Es un solo un instante que puede -pudo- cambiar la historia argentina. El arma no se dispara y Cristina sigue su paso hacia su casa. Está sonriente como si no terminara de darse cuenta que hace una milésima de segundos la muerte la miró a los ojos.
Por su condición política había sido protagonista de un intento de magnicidio.
El casi asesino es zamarreado por un militante y luego la adormecida custodia termina de hacer su trabajo. Sólo un instante.
Y si…
¿Y si el arma se disparaba? La futurología no cabe en este oficio, sin embargo está claro que hubiéramos caído en un abismo canibalesco.
¿Y si se ponían las vallas? Hay un dicho que solía repetirse en los hogares de antaño que advertía: “si mi abuela no se hubiera muerto todavía estaría viva”. Se utilizaba para decir que no le busquemos la quinta pata al gato. No obstante, si se hubieran puesto vallas y se hubiera controlado mejor quienes se acercaban a la vicepresidenta, tal vez Fernando Andrés Sabag Montiel nunca hubiera estado allí, al menos con un arma.
¿Y si Cristina moría algo se hubiera solucionado? Está claro que el problema de la Argentina no es la existencia de la vicepresidenta. Tal vez es una comodidad de muchos dirigentes -adláteres y enemigos de la viuda de Kirchner- descansar todas las responsabilidades en ella.
¿Y si Alberto hubiera evitado buscar culpables en su cadena nacional? Tal vez se hubiera acercado más a las obligaciones que le pusieron los argentinos en su espalda. Hubiera sido más presidente de los argentinos.
¿Y si el llamado a la unidad no hubiera tenido un pero? Seguro no le habrían dado a la oposición un argumento para seguir con el mismo discurso.
Todas elucubraciones que por más sencillas que sean no dejan de estar en cada conversación que tenemos.
… Pero
Esto fue un intento de magnicidio, pero es posible que alguien lo hubiera organizado para tapar todo lo que estaba ocurriendo. O fue motivado para sacar a Cristina del medio. De uno y de otro lado buscan argumentos para tener un discurso correcto -¿correcto?- aunque sin abandonar sus odios y desinterés por ponerle quicio a la política argentina.
Estamos dispuestos a trabajar por la unidad, pero no a cualquier precio fue la síntesis que se desparramó sobre la multitud que se movilizó en contra de la violencia, siempre y cuando fueras peronista. Está claro que la unidad, la paz o la libertad se deben conseguir a cualquier precio porque es una inversión que da ganancias millonarias. Y con la inclusión de todos.
Confiamos en que la justicia investigue, pero… En verdad no confían en la Justicia, y si eso ocurre, la sociedad siempre va a caminar sobre arenas movedizas. Tal vez el consenso debería tratar de tener su primera cita en los Tribunales.
¿Estamos a la altura de este” casi” tan tremendo? ¿Somos capaces de entender lo que puede pasar si dejamos que algo así deje de ser casi y ocurra?
Culpable
En este afán de echar culpas uno de los blancos son los medios de comunicación. Aparentemente, la intención de los agentes del poder es que la prensa siempre module su voz al tono que a él le interesa. Si desentona ya se lo considera enemigo.
Nuestra democracia le adjudica a la prensa responsabilidades. Una de ellas es la de ayudar a controlar al poder en beneficio del bien común. Esa es una tensión constante e ineludible. Correr a los medios de comunicación es agregar un pero a la conversación.
Con este episodio que hirió a la Argentina no faltaron los que dijeron que el episodio no era verdad y que se trataba de un invento y que los medios no lo decían por su tibieza.
Tampoco callaron los que dijeron que el episodio era cierto y que había sido motorizado por la violencia y el odio de los medios. Así, de uno y otro lado de la grieta utilizan de escudo a la prensa para esconder sus verdaderos sentimientos y pensamientos.
