Apenas 33 días duró el Papado de Albino Luciani, del 26 de agosto al 28 de septiembre de 1978. La fugacidad de ese Pontificado y el misterio que continúa rodeando su repentina muerte han sido los temas obligados cada vez que se aborda la figura de Juan Pablo I. Muchas de esas percepciones pueden empezar a cambiar desde hoy, ya que la Iglesia hará beato al -para muchos- inolvidable Patriarca de Venecia. Y la Argentina tiene mucho que ver con este proceso que concretará el papa Francisco en El Vaticano.
El milagro que le abre a Luciani un lugar entre los beatos de la Iglesia Católica se produjo en Argentina y se relaciona con la curación, inexplicable para la ciencia, de la paranaense Candela Giarda. A los 11 años ella se encontraba internada en la terapia intensiva de la Fundación Favaloro, a causa de una encefalopatía. Su madre, Roxana Sosa, desahuciada por los médicos, acudió a la parroquia de la Rábida y le pidió al padre José Dabusti que orara para que su hija no muriera aquella noche. El sacerdote le rezó a Juan Pablo I y la niña sobrevivió. Hoy, con 22 años, Candela lleva una vida normal sin secuelas.
Será una reivindicación para Luciani, más allá de lo esencialmente religiosa que representa la beatificación -paso previa a la santidad- para el catolicismo. Es que el Papa efímero, como quedó grabado en el imaginario colectivo, se mostraba dispuesto a emprender grandes cambios en el seno de la Iglesia. Sacudir esas estructuras implicaba, por ejemplo, reformar la Curia, despojar de su poder al obispo Paul Marcinkus, quien estaba a cargo del manejo de las finanzas del Vaticano, y cambiar la política de ocultamiento de los abusos sexuales que involucraban a religiosos. Juan Pablo I no tuvo tiempo de hacer nada de esto: sufrió un infarto mientras dormía y falleció a los 65 años.
Infinidad de cuestiones quedaron sin aclararse en torno a la muerte de Luciani, un manto de sospechas que permanecen hasta hoy y que fueron ampliamente desarrolladas en libros e investigaciones. Los contactos de Marcinkus con la mafia y el quebranto del Banco del Vaticano, acusado de lavado de dinero; el estallido de los casos de abuso sexual ligados a la Iglesia; y los escándalos replicados en el seno de la Curia estallaron con el tiempo en las manos del sucesor de Luciani, Juan Pablo II, y se conectan con los motivos de la renuncia al Papado, décadas más tarde, de Benedicto XVI.
A Luciani lo llamaban “El Papa de la Sonrisa”, tal la simpatía y la confianza que irradiaba. Lo que pudo ser al frente de la Iglesia queda en el terreno de la conjetura. Al menos hoy se le hará algo de justicia.