Para obtener una fibra de calidad, todo arranca con la manera en que se críe, alimente y cuide al animal del cuál aprovecharemos la lana. Una vez que las ovejas, llamas, vicuñas o guanacos son esquilados se conforma lo que se denomina vellón.
A partir de ahí es cuando intervienen las tejedoras, quienes hilan con sus manos esa lana cruda para convertirla en finos hilos. Después, estos son teñidos con productos naturales como la jarilla, el “llanto de los algarrobos” o diferentes cáscaras y cortezas que nos brinda la Pachamama.
Cuando la tonalidad queda seleccionada, por fin llega el momento del tejido. A veces, hay quienes utilizan agujas; mientras que en otras ocasiones el protagonista es un gran telar.
El tamaño de estos últimos (utilizados para fabricar ponchos y mantas) es tal que necesitan de postes de madera y un amplio espacio para instalarlos.
Luego de varias semanas de labor, las piezas quedan terminadas para su uso o comercialización; ya sea por vía del trueque con otros pobladores o en ferias y comercios.
“El objetivo de este encuentro consiste en revalorizar la parte textil, la construcción y la utilización de telares grandes. De esta manera podemos reproducir y fomentar su uso en los diferentes patios de los Valles Calchaquíes e incluso en las ciudades”, afirma Ángela Balderrama, participante del “22° Encuentro de Tejedoras del Valle Calchaquí”.
El evento (“Tejiendo nuestra identidad”) se celebró en Amaicha del valle a finales de julio y dejó un montón de historias de superación y cargadas de un contacto profundo con nuestras raíces.
“Encontrarse entre mujeres a través del tejido es sanador. Nos permite conocernos, saber sobre las obras que hay y armar redes que trascienden las fronteras. Es una practica descolonizadora y reivindicativa”, agrega Balderrama.
El oficio y las prendas que se obtienen de él implican apenas una parte de la basta cosmovisión que hermana a las tejedoras. Cuando el calendario invita a homenajear a la Madre Tierra, las mañanas y las tardes frente a los telares dan paso a atardeceres embriagados en sahumos y ofrendas.
Entre ellas, los versos de las coplas tampoco fueron avasallados por el tiempo. Al contrario, renacen con una fuerza que hace vibrar el suelo con cada golpe de caja.
“El tejido es una materia tangible y de gran legado cultural para los valles tucumanos. Lo que hacemos sirve para preservar y perpetuar la identidad de nuestros antepasados. El conocimiento sobre como hilar, teñir y tejer se volvió nuestro legado”, explica.