Más que ficción
Los argentinos creíamos haber perdido ya la capacidad de asombro, pero en nuestro país la realidad supera con creces a la ficción
El impactante episodio del intento de magnicidio conmovió a la sociedad y abrió un debate sobre la violencia que podría ser muy saludable para nuestra falible democracia si es que los distintos actores de la vida pública se despojaran de sectarismos y soberbias y, con la mayor humildad, abordaran el tema sin autoexculparse y dedicarse sólo a echarle la culpa a los demás.
“Yo señor, no señor”, como en el juego del Gran Bonete esa parece ser la actitud de la dirigencia del país.
La violencia es un mal endémico de la política argentina que viene desde el fondo de la historia del país. Desde allá nos interpelan el fusilamiento de Dorrego, el martirio de Marco Avellaneda y la cabeza clavada en una pica de Chacho Peñaloza en un pueblo de La Rioja. También el primer golpe militar que derrocó al gobierno democrático de Hipólito Irigoyen hizo su contribución a ese sino violento y trágico, al violentar las instituciones y desconocer la legitimidad del voto popular. Después de 1930 la Argentina pasó a ser esa “nación de dictaduras interrumpidas por democracias”, al decir del escritor tucumano Santiago Garmendia.
Y la violencia se reproducía de uno y otro lado. Y si uno interroga a los protagonistas de cada una de las orillas del abismo -ya dejó de ser grieta- unos dirán que el populismo agitó y sigue provocando a las masas con discursos que promueven la crispación social y otros pondrán el acento en que el origen moderno del crimen político y social fue el bombardeo a civiles en la Plaza de Mayo en junio de 1955.
Ese diálogo de sordos se reprodujo en la sesión de Diputados de ayer, cuando hubiera sido deseable una deliberación de alto nivel, donde se polemizara con tolerancia y respeto entre las distintas visiones de ese flagelo que es preciso erradicar, porque violencia y estado de derecho son incompatibles.
Porque no condice con la verdad que la culpa provenga de un solo sector, ello solo sirve para que, como en el Antón Pirulero, cada cual atienda su juego.
La sangre de las decenas de miles de argentinos sacrificados por la violencia política en las últimas décadas parece no surtir efecto pedagógico alguno en el espíritu alterado de las facciones en disputa.
Por eso ayer en Diputados, la oposición cumplió con el formalismo de ser políticamente correctos votando la declaración que emitió el cuerpo pero no se quedó a debatir sobre esta autocrítica profunda que nos debemos los argentinos.
Negar que a veces cierta prédica fomentó el odio es tan necio como que los seguidores de los K no acepten que con su advenimiento aumentó la crispación política en el país.
Quien sabe las consecuencias que habría tenido para la paz social de Argentina si de la pistola amartillada partía la bala que por alguna razón se negó a salir. ¿Acaso deberemos sufrir otra situación con menos suerte para que aceptemos sentarnos a la mesa a resolver nuestras diferencias?
En nuestro terruño tucumano, el episodio repercutió en el peronismo local ensanchando la brecha que separa a los militantes peronistas de la conducción del justicialismo. En la movilización que protagonizaron casi espontáneamente una nutrida columna de manifestantes, los reproches a los dos popes del justicialismo tucumano se multiplicaban con enojo: “¿dónde están? ¿Por qué no convocan y ni siquiera se suman a la movilización?” eran las frases más escuchadas.
Y ciertamente no se visualizó a funcionarios ni legisladores ni concejales, salvo la presencia (que pasó casi inadvertida) de alguien que alguna vez supo ocupar el centro de la escena de la mano de su marido: Beatriz Rojkés.
Fue sólo un instante. Ha puesto en el tapete a la democracia argentina y ese instante interpela a la dirigencia argentina y a toda la sociedad.
En la época del Gran Bonete o del Antón Pirulero se hacía aquel chiste:
-¿Quo vadis? (Adónde vas en latín)
-Al cine
-”Quo Vadis”
-Al cine.
-¿Qué vas a ver?
-Quo vadis.
-Al cine
Y así se repetía hasta que alguno de los interlocutores se cansaba y soltaba algún improperio al otro. Como la Argentina con su incontenible violencia que se repite sin parar ni por un instante.