¿Podremos vivir juntos?
¿Podremos vivir juntos?
04 Septiembre 2022

Susana Maidana

Doctora en Filosofía - Profesora Emérita UNT

El título de estas reflexiones lo robé de Alain Touraine, cuyas ideas resuenan en nuestro presente doloroso y cruento.

Vivimos en un mundo signado por la aceleración de los avances científicos y tecnológicos, que transformaron la producción, el transporte, la medicina, las formas de enseñar y aprender, el ritmo de vida de las personas y los modos de comunicarnos, las redes con discursos discriminadores y atravesados por estigmatizaciones y, en especial, por esa necesidad de buscar el chivo expiatorio. Siempre hay un  otro, que es el culpable del mal.

Pierre Bourdieu subrayó que las transformaciones tecnológicas tienen como su contracara  la precariedad, la inestabilidad, la incertidumbre y la vulnerabilidad de la vida humana en las sociedades contemporáneas.

Parece haber, pues, una contradicción entre esas transformaciones y nuestras propias limitaciones, inseguridades, temores y falta de certezas.

La pandemia, que venimos sufriendo hace más de dos años, y el quiebre de la vida democrática que hemos presenciado el día del atentado nos enfrentó con el rostro de la muerte y de nuestra propia contingencia. Al decir finitud no me refiero solamente a que no somos eternos, sino a las limitaciones que sentimos en una sociedad crispada y violenta.  

El atentado  a la Vicepresidenta de la Nación derrumbó las decoraciones, como diría Camus, y nos enfrentó con la posibilidad de la muerte, nada más y nada menos que la muerte.

La irracionalidad de la violencia quebró la supuesta “normalidad”, al atacar a las instituciones democráticas, instalando el terror y la violencia.

Por cierto, los ciudadanos nos sentimos atrapados en un laberinto, sin contar con la ayuda del hilo de Ariadna. Vivimos en la aldea global de McLuhan y la comunicación generalizada que convive con una enorme ausencia de comunicación y  de falta de reflexión.

Falta de pensamiento

Martín Heidegger planteaba la pobreza de pensamiento en un mundo signado por el pensamiento calculador de la ciencia. Refiriéndose a la aceleración tecnológica, Heidegger comentaba: “la creciente falta de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida ante el pensar. Esta huida ante el pensar es la razón de la falta de pensamiento. Esta huida ante el pensar va a la par del hecho de que el hombre no la quiere ver ni admitir”.

Me pregunto si la tan mentada “brecha” no es una forma de huir a la necesaria reflexión que nos debemos.

Situada en el trágico contexto que mantuvo en vilo al país, felicito a quienes, perteneciendo a espacios políticos diferentes, denunciaron el hecho trágico y, con igual vehemencia, rechazo el silencio o las interpretaciones que tergiversan los hechos.

Asistimos a un desgarramiento social que bloquea la posibilidad del encuentro y de la solidaridad, necesarios para reflexionar sobre las enormes contradicciones y descaro de quienes, por ejemplo, se autodenominan defensores de la libertad pero atacan los derechos humanos, promueven la venta de órganos o la posesión de armas. O de quienes dicen atacar la violencia y, al mismo tiempo, hablan de un “supuesto atentado con el avieso fin de convertirse en una víctima” o bien quienes banalizan un hecho tan grave que no sólo afecta a quien lo sufrió sino a todos los argentinos.

La filosofía, con las voces de Nietzsche, Vattimo, Foucault, Lipovetski y muchos otros, estudia la relación entre verdad y poder y cómo se construyen las interpretaciones sobre los acontecimientos. Nadie se atrevería a hablar de la “objetividad” de los discursos cuando esta fue cuestionada por la Física y la Química del siglo XX. Sumado a  las redes que usan cualquier medio para quitarle gravitación a un posible crimen, bajo el anonimato la mayor parte de las veces.

Falta un largo camino  para instalar la reflexión y el diálogo, que atemperen el peso de esa “brecha” que separa a unos de otros y convierte en enemigos a quienes solo son adversarios de un lado y de otro. Es importante recuperar el valor de la política que ha sido cuestionada y convertida en causa de los males.

La palabra requerida

Hannah Arendt, estudiosa de los totalitarismos, en un texto publicado en 1993 con el título “¿Qué es la política?”, afirmaba que la política nace en ese espacio que se configura en la relación entre los hombres.

Según Arendt, la política está cuestionada y objetada por dos acontecimientos, cuyas consecuencias han sido horrorosas para la condición humana: 1) la experiencia de los totalitarismos y 2) la posibilidad de aniquilación propia de los Estados, que convierte a la política en objeto de sospecha. Está fuera de duda la vigencia de estas ideas para pensar la irrupción  de la violencia en el seno de las democracias.

La política, según la filósofa, se origina en el ámbito del “entre”, requiere la palabra, gracias a la cual se instaura el mundo común, caso contrario la violencia ocupa el lugar de la palabra.

Hannah Arendt caracterizaba a los totalitarismos como ruedas que arrastran a las personas para que dejen de pensar, quitándoles libertad, autonomía y conciencia moral. Una clave importante es instalar la reflexión.

Los lazos sociales se configuran en el espacio del entre, del diálogo intersubjetivo. Nos enfrentamos a dos desafíos: el primero es alertar sobre el poder homogeneizador del lenguaje, que iguala la diversidad y ahoga las diferencias; el segundo es recuperar el rol de la argumentación en la estructuración de la trama social, como vía para promover la convivencia de las diferencias en aras de fines que trasciendan los intereses meramente individuales o partidarios.

Tiempo de distopías

Quizás podamos explicarnos por qué el hombre actual no es proclive a la formulación de utopías sino de distopías (mundos infelices), en las cuales se describe el horror de un mundo que se ha vuelto inhóspito, precisamente, porque se han quebrantado los lazos sociales y porque todo lo sólido se ha disuelto en el aire; se convirtió en líquido, y nos atrapó el vacío.

Debemos entender que la solidaridad es un componente fundante de la democracia real y no de la meramente declarativa y que es una de las claves para poder vivir juntos, aunque seamos y pensemos diferente. Según Rorty, la solidaridad es el reconocimiento de que las diferencias con otras personas son menos importantes que el deseo de evitar el dolor y el sufrimiento.

Touraine dice: “en la actualidad, una parte de la clase media se siente arrastrada hacia la caída, se vuelve contra los excluidos de los que procura hacer los chivos emisarios de su propia inseguridad y no cree más en la capacidad del sistema económico para reducir la desintegración social. Mientras un tercio de la población considera con confianza la apertura de los mercados, otro tercio demanda la protección del Estado y el tercero se repliega en busca de soluciones autoritarias y trata de desviar la amenaza que pende sobre él hacia quienes están más expuestos a la exclusión”.

De este modo, el pensador francés ejemplifica la necesidad de reflexionar sobre el autoritarismo, la violencia, el tribalismo, para restañar el tejido social, que requiere la mirada solidaria.

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