“¿Usted sabe cómo estamos de tranquilos después de que secuestraron todas esas armas a los del clan Alderetes?”, preguntó Rosa Jiménez, una de las habitantes del vecindario que era dominado por este grupo. “Era hora que alguien hiciera algo porque no dábamos más. Nadie sabe lo que es vivir dominado por ese grupo de delincuentes. Uno tiene miedo de hasta mirar cosas para evitar ser perseguido”, añadió.
Su vecina, María Laura Fuentes, agregó: “todos esperamos que esta gente se vaya al diario porque solo traen desgracia. Les venden porquerías a nuestros hijos y encima andan haciéndose los malos en todas partes porque se creen la autoridad del barrio”.
“No me interesa quién lo haga, lo único que pretendemos es que lo saquen de circulación cuanto antes. Pero las autoridades también tienen que fijarse en lo que pasa después. Si los sacan y no ocupan el espacio, aparecerán otros. Lo que pasa es que saben que vendiendo drogas hacen fortunas y quieren imitarlos”, razonó Miguel García.
La sensación que hay en los barrios es que los “quioscos” generan inseguridad. “Los adictos necesitan plata para drogarse y, cuando no la tienen, hacen lo que sea para conseguirla. Por eso en los lugares donde están estas basuras hay más robos”, indicó Braulio Pérez.
Su compañero de sesión de mate, Juan Carlos Herrera, coincidió, aunque agregó: “te pueden matar para quitarte el celular o sacarte del jardín una maceta con una planta. Lo más gracioso del caso es que los tranzas aceptan lo que sea como forma de pago y por eso no se puede dejar nada al alcance de ellos”.
“El Estado no nos puede abandonar. Es importante la ley contra el narcomenudeo, pero también es fundamental que los chicos adictos tengan asistencia. Porque si no dejan de drogarse, habrá quien les venda”, comentó María Fernanda Gerez.