Cuando el primer peronismo vio la luz, allá por la década de 1940, se nutrió de los postulados keynesianos, abrazó con fuerza la idea del Estado benefactor, principal garante y responsable del bienestar económico y social de sus ciudadanos.
El ethos peronista comenzó entonces a constituirse a sí mismo, a construir su identidad, en la afirmación de la diferencia. Como sostiene Chantal Mouffe, necesitó construir un nosotros a partir de la diferenciación de un ellos. A medida que Perón y su gobierno van tomando decisiones de política pública, se va consolidando el antagonismo entre quienes representan y defienden los intereses populares y quienes abogan por los intereses oligárquicos, entre los promotores de lo nacional y los patrocinadores imperialistas.
El campo nacional y popular entenderá al mundo, sus problemas y sus posibles soluciones desde las banderas de la justicia social, la redistribución de las riquezas, la elevación de status del trabajador, al que percibe como un nuevo sujeto histórico.
En los primeros años de su gobierno, el Estado cada vez más presente en la economía, con medidas proteccionistas, nacionalistas, con una política de pleno empleo y promoción del consumo lograría mejoras sustanciales en la calidad de vida de las clases más vulnerables. Sin embargo, en 1952, la situación económica era desfavorable, el gobierno debió llevar a cabo políticas de contracción económica totalmente incompatibles con el ideario justicialista, decidió limitar salarios, achicar el gasto público, contraer el crédito y la emisión. Debió actuar con pragmatismo presionado por la necesidad de salir de la situación, la compleja realidad pesó sobre la concepción ideológica, era un gobierno peronista haciendo aquello en lo que no creía, aquello que criticaba a los opositores.
Cuando el kirchnerismo llegó al poder en 2003 buscó ir fortaleciendo su escasa legitimidad de origen empleando distintas estrategias políticas: a la “transversalidad” de sus inicios le seguiría la concertación plural, hasta que finalmente mediante un discurso melancólico sobre el pasado y sus conquistas sociales, empezó el retorno al ethos peronista y sus principios.
Así, el actual gobierno que se percibe portavoz del campo nacional y popular y el encargado de protegerlo de los avances de la oligarquía terrateniente y los avances imperialistas, se encuentra hoy entrampado entre la necesidad de tomar medidas de ajuste y la contradicción ideológica de llevarlo a cabo.
Frente a la profunda crisis económica, la actual gestión no solo evita usar el término ajuste, reemplazándolo por otras palabras en lo discursivo sino que las acciones que lleva a cabo surgen sólo de la necesidad y son contrarias a sus convicciones. Deben elegir entre alivianar a la sociedad reduciendo el peso del Estado o buscar extraer más recursos de ella para evitar tocar al Estado. La principal dificultad es que las medidas que puedan tomar obedecen a la coyuntura, no se corresponden con su posición ideológica y por ello podrían resultar ser soluciones solo temporales, no estructurales; que a largo plazo significan intensificar el movimiento pendular entre ejecutar una economía populista y la necesidad de corregir sus consecuencias ajustando.