Gorbachov desde “el centro”. Y así pobladores de Hungría, Checoslovaquia, Rumania y de otros países bajo el ala soviética empezaron a desplazarse y cruzaban fronteras sin temor. Y los de la RDA, la Alemania comunista (del Este Europeo) podían ir a la Alemania de Helmut Kohl, occidental, atravesando el muro sin que ningún centinela intentara dispararles.
El muro de Berlín colapsó política y materialmente a partir de 9 de noviembre de 1989. Y Alemania volvió a ser una sola por una integración de las dos mitades de la posguerra después de más de 40 años. Hay quienes, en el periodismo y en las centrales políticas de múltiples calados asignan la autoría de la “caída del muro” a diferentes actores. Al papa Juan Pablo II, uno de ellos. Y hasta al propio Ronald Reagan. Nada puede hacer variar el convencimiento de analistas e historiadores de que se le asigne a la política de “perestroika” y “glasnost” -impulsada por Gorbachov- el carácter de germen. Generó el fruto en sazón para el trascendental derrumbe de la increíble “frontera de la vergüenza”.
Perestroika: “El libro”
Cuando queremos enfatizar, aminoramos la velocidad de nuestro pensamiento y pronunciamos ceremoniosamente, sin darnos cuenta, “El libro”. Gorbachov confiesa en su introducción “Al lector” que el libro Perestroika le fue sugerido por periodistas de EEUU. Claro, ya se hablaba de Perestroika y Glasnot en el Kremlin. Y nadie mejor –pensaron- que el impulsor de esas palabras y su correlato con su significado y ejecución fuese quien debía explicarlo al mundo. Y, precisamente, Gorbachov titula su libro “Perestroika” y subtitula “Nuevas ideas para nuestro país y el mundo”.
Que un dirigente de su nivel en la cumbre del gobierno comunista de la URSS publique un programa en el que incluye “nuevas ideas” para la Unión Soviética no asombra. Sí que las quiera proponer “para el mundo”. Tal la clave que explica todo lo que sucede después, con la puesta en práctica -hasta donde pudo- de esas nuevas ideas.
Sinceramiento político
En el capítulo uno del libro Gorbachov hace un sinceramiento que nunca antes habíamos siquiera esperado de un líder soviético, por la propia estructura desde el Kremlin. Leemos: “La perestroika es una urgente necesidad surgida de los procesos de desarrollo de nuestra sociedad socialista... Una demora en comenzar la perestroika podría haber llevado en un futuro cercano, a una situación interna exasperante, lo cual, para decirlo sin vueltas, se habría recargado con una muy seria crisis social, económica y política”. Semejante confesión de Gorbachov en su libro bien podía ser la de cualquier presidente de un país, europeo o de América. Jamás de un comunista. ¡Menos desde el Kremlin! Y leemos, además: “La antigua Rusia estaba unida con Europa por el cristianismo, y el año próximo (1988) se cumplirá el milenio de su llegada a nuestros antepasados. La historia de Rusia es una parte orgánica de la gran historia europea”. Para un analista o simplemente un interesado que necesite conocer a fondo las políticas de ese polo que fue la URSS tradicionalmente enfrentado en casi todos los órdenes en la segunda mitad de siglo XX con los EEUU, principalmente, este libro es esencial. Está todo y con una claridad y honestidad pocas veces advertida en otros escritos de cualquier líder soviético. Debería formar parte de la biblioteca de los de los interesados en el proceso soviético.
¡Dialogar con Gorbachov!
¡Gorbachov en Mendoza! Una noticia que movilizó al periodismo argentino. Desde el programa “Paz en el mundo” por Radio Universidad, donde analizamos la política internacional, encaramos el viaje. Algo más de 13 horas en ómnibus con la expectativa de participar de la rueda de prensa de Gorbachov ese 3 de diciembre de 1992. El programa se concretó, finalmente, como una conferencia del Nobel de la paz 1990 en el Teatro Independencia. En el escenario una larga mesa con Gorbachov, su esposa Raisa, el gobernador Gabrielli, el senador Bordón, otros funcionarios y los intérpretes en ruso. El teatro colmado, expectativa rumorosa. Gorbachov dictó una conferencia donde resumió la historia de las transformaciones de la URSS y los hechos que desembocaron en su disolución. Sus referencias a Mendoza eran laudatorias por su modo de gestionar el agua y la preservación del medio ambiente.
Llegó el turno de la intervención de los periodistas, casi todos en las primeras filas. No sé por qué fui el primero en preguntar.
- “En sus varios encuentros con Reagan por el desarme nuclear, ¿encontró muchas dificultades?
En el acto respondió Gorbachov y hasta que el intérprete diera la versión traducida tomé conciencia de que estaba dialogando con uno de los personajes del siglo. “Sí, muchas dificultades con el presidente Reagan, pero podíamos seguir intercambiando propuestas”, dijo. Cuando debí preguntar nuevamente, expuse una idea que teníamos los analistas y en las ONG (mencioné al Llamamiento de los cien) por el desarme nuclear y hasta a la UNT. Pese a que la prensa de Occidente manifestaba sobre la cumbre de Reikiavik (1986, con Reagan) como un fracaso siempre pensamos que había sido exitosa, tanto que llevó al encuentro en Washington en diciembre de 1987. Ante ello Gorbachov respondió luego de que le tradujeran al ruso, que su mayor interés era lograr el acuerdo a toda costa con Reagan sobre los euromisiles con cabeza nuclear. En lugar de volver a preguntar le dije que siempre pensábamos que la cumbre de Reikiavik (1986, Islandia) no había sido un fracaso, como difundió casi toda la prensa occidental. Hice referencia a una nota que le enviamos a él y a Reagan el 27 de noviembre de 1987, un mes antes de la firma (diciembre) del acuerdo nuclear en Washington desde la UNT y la ONG por el desarme nuclear. Allí dábamos cuenta que en Tucumán logramos reunir a un diplomático soviético y un estadounidense en un acto público de “Actualización en desarme”. Y que en Tucumán los reunimos a menos de 90 días antes del tratado de Washington. Sorprendió la respuesta en ruso y traducida donde Gorbachov felicitaba esa percepción que habíamos tenido sobre Reikjavik y lo actuado. El aplauso generalizado y entusiasta de la concurrencia fue el inesperado resultado de una intervención periodística que se salió de cauce. (“Culpa de Gorbachov”, me dije, morigerando mi salto desde el periodismo).
La lapicera y el autógrafo
Al final subí al escenario junto a los que querían saludarlo. Le entregué un afiche sobre el desarme nuclear que hicimos con la UNT y le pedí un autógrafo en mi ejemplar de “Perestroika”. Le entregué el libro y mi lapicera. Firmó, y me devolvió el libro con una sonrisa y un apretón de manos.
¿Y mi lapicera? No sé cuántos documentos habrá firmado como Nobel de la Paz y como impulsor de la fundación por el medio ambiente con ella. Se la guardó. Seré indulgente: lo hizo sin darse cuenta de lo que hacía. ¿O sí